Ideología y maldad. Antoni Talarn

Ideología y maldad - Antoni Talarn


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el experimento?

      ↘ Nos lo imaginamos.

      Milgram: El 65 % de los sujetos administraron el voltaje máximo a los de detrás del cristal. Eso sí, todos los participantes se mostraban desconcertados y ansiosos por lo que creían que estaban haciendo, pero lo seguían haciendo. Estos experimentos y muchos otros dieron lugar al estudio de la obediencia, y de algún modo, al estudio de la maldad humana, en base a la conformidad grupal. Pero sepan que efectué diecinueve variaciones sobre mi primer estudio y descubrí que se podía bajar el índice de obediencia del 65 % al 10 %, con modificar ciertas variables en la receta de la conformidad.

      ↘ ¿Qué variables?

      Milgram: De tipo situacional. Por ejemplo, si se difumina la responsabilidad en un equipo y es otro el que aprieta el botón hay una obediencia máxima. En cambio, si ponemos al que aprieta el botón en un grupo de iguales que se rebelan y protestan, la obediencia disminuye. O si se aleja al sujeto que recibe las descargas del que las administra estas aumentan y viceversa.

      ↘ Muchísimas gracias por su aportación. Antes de despedirnos, díganos: ¿cuál fue su conclusión?

      Milgram: Después de trabajar casi con mil personas de todo tipo, llegué a la conclusión de que la obediencia ciega está en función de la situación en la que se coloca a los sujetos..

      Zimbardo: No puedo estar más de acuerdo con esa idea. Les contaré los que hicimos nosotros, tras las enseñanzas de Milgram. En 1971 dispusimos, en la Universidad de Stanford, un sótano que parecía, tal cual, una cárcel. Reclutamos veinticuatro voluntarios, todos universitarios de clase media y los distribuimos, al azar, entre carceleros y prisioneros. A los carceleros los aleccionamos a que actuaran como tales y les dimos porras y gafas de sol, para darles un aspecto intimidatorio. A los prisioneros los detuvo la policía real, colaboradora del estudio, que los fichó y los trasladó a la prisión. Al llegar los prisioneros les quitamos la ropa, los vestimos con una bata, con un número de identificación, los despiojamos y los pusimos en una celda. ¿Saben cómo acabo la cosa?

      ↘ Es bastante predecible, pero cuéntelo usted, por favor.

      Zimbardo: Tuvimos que parar en menos de una semana. Hubo un descontrol absoluto, incluso en mí mismo. Hasta mi novia me regañó por ello. Algunos carceleros se acabaron comportando sádicamente y los prisioneros, tras un motín de verdad, empezaron a tener trastornos emocionales y físicos de todo tipo, amén de ponerse unos contra otros, iniciar una huelga de hambre y otras barbaridades. Fue una experiencia brutal, que hoy día no repetiría.

      ↘ ¿Qué quería demostrar con todo ese montaje?

      Zimbardo: El montaje, como usted dice, fue muy criticado. Se nos acusó de falta de ética. También de fallos metodológicos que no permitieron extraer conclusiones válidas. Pero creo que demostró que el poder de la situación puede más que el de la persona en determinados contextos. En toda acción de un sujeto hay un poder personal, uno situacional y otro sistémico. Mi intención es demostrar que el poder sistémico define las situaciones y que estas, como decía Milgram, influyen muchísimo en la conducta individual.

      ↘ Explíquese, se lo ruego.

      Zimbardo: No se puede contemplar la maldad como algo esencial, separando radicalmente la gente buena de la mala, como señala el mito del mal puro. Esto implica que los malvados tienen aspectos internos, de disposición o predisposición al mal. Es lo mismo que hace la psiquiatría o la psicología clínica, buscar en el interior del sujeto la razón de sus síntomas.

      ↘ Este proceder es muy propio de las sociedades individualistas, cómo la occidental. Existe la idea de que lo personal lo gobierna todo. Lo que nos sucede, se nos dice una y otra vez, es responsabilidad nuestra exclusivamente.

