Espejo para ciegos. Bruno Nero
me suena más a apellido que a nombre?
—Es tu juego, Colombina —aclaró el doctor Matasanos retirando ambas manos.
—Si hubo un Napoleón, ¿por qué no podría haber un Napolín?
—¡Bravo! —La papada se agitaba—. ¿Cómo quedaría?
—Eso estoy pensando; Napolín Polichinela no me gusta, pero Polichinela Napolín es como dos apellidos consecutivos. ¿Se puede usar un tercer nombre? Cierto que el juego es mío. Además, yo llevo tres y un apellido. ¡O un sobrenombre! Sea Napolio «Polichinela» Chielli.
—Habría que darle una vuelta —reflexionó el doctor—. ¿Qué hay de mí? ¿De dónde provengo?
—Claro, claro… ¡Aquí! —exclamó Colombina alzando el folleto—. Dice que… habla de cincuentena, por si acaso… su origen es boloñés.
—¿Boloñés? ¡Por supuesto! —festejó el doctor Matasanos golpeándose el pecho—. ¿De dónde si no? Bolonia, la cuna de la cultura, la universidad más antigua del Viejo Mundo, los estudiantes y la medicina. ¡Excelente! Falta nada más darme un nombre completo y, dado que Matasanos es sin lugar a dudas un apellido, me estoy quedando corto de nombre de pila.
—Sencillo: Bolonio. Bolonio Matasanos. «Démosle la bienvenida al emérito doctor Bolonio Matasanos». Suena de maravilla.
—¿Bolonio? Pienso en demasiadas razones p-para no llamarme así. Puede provenir de «bolo» o «bola», lo que me hace pensar en alimento o en un testículo, re-respectivamente. Será fácil denigrar al p-personaje de esta manera, aunque bien es cierto que «Matasanos» no co-corresponde con la idea que tengo de un p-prestigio intachable.
—Oh, Bolonio, ¡qué nombre! Somos parte de un drama, pero también de una comedia.
—Sí, a la sazón re-repre-repre… nuestros papeles son hechos p-para personajes t-tragicómicos, como en la vida misma. ¿Quién sigue?
Colombina rodeó con saltitos la mole sentada de su recién bautizado (y favorito) doctor Bolonio Matasanos. Leyó el papel con el entrecejo fruncido.
—¿Quién viene ahora? Ah, es Escaramuza.
—¡Gran bribón! —vociferó el doctor.
Faltó tiempo para que Colombina pudiese leer la descripción que se refería a un personaje todavía incógnito, porque entraban Flavio y Polichinela, cabizbajos y con las manos en los bolsillos. Se detuvieron con sorpresa cuando hallaron el vestuario ocupado.
—Parece que siempre hay alguien aquí —enunció Flavio.
—Es natural, de camino al escenario —asintió Polichinela.
—¿Qué les sucede a los dos? Parecieran haber sido apaleados.
Colombina estuvo a punto de alardear con el folleto en alto, pero se contuvo en último momento, apagando su excitación. Se apartó un tanto para darle espacio a los recién llegados.
Fue Flavio quien habló, dirigiéndose al doctor Matasanos:
—Su conducta es inexcusable. ¡Nos creerá rateros de la peor calaña para hacer algo así! Y en nuestras propias narices, por si eso fuera poco. ¿Quién pretendía que fuésemos como una familia, con sus defectos y virtudes, tantísimos más los defectos y apenas rescatables las virtudes? Pensará acaso que somos un zaino que carga a la espalda como un caracol su casa, de la cual puede prescindir según su conveniencia, vaya uno a saber. Cerrar con llave su propio camerino…
—El muy ruin —añadió Polichinela.
—Alto ahí —cortó el doctor Matasanos—. Explicaos de una vez, po-porque no entiendo de quién habláis.
—Ni yo —agregó Colombina.
