Ideología y maldad. Antoni Talarn

Ideología y maldad - Antoni Talarn


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Sí, pero lo que me interesa resaltar es que muchas de esas personas, antes de suicidarse, asesinaron a 250 niños y jóvenes, que eran sus propios hijos.

      ↘ Ciertamente dantesco.

      Zimbardo: No crean ustedes que los 900 y pico seguidores de Jones estaban todos locos. Ni mucho menos. Estaban en lo que se denomina una situación total. Una situación muy particular, en un sistema totalitario radical, en el que no podemos entrar ahora, pero que les indujo a esa barbarie.

      ↘ ¿Cree que hoy día eso se podría volver a repetir?

      Zimbardo: Robert Lifton, en un libro de 1961 sobre el lavado de cerebro en China, dijo que en un entorno situacional adecuado, cualquiera de nosotros puede acabar repitiendo cualquier acto que haya cometido antes cualquier otro ser humano, por muy horrible que pueda ser.

      Freud: Pues estoy de acuerdo y solo se me ocurre una explicación: la presencia del instinto de muerte en todas las personas, del que ya les he hablado antes.

      Zimbardo: Doctor Freud, dígame ¿ese instinto de muerte siempre está en nuestro interior?

      Freud: Así lo creo.

      Zimbardo: ¿Y qué lo activa?

      Freud: No es que se active o no se active; siempre está en acción, en combinación con los impulsos amorosos, más vitales. Es una mezcla permanente. La verdad que me ha revelado el psicoanálisis de pacientes y de la sociedad, la verdad oculta —por así decirlo— es que el ser humano no es solo una criatura tierna y necesitada de amor. Por el contrario, es un ser que, internamente, posee una buena porción de agresividad. No vemos en los otros únicamente un posible colaborador y objeto sexual, sino también un motivo de tentación para satisfacer en él nuestra agresividad, para explotar su capacidad de trabajo sin retribuirla, para aprovecharlo sexualmente sin su consentimiento, para apoderarnos de sus bienes, para humillarlo, para ocasionarle sufrimientos, martirizarlo y matarlo. En esto, estoy con Hobbes y con Schopenhauer.

      ↘ Pues, aunque muchos de sus argumentos invitan a la reflexión sobre la esencia de nuestra personalidad, creo que jamás podría convertirme en un torturador, al menos no en frío. Para defender a mis hijas, por ejemplo, no digo que no fuese capaz de cualquier cosa, pero así, sin más, o por una ideología, creo que no. No todos somos sugestionables por una ideología. Hay quienes nunca nos dejaríamos convencer por según qué políticas.

      Zimbardo: Quizás tenga usted razón. Pero no olvide que una ideología es más que una idea política. Forma parte de un sistema y no cabe desestimar la fuerza y duración de un sistema. Tan solo plantéese una pregunta: ¿Cree usted que el sistema franquista ha desaparecido de la España del siglo XXI, por ejemplo? O esta otra: ¿qué maldades estamos permitiendo bajo la égida del sistema capitalista?

      ↘ Ya veo por donde va. Pero, mejor dejemos la penosa política española de lado, que no acabaríamos nunca.

      Zimbardo: De acuerdo, pero déjeme terminar mi exposición con otro estudio que les puede interesar.

      ↘ Sea breve, por favor.

      Zimbardo: Lo seré. Con unos colegas entrevistamos a catorce policías que actuaron como torturadores y asesinos durante la dictadura de Castelo Branco, en Brasil. Todos eran personas totalmente normales antes de desempeñar sus nuevos roles y no se observó en ellos patología alguna en los años posteriores a su trabajo. Eran hombres corrientes. No eran, antes de todo eso, ni sádicos ni psicópatas, eran gente del montón. En sus vidas no había trazas de violencia, heridas emocionales o traumas. Y sin embargo, se convirtieron en trabajadores de la violencia.

      ↘ ¿Y qué les hizo actuar así?

