Tras medio siglo. Ramón Rosal Cortés
mundo académico. Los psicólogos creadores de nuevos modelos terapéuticos, o de variados tipos de procedimientos de intervención, difícilmente podían ver acogidas sus demandas para presentar sus experiencias y conclusiones en los Congresos o Jornadas promovidos por los dos colectivos que se encontraban en el poder. Las mismas dificultades se encontraban para publicar artículos en revistas, dando a conocer sus innovaciones. Muchos de los representantes de nuevos modelos terapéuticos estrenaron la experiencia de dar a conocer sus aportaciones, gracias a la actitud acogedora y respetuosa del pluralismo que caracterizó a los congresos nacionales o internacionales de Psicología Humanista que tuvieron lugar en los años setenta y ochenta del siglo pasado. Entre los muchos modelos de psicoterapia –o, simplemente, técnicas terapéuticas– que rechazaban explícita o implícitamente los enfoques atomistas, o reduccionistas, o mecanicistas, o deterministas, y que en algún grado destacaban la eficacia de lo experiencial por encima de lo informativo en la sesión terapéutica, destacaron, además de la Psicoterapia centrada en la persona, de Carl Rogers, y la Psicoterapia Existencial de Rollo May e Irvin Yalom, la Psicoterapia de la Gestalt de Perls –mal llamada la Gestalt–, el Análisis Transaccional de Berne, la Psicosíntesis de Assagioli, el Focusing de Gendlin, y la Bioenergética de Lowen, entre otros muchos. Todos ellos podían considerarse integrados en el Movimiento de la Psicología Humanista y, gracias a la favorable acogida que encontraron en éste, pudieron encontrar ayudas para darse a conocer y difundirse.
Sin embargo, la realidad es que una parte de los psicoterapeutas implicados en estos modelos –y, por ello, supuestamente humanistas– no han sabido actuar con coherencia respecto a las convicciones y aspiraciones de los iniciadores del Movimiento. Además, no pocos de ellos las han desconocido. Han caído en algunas de las actitudes o actuaciones de las que aquellos iniciadores compartieron su rechazo. Por ejemplo: manifiestan algún tipo de interpretación reduccionista, o determinista, o una actitud de escuela como “sistema cerrado”, o centramiento excesivo sólo en lo patológico. Por ello no pueden considerarse psicoterapeutas humanistas, utilicen o no este calificativo.
2º Despreocupación respecto al diálogo académico
Otro error que han cometido bastantes psicoterapeutas humanistas consiste en la excesiva despreocupación por la formación teórica, por el diálogo con las instituciones académicas, y por la investigación científica, dando con ello pie a la desconfianza por parte de los profesores universitarios
Ha sido, indudablemente, un acierto que en los centros o institutos para la formación en cualesquiera de los diversos modelos de línea humanista-existencial haya prevalecido, en general, el tiempo dedicado a la formación práctica y experiencial; es decir, al hecho de experienciar, por parte de los alumnos, la práctica de variados procedimientos de intervención –fuesen verbales, o con actividad imaginaria, o psicocorporales–, y comprobar sus posibles efectos sobre sí mismos, para su crecimiento personal o, en ocasiones, para la terapia respecto a algún posible síndrome psicopatológico o trastorno de personalidad.
Pero hay que considerar un error que, por el hecho de reconocer la importancia de la parte práctica de la formación, se haya –en ocasiones- desatendido la formación teórica. Haber reducido la formación a la vivencia de una colección de técnicas terapéuticas, sin haber ofrecido información, por ejemplo, sobre: a) tipos de problemas y de pacientes para los que puedan ser apropiadas; b) fase de la terapia en la que resultan procedentes; c) requisitos para su correcta aplicación, etcétera. Asimismo, información sobre los contenidos teóricos del correspondiente modelo terapéutico respecto a: a) cómo se entiende la meta de la terapia; b) cómo se actúa para lograr una relación terapéutica satisfactoria entre el profesional y el paciente; c) qué principales estrategias se utilizan en ese modelo; d) qué técnicas verbales, o imaginarias, o psicocorporales –incluidas otras procedentes de distintos modelos terapéuticos– podrán armonizarse con los fundamentos teóricos implicados; e) también sería conveniente adquirir un conocimiento suficiente sobre: cómo se entiende en el modelo la personalidad sana, frente a la patológica, lo mismo sobre los procesos sensoriales, emocionales, cognitivos y conductuales (o práxicos). Y todos estos contenidos teóricos, ¿cómo se han justificado? ¿qué experiencias y razones se han ofrecido por parte de los autores del modelo?