      Zimbardo: Pero desde la psicología social, más que preguntarnos de quién es la culpa nos preguntamos qué condiciones pueden contribuir a ciertas conductas, en qué situación se encuentra ese sujeto. Ante un hecho cualquiera, para comprenderlo cabalmente, hay que ascender por la cadena: persona, situación, sistema. Solo así, podremos comprender por qué una persona normal, buena, puede llegar a obrar mal.

      ↘ Insiste usted en eso. Se lo volveré a plantear para refrescar la memoria de nuestros oyentes. Según usted cualquiera puede cometer actos malvados, convertirse en un torturador o un sádico, pongamos por caso.

      Zimbardo: Efectivamente.

      ↘ Esta afirmación es espantosa. Difícil de aceptar.

      Zimbardo: Todos queremos creer en nuestro poder interior, en nuestra capacidad de resistirnos a fuerzas situacionales y del sistema. Pero hay pocas personas así. Para la mayoría, esta creencia en el poder personal para hacer frente a las fuerzas situacionales y sistémicas es poco más que una ilusión de invulnerabilidad. Lo paradójico es que mantener esa ilusión nos hace aún más vulnerables a la manipulación, hace que no prestemos suficiente atención a las influencias negativas y sutiles que nos rodean.

      ↘ Oiga, todo el mundo habla del «sistema» pero nadie lo define.

      Zimbardo: El sistema incluye la situación pero es más amplio y duradero. Está formado por personas con sus expectativas, sus normas, sus políticas y sus leyes. Con el tempo adquiere una base histórica y una estructura de poder político y económico que gobierna la conducta de quienes viven bajo su marco de influencia. Llega un momento en que el sistema se convierte en un ente autónomo, independiente de quienes lo han creado o incluso de los que parecen tener autoridad. Crea una cultura propia y, junto con otras variables, crea la cultura de una sociedad.

      ↘ ¿Lo que hoy llamamos pensamiento único, por ejemplo?

      Zimbardo: Por ejemplo, el sistema capitalista, sin duda.

      ↘ Me alegra contar, al fin, con una buena definición de lo que llamamos sistema. Siga, por favor.

      Zimbardo: Para nosotros el sistema es lo más importante. Proporciona apoyo institucional, autoridad y recursos, que permiten que las situaciones donde actúa la maldad no se vean como un problema. La validación de las acciones se hace bajo el manto de una ideología, regla suprema a la que nadie se opone, que parece correcta, y se presenta como un imperativo moral virtuoso, que justifica todos los medios.

      Kant: Justo lo que yo dije que no se puede hacer jamás.

      ↘ Pero eso es como decir que todos somos iguales frente al sistema y las situaciones, y eso no es cierto.

      Zimbardo: Mírelo así: quizás todos nacemos con la plantilla cerebral y/o mental para ser buenos o malos, altruistas o egoístas, amables o crueles, cuerdos o locos. Nacemos con una gama de capacidades que se activan y se desarrollan en función de las circunstancias sociales y culturales que gobiernan nuestra vida.

      Freud: Y emocionales, no lo olvide.

      Zimbardo: Y emocionales. A lo que iba: por eso es posible seducir e iniciar a buenas personas para hacer el mal. Es posible hacer que actúen de un modo irracional, estúpido, autodestructivo, antisocial e irreflexivo, si se las sumerge en una situación total, cuyo impacto en su naturaleza haga tambalear la sensación de estabilidad y coherencia de su personalidad y su moralidad. Es lo que antes comentábamos de los infectados de la filósofa Heller. ¿Les pongo un ejemplo?

      ↘ Por favor. Pero sepa que nos están llegando muchas llamadas de oyentes un tanto indignados ante todo esto que usted está diciendo.

      Zimbardo: Tomo nota. Les ruego me concedan unos minutos. Respondan a esta pregunta: ¿Creen ustedes que serían capaces de asesinar a sus propios hijos?

      ↘ Por supuesto que no.

      Zimbardo: ¿Y qué piensan todos ustedes del suicidio colectivo de Jonestown, en la Guyana francesa?

      ↘ ¿Nos está hablando


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