      Zimbardo: El sistema y la situación. El sistema les convenció de que los comunistas eran un peligro para la seguridad del país. La situación, que genera normas, premios y castigos, otorga estatus, roles y significados, fomentó su espíritu de grupo, les ofreció entrenamiento, les hizo sentirse responsables en una misión especial e importante, cómo era el obtener información; fomentó el secretismo de sus acciones y acentuó una gran presión para obtener resultados. Y, sin más, ni menos, se convirtieron en trabajadores de la violencia. Lo mismo sucedió con muchos colaboradores del nazismo. Y este mismo tipo de estudio, repetido en los más diversos lugares del mundo con torturadores de Grecia, Irlanda, Israel y EE. UU., arrojó idénticos resultados. Autores diversos, entre ellos el ya citado Bauman, sostienen la misma idea: las situaciones malvadas crean conductas malvadas y convierten en manzanas podridas incluso a las buenas personas. Digo lo de las manzanas podridas porque es una idea muy extendida entre la población: la idea que quien comete actos malvados es un tipo aparte, alguien diferente, el podrido, pero esto no es así. La manzana podrida, antes que nada, es manzana, y está en un cesto con una situación y un sistema. No sé si me explico.

      Llamada entrante: Hola, buenos días a todos. Soy Hannah Arendt.

      ↘ Qué buena noticia que nos haya llamado para intervenir. La Dra. Arendt, filosofa política alemana, estaba invitada a participar en esta tertulia, pero por motivos de agenda no pudo acudir a nuestra cita de hoy. Por suerte, parece que ha encontrado un hueco para llamarnos.

      Arendt: Así es, efectivamente. Estoy de acuerdo con Zimbardo. La manzana podrida es igual que las otras manzanas. Si se pudre no es por un problema exclusivo e individual. En la inmensa mayoría de las ocasiones, las maldades son cometidas por gente corriente. Sin patología mental previa, sin ser psicópatas o sádicos de entrada. No son monstruos o bichos raros, son gente corriente. Llegué a esta conclusión tras estudiar a fondo el totalitarismo y la figura del dirigente nazi Adolf Eichmann, un hombre, según mi criterio y el de los psiquiatras que lo evaluaron, de lo más normal.

      ↘ Si no recuerdo mal, esta experiencia la llevó a acuñar el famoso concepto de la «banalidad del mal».

      Arendt: Exacto.

      ↘ Pero no acabo de entender eso de que el mal es banal. El mal nunca puede ser banal; si no que se lo pregunten a las víctimas.

      Arendt: Mucha gente se ha quedado con esta idea, pero yo no apuntaba en este sentido. Son cosas que pasan cuando los términos filosóficos se divulgan, que en muchas ocasiones se acaban desdibujando. No tantos recuerdan, por ejemplo, que hablando del totalitarismo empleé el término mal radical.

      ↘ Tiene la oportunidad de ilustrarnos; adelante, por favor.

      Arendt: Lo que en realidad es banal, superficial, vulgar, con poco trasfondo, es el malvado, el que lo ejecuta. Este malvado al que las palabras no le llegan, que no puede ir más allá de las ideas que tiene clavadas en su mente.

      Sócrates: Pues ya estamos de nuevo en mi idea. Este malvado es un ignorante de la peor especie, porque cree saber, cuando en realidad no sabe. Y lo que es más grave, no reflexiona, no piensa o piensa mal.

      Arendt: Eso es lo que constaté. Por eso al final de mi libro escribí, tal cual, que Eichmann, sencillamente, no supo jamás lo que hacía. Que la banalidad del mal del genocida Eichmann y sus colegas de filas no obedecía a ninguna deliberación. No había pensamiento, no se ejecutaba el pensamiento. No era una actitud reflexionada. Ni siquiera podría decir que era antisemita. En otras circunstancias Eichmann hubiese hecho otras cosas. Hubiese sido un empleado modélico, eso sí.

      Zimbardo: Pues coincidimos en este punto.

      ↘ Doctora Arendt, dice usted que las gentes como Eichmann que cometen maldades no piensan. Eso es imposible, la cabeza no para de pensar.

      Arendt: No crea. Pero, para entendernos, primero tendríamos que saber qué es pensar.

      Sócrates: Llamamos pensar al discurso que el alma tiene consigo misma sobre las cosas que somete a su consideración. Pensar es poder detenerse ante lo que se hace o deja de hacer, evitar


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