Ideología y maldad. Antoni Talarn

Ideología y maldad - Antoni Talarn


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Yo diría que no pensar equivale a falta de conciencia.

      Arendt: Eso es. Y ese discurso, que no es un monólogo, nos lleva a aceptar lo que pensamos y hacemos o a sentir contradicción interna. Eso es lo habitual. Pero en los nazis esto no sucedía así. No había ni acuerdo ni desacuerdo, simplemente había ausencia de pensamiento. Eran idiotas morales, como señala el profesor Bilbeny, un colega mío. Es esto lo que yo entiendo por banalidad del mal: la falta de reflexión de los nazis, que también señaló Bettelheim. Les recuerdo que Albert Speer, ministro de Hitler, se vanagloriaba de mantener su equilibrio psicológico ante las cosas desagradables que pasaban, gracias a su tendencia a no pensar.

      ↘ Antes comentamos que Eichmann declaró que habría matado a su propio padre si se lo hubiesen ordenado. ¿Es esto un ejemplo de lo que nos está diciendo?

      Arendt: Sí, y hay muchos más. Eichmann se preguntaba una y otra vez en su juicio: ¿Pero, qué hay que confesar? sintiendo que él no había hecho nada ilegal. Por otra parte, cuando en prisión un guarda le prestó la novela Lolita, para que se distrajera leyendo, la devolvió indignado diciendo que era un libro malsano por completo.

      ↘ Asombroso, se indigna por una novela y no por sus acciones, que tantas vidas costaron.

      Arendt: Exactamente. También señaló en el juicio que el exterminio nazi fue un crimen, pero que negarse a cumplir aquellas órdenes hubiese sido inadmisible. Y el último de todos: cuando visitó algunos campos y vio escenas sádicas se sintió muy afectado, pero continuó haciendo su trabajo, como si tal cosa; satisfecho porque su empleo lo privaba de contemplar actos que eran demasiado fuertes para él. Creo que esto demuestra su falta de pensamiento. Y con esto me despido de ustedes. Muchas gracias por concederme estos minutos.

      ↘ Muchas gracias a usted. Creo que nos ha aclarado mucho sus ideas. Impresionantes estas declaraciones de Eichmann, ¿no les parece?

      Freud: Impresionantes, sí. Pero, como psicoanalista, creo que la doctora Arendt no acabó de penetrar a fondo en el psiquismo de Eichmann.

      ↘ Bueno, ella no era psicoanalista.

      Freud: Por supuesto, no lo decía como una crítica. Pretendía señalar, tan solo, que su estudio era meramente descriptivo, no explicativo y que el psicoanálisis tiene algo que decir aquí.

      ↘ Tiene usted la palabra, pues.

      Freud: Gracias. Creo que la conducta cruel, no empática, exhibicionista y narcisista; —recordemos que Eichmann fue un gran fanfarrón que se atribuía ideas que no eran suyas—, esta conducta, decía, y la de muchos otros insertos en regímenes totalitarios, se debe a lo que en psicoanálisis se llama perversión.

      ↘ ¿Perversión? ¿Pero esto no se refiere a los temas de índole sexual?

      Freud: Hoy día el término incluye otras facetas. No puedo entrar en detalles pero nosotros hablamos hoy día de una organización relacional perversa, un modo de funcionar mentalmente que conlleva un estilo particular de relación con uno mismo y con los demás.

      ↘ ¿Nos puede traducir todo esto, por favor?

      Freud: Lo intentaré. Como decía Fromm hace un rato, tenemos necesidades de orientación, raigambre y unidad. Esto explica por qué todos influimos y somos influidos en nuestro pensar y sentir por los demás. Podemos llegar a compartir emociones, pasiones, valores y formas de ver el mundo. Si todo va bien, influimos y nos dejamos influir de un modo ecuánime, suave, por así decirlo. Pero, en según qué circunstancias, esta influencia opera de otro modo. Más rotunda, intrusiva. Nos metemos en la mente del otro o se apropian de la nuestra. La palabra perversión indica que manipulamos al otro, que hacemos que se sienta de un determinado modo. Manipulamos el lenguaje, las emociones, la autoestima.

      ↘ Le vamos siguiendo, pero pónganos ejemplos, por favor.