Es decir, la formación no consiste sólo en practicar una colección de recetas supuestamente terapéuticas, aceptadas por una actitud de credulidad basada a veces en el poder seductor del formador. El formando debería lograr un conocimiento inteligente y práctico de ese modelo, de sus fundamentos teóricos, enriquecidos por su experiencia personal.
Este mismo autor, catedrático en Yale, del que ya he mostrado su capacidad de autocrítica respecto a la tradición científica, lamenta, por otra parte, el desinterés de los psicólogos humanistas respecto a lo científico.
Muchos psicólogos humanistas están tan abiertos en pro del modelo humano de hombre que hacen caso omiso del aspecto de la observación sistemática de la ciencia. Al tratar su modelo a la luz de su experiencia cotidiana o de la práctica clínica, pasan por alto que gran parte de los testimonios sistemáticos de la ciencia no desdicen de su materia (Ibidem, p. 23).
Y refiriéndose a Maslow, del que reconoce su preparación y experiencia científica y elogia algunas de las técnicas de observación que ideó para medir la sensibilidad personal para los estilos artísticos, sin embargo se lamenta de que dejase sin concluir algunas de sus interesantes investigaciones, o las concluyera con informes finales insuficientemente convincentes, incluido su interesante estudio sobre las personas autorrealizadas.
3º Eclecticismo tecnológico indiscriminado
La integración metodológica, en el propio modelo terapéutico, de procedimientos de intervención procedentes de otros modelos, se ha señalado como uno de los logros que ha podido incrementar el poder terapéutico de las intervenciones. Ahora bien, en no pocas ocasiones esta intervención tecnológica se ha llevado a cabo de forma indiscriminada y precipitada, sin haberse planteado algunas cuestiones previas como las siguientes: ¿Implica esta técnica unos presupuestos teóricos incompatibles con una psicoterapia humanista? ¿Implica, por ejemplo, unos presupuestos reduccionistas, o atomistas, o mecanicistas, o deterministas? En este caso se deberá comprobar si puede resultar factible practicar determinado procedimiento de intervención desprendiéndolo de tales presupuestos teóricos incompatibles. Por ejemplo, si un psicoterapeuta tiene interés en utilizar procedimientos de las denominadas “Constelaciones Familiares” de Bert Hellinger ¿es consciente del carácter claramente determinista de los presupuestos teóricos de este modelo? ¿se ha planteado si sería factible utilizar sus técnicas desprendidas de esos presupuestos? Prescindir de plantearse estas cuestiones y de comprobar si puede resolverlas constituiría caer en el error de un eclecticismo tecnológico indiscriminado.
Se puede señalar otro ejemplo, respecto a la integración de la Programación Neurolingüística de Bandler y Grinder. Esta metodología ofrece técnicas de indudable poder psicoterapéutico, según han podido comprobar desde hace treinta y cinco años los psicólogos del Instituto Erich Fromm de Psicoterapia Integradora Humanista. Ahora bien, dado el poder que tienen sobre el psiquismo del paciente, pueden ser practicadas de forma muy manipulativa, provocando cambios contrarios a la voluntad del paciente. Hay declaraciones de sus creadores que invitan a este tipo de actuación. Es evidente que ello es incompatible con una psicoterapia humanista. Además, el tipo de relación que ejercían los fundadores ya colocaba al paciente en una posición de clara inferioridad, pasividad y dependencia respecto al terapeuta. Estas actitudes son claramente incompatibles para una relación terapéutica de orientación humanista-existencial, en la que el paciente tiende a ser el auténtico protagonista de su experiencia de cambio curativo con la ayuda del experto profesional.
A la hora de integrar métodos o técnicas procedentes de otros modelos constituye un error –relacionado con lo anterior– haber caído a veces en una credulidad precipitada ante toda novedad terapéutica, sobre todo si se está convirtiendo en una moda, gracias a su eficiente marketing.
4º “Emocionismo”
Otro error nada infrecuente ha sido el paso de la libre y saludable expresión emocional al “emocionismo”.
Ya hace veintiocho años, en