Tras medio siglo. Ramón Rosal Cortés
todas las personas, problemas y circunstancias, y por ello se sienten llamados a mantenerse receptivos y dialogantes respecto a las aportaciones que desde otros modelos o paradigmas pudieran ser integradas en forma coherente y que pudieran hacer más efectivo el tratamiento. A la vez ejercitan una actitud vigilante respecto a las propias afirmaciones, y de atención a contrastarlas con la constante retroalimentación que la experiencia va proporcionando. La integración con otros modelos o teorías se podrá dar de forma diferenciada, pudiendo integrar algunos modelos en forma prácticamente total, respecto a alguna de sus posibles escuelas o variantes, o casi total respecto a los que se diferencian por algunos matices de tipo metateórico, o teórico. Respecto a otros se pueden integrar a un nivel inferior, estratégico y desde el punto de vista técnico de los procedimientos de intervención. Cabe la posibilidad de un eclecticismo tecnológico, es decir, la libertad de tomar de cualquier modelo las técnicas que se considere que –aún sin tener el significado que el contexto de su modelo le confiere– puedan ser redefinidas en forma coherente e integrada, y tengan un pronóstico de efectividad dentro del propio modelo. Desde sus orígenes, esta actitud metodológicamente integradora fue practicada por algunas escuelas de la Psicoterapia de la Gestalt, del Análisis Transaccional, y de la Psicosíntesis, entre otras. En el modelo de Psicoterapia Integradora Humanista (Gimeno-Bayón & Rosal, 2001; 2017), se integran teorías y/o técnicas procedentes de más de veinte modelos. Esta práctica que en los años cincuenta y sesenta del pasado siglo fue descalificada por los partidarios, entonces, de escuelas autosuficientes, hoy se ha extendido también entre algunos psicólogos conductual-cognitivos y psicoanalíticos.
10º Priorizar el vínculo terapéutico
En los años que surgió el Movimiento de la Psicología Humanista, al tema de los requisitos para una buena relación terapéutica no se le concedía un carácter prioritario. Otto Rank fue un precursor de esta cuestión, a la vez que el introductor del término “psicoterapia”, al cual sucedió Rogers. A partir de éste fueron muchos los psicólogos humanistas de diferentes métodos psicoterapéuticos que reconocieron la importancia de las tres actitudes rogerianas de la aceptación incondicional positiva, la empatía y la autenticidad, no sólo a título de exigencias éticas que enmarquen la relación sino como indispensables para que pueda surgir una alianza eficaz (Lafferty, Beutler y Crago, 1990). A la vez se entendió que la vinculación terapéutica debe estar atenta, en forma idiosincrásica, a las perturbaciones en el vínculo que presente la persona, a las hipotéticas causas de la misma, y a proporcionarle unas experiencias globales (emocionales, cognitivas, corporales, práxicas, interaccionales) diferentes de aquéllas que contribuyeron a la creación de la perturbación y que sirviesen para que el paciente construyese en forma alternativa sus interacciones.
Fueron muchos otros los autores de modelos psicoterapéuticos humanistas que se ocuparon de esta cuestión, y que señalaron otras diversas actitudes favorecedoras de la adecuada relación terapéutica, entre otros los de la Psicoterapia Existencial, la Psicoterapia de la Gestalt, y el Análisis Transaccional. En un artículo sobre esta cuestión (1986b) ya se hizo referencia a las siguientes once –incluidas las tres rogerianas–: 1) Considerar al cliente como una personalidad singular e irrepetible; 2) Confianza en las capacidades psíquicas del cliente para un comportamiento creativo en el proceso terapéutico; 3) Ser consciente de los límites de todo modelo psicoterapéutico; 4) Conciencia de las propias limitaciones psíquicas; 5) Evitación de la actitud de Salvador, en el sentido en que Karpman (1968), acuñó este término; 6) Actitud no favorecedora del establecimiento de una neurosis de transferencia entre terapeuta y cliente; 7) Apertura o receptividad respecto a cualquiera de las dimensiones de la conducta del cliente, y a las vivencias emocionales y cognitivo-intuitivas de la creatividad del terapeuta; 8) Comprensión empática; 9) Resonancia somática en el sentido en que Boadella se refiere a ésta:
En mi trabajo el terapeuta trata de estar en contacto con sus propios sentimientos, manteniendo su propio cuerpo vivo, como un foco de sintonización con el paciente. El cuerpo del terapeuta es como un sintonizador para ser sensible a las señales que da el paciente que no son verbales y para ser transmisor limpio de señales no verbales al paciente, o sea que mantiene su cuerpo abierto a recibir y a transmitir (Boadella, 1985, p. 67).