Flavio y Polichinela se miraron. Volvió a tomar la palabra el primero, siempre con el pecho inflado:
—Lo sabéis tan bien como yo. ¡Ha sido idea nuestra! —enfatizó parado de puntas frente al doctor—. Hablo de Pantaleón. Algo esconde en su camerino, porque lo ha cerrado con llave. ¡Ha cerrado con llave! Y el lapso de su ausencia no va más allá que de una a otra escena, eh. Nunca había visto tanta desconfianza en carne y hueso. Es para vomitar.
Como impulsado por la picada de una pulga, el doctor Matasanos se incorporó de su escaño —el cual había logrado soportar su peso, válgale el mérito— y apartó a Flavio. Mientras tanto, Polichinela se acercó a Colombina y comenzaron dos diálogos en paralelo, cada uno oído mejor por la proximidad de la audiencia, a diestra o siniestra. Afortunadamente para la confusión de Leticia su asiento se hallaba al centro de la corrida.
El doctor Matasanos dijo:
—Siempre podemos recurrir a Silvia, ¿no es así?
—Ya la he visto y me ha rechazado, porque está ocupada con ese blandengue de Arlequín —respondía Flavio.
—Deberá recomponerse, porque le toca la escena siguiente.
Colombina decía por el lado opuesto del escenario:
—He descubierto algo sensacional. Mira este folleto.
—Mi muy preciada, no hay tiempo para eso —aclaraba Polichinela—. Aquí, en la realidad, sabemos que eres la más cercana a Pantaleón. Flaminia es su prometida solo en la obra, pero queda claro que no llegarían a ser amigos ni aunque de eso dependiese la continuidad del tiempo.
—No comprendo qué quieres decir.
Flavio:
—Nada nos podrá dar Silvia que no se iguale al tesoro que guarda el viejo en su camerino. He intentado forzar la puerta. Hemos intentado sonsacarle a Silvia dónde habría otra llave. Hemos querido salir por la parte posterior, pero es cierto que Polichinela deberá entrar en escena de un momento a otro y no queda tiempo de ir a cambiar pesos por grados a algún boliche cercano.
—Súmale que si ven a cualquiera de nosotros en esta facha, qué pensarán.
—Exacto. ¡Condenados al teatro! Condenados al personaje, alegrando la grandeza de Minoesi, sabio encarcelador.
—Me han condenado tanto al personaje, que ahora incluso t-tengo un personaje completo; nombre y apellido, sí señor.
—¡Válgame Dios!
Polichinela:
—Usa tus encantos. Si es necesario baila una danza árabe. Queda prohibido cantar, porque te oirían adelante. Prométele algo; cualquier cosa. Acaso despierte su avaricia si le prometes obsequiarle el medallón de oro que lleva Arlequín, el muy desamparado.
—¿Qué medallón?
—Eso no es importante. ¡Para nada! Pero habla de medallones o de zafiros o de presas suculentas; di que para tu gesta necesitarás un camerino espacioso y no la despensa compartida que te han asignado. Caerá como pez en la red.
—Pero yo no quiero hacerle eso a mi Panta Padovés.
—¡Pero si es por el bien de todos! Es un beneficio para Tantaluz y como tal vale la pena. Compartiremos la borrachera, cosa que al fin y al cabo es mejor que atribuírsela a un solo hombre, pobre de él.
—¿Qué hay de la actuación?
—¿Eso que llaman profesionalismo? Es para la gente aburrida; es para los que ordenan los números de los otros en una oficina gris, para los que resuelven problemas ajenos, para los que no pueden resolver los problemas internos, para los que tienen que mostrarse en sociedad, para los que tienen parientes en Europa o en Norteamérica, para los que llevan a los niños al zoológico y les parece de lo más normal ver a un chimpancé o a un elefante de otro continente encerrado tras rejas, para los que caminan con el tic-tac de los relojes, para los que se medican ante la hipocondría, para los que «por si acaso» salen con paraguas incluso cuando hace un sol radiante pero sopla