      Freud: Mire lo que pasa en Corea del Norte, por ejemplo. Un pueblo que actúa como un robot, que no puede, porque no se le permite, pensar, informarse, decidir. Mire lo que pasa en la política actual, cómo se sigue votando a los corruptos una y otra vez. Observe cómo se tolera el capitalismo salvaje y cómo la gente cree que no hay más alternativa que trabajar para hipotecarse y consumir. Se ha impuesto un verdadero pensamiento único, atroz. Mire cómo actúa la publicidad, por ejemplo.

      ↘ Aquí hay mucha tela que cortar, pero todo esto ¿cómo lo relaciona con el mal y con Eichmann, que es de lo que estamos hablando?

      Freud: Eichmann era un tipo con graves carencias afectivas y, por tanto, un gran narcisista. Se dejó dominar por una ideología que le daba sensación de poder, de sentirse, al fin, unido a alguien. Era una ideología sádica, racista y asesina. Y él, a su vez, la aplicó inoculando a los judíos el temor, la indefensión, la despersonalización y la deshumanización. Formó parte activa de un régimen perverso, se relacionó consigo mismo y con los demás como un perverso. El perverso es malvado con los otros. En lugar de emplear el amor, el pensamiento, la confianza, el valor de los otros, se usa el sadomasoquismo, la envidia, la ideología, la suspicacia y el fetichismo; es decir, el tratar a los otros como cosas. Eichmann, por ejemplo, hablaba de trenes cargados con niños, como si se tratase del transporte de una mercancía cualquiera. Jomeini, con total convencimiento, declaró que en la revolución iraní de 1979, nadie había sido asesinado por los revolucionarios, ya que los que fueron ejecutados no eran hombres, sino perros criminales.

      ↘ ¿Pero esto es una cosa del individuo o de los sistemas?

      Freud: Unos y otros se combinan. Cuando hombres como Hitler, Franco, Pinochet o Stalin —en realidad todos ellos unos niños desgraciados y muy carenciados— llegan al poder, por el que sienten predilección dado su sentimiento de impotencia y poca autoestima, pasa lo que pasa.

      ↘ ¿Nos está diciendo que los grandes tiranos han sido niños carenciados, que su sentimiento íntimo es de impotencia y que por eso sienten ansia de poder?

      Freud: Es una hipótesis. Quizás no aplicable a todos los casos, pero sí a los que acabo de citar y algunos más. Mao, Saddam Hussein, Mussolini y algunos otros tuvieron graves carencias emocionales. Aunque la psiquiatría, en algunos casos, diga que son normales, para el psicoanálisis no lo son. Eichmann no era normal, lo normal es usar el pensamiento. Pero esta sutileza mental la psiquiatría de entonces no la supo ver. Tampoco la actual, por supuesto. No hace falta que les recuerde que la psiquiatría contemporánea sufre una obturación intelectual catastrófica y que es una psiquiatría sin mente.

      ↘ Y decía usted que si llegan al poder pasa lo que pasa ¿o sea?

      Freud: Pues que arrastran a un grupo de seguidores y, entre todos, ponen en marcha un sistema dictatorial o totalitario. Poco a poco, a través de proclamas, de un lenguaje manipulado y de apelar a las emociones más básicas, sobre todo en momentos delicados, se somete al pueblo. Este se atemoriza, se deja llevar, mira hacia otro lado y, resistencia aparte, actúa como colaborador. La gente obedece y deja de tener criterio. Ha pasado en todos los totalitarismos, y en menor medida, en todas las dictaduras.

      Fromm: Todo esto que usted acaba de decir es muy interesante. Explica los mecanismos psicológicos subyacentes a lo que yo he llamado proceso de conformidad automática. Un mecanismo muy habitual en la mayoría de las personas normales de la sociedad moderna. Se deja de ser y sentir como uno mismo y se adopta el estilo de sentir y hacer que proporcionan las pautas culturales. Por lo tanto, ese sujeto se transforma en un ser exactamente igual a todo el mundo y hace lo que se espera que haga. Eichmann es un ejemplo palmario. No hay diferencias entre las personas y desaparece el miedo a la soledad y la impotencia. Esta persona se ha transformado en un autómata, idéntico a otros millones de autómatas, pagando un precio: la pérdida de su personalidad. Entonces, si actuamos así, podemos tener pensamientos, sentimientos, deseos y hasta sensaciones que, aunque nos parecen nuestros, en realidad, nos han sido impuestos desde fuera. Hoy día, por ejemplo, esto es una obviedad si pensamos en cómo consumimos.

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