10) Consideración positiva incondicional, o calidez no posesiva; 11) La congruencia o autenticidad.
Después de cincuenta y pico años, parece que el reconocimiento de la importancia de los requisitos para una buena relación terapéutica es algo que comparten una proporción importante de los profesionales, se encuentren o no relacionados con la Psicología Humanista.
11º Facilitar la vivencia experiencial en la sesión
Otro logro a destacar es el de haber facilitado la actividad experiencial en la sesión terapéutica, proponiendo para ello la realización de ejercicios adecuados para cada caso.
Con la excepción de la Terapia Centrada en la Persona, de Carl Rogers, la gran mayoría de psicoterapeutas humanistas recomiendan al terapeuta un papel activo que, a la vez que escucha empáticamente al cliente, interacciona con él haciéndole propuestas de exploración concretas, separándose en ello de la no directividad del enfoque rogeriano y situándose a medio camino entre esa no-directividad y el autoritarismo, es decir, lo que se llama un estilo “democrático” que –por otra parte– parece el más efectivo (Lewin, Lippit & White, 1939), al menos en lo que se refiere a la psicoterapia grupal.
Mayoría de psicoterapeutas humanistas basan la eficacia del cambio terapéutico en el hecho de proponer al cliente, a lo largo de las sesiones, experiencias en el “aquí y ahora” que pongan de relieve la inconsistencia o disfuncionalidad de sus patrones de comportamiento y faciliten el hallazgo de otros nuevos más funcionales. Este tipo de confrontación no se realiza desde la directividad del terapeuta ni desde interpretaciones externas, sino desde el propio estilo del vínculo, y desde planteamientos indirectos, tales como el estímulo hacia la exploración de nuevos aspectos, o las preguntas dirigidas a que se repare en aquellos niveles de su experiencia que está obviando, o guiándole hacia una nueva elaboración subjetiva coherente y, en definitiva, llevándole a que integre los aspectos escindidos de sí mismo y de su mundo interno.
12º Resaltar el papel del hemisferio cerebral derecho
Haber concedido una importancia relevante, en la terapia, al papel de las funciones relacionadas con el hemisferio cerebral derecho es otro de los logros de la Psicología Humanista.
Esto se debe a que en las psicoterapias humanistas –en mayoría de los modelos– se considera que la empatía emocional, la actividad imaginaria, y la intuición son procesos psicológicos con gran potencia en la sesión terapéutica. La importancia de las emociones en el proceso ha sido enfatizada recientemente por Greenberg (Greenberg & Korman, 1993; Greenberg, Rice & Elliot, 1996). Aparte de ello, es en este nivel, junto con el de relación, en el que se suelen plantear las quejas –más en términos de “me siento mal” que en los de “pienso en forma disfuncional”– y es habitual ese énfasis en las terapias que se mueven en el marco de la Psicología Humanista, al igual que la dimensión corporal. Lo mismo ocurre con la intuición, tanto desde las técnicas gestálticas que fomentan un corte de la visión lógica de la realidad para romper la relación fondo/figura que ha quedado rigidificada –y permitir la reorganización de la experiencia mediante un proceso de “pensamiento productivo” (utilizando la terminología de Wertheimer, 1968), como desde el uso de ese pensamiento intuitivo –el llamado Pequeño Profesor, o también “la visión marciana” (Berne, 1974)– y la fantasía en el Análisis Transaccional, y en las oniroterapias (los modelos terapéuticos que utilizan con gran predominio los procedimientos de intervención con imágenes y fantasía). Sobre la implicación de los potenciales del hemisferio cerebral derecho en la psicoterapia y en especial el poder terapéutico de la actividad imaginaria, ya se informó en otros lugares (Rosal, 2013 y 2015).
El creciente reconocimiento de la validez de la teoría sobre la diferenciación de funciones de los hemisferios cerebrales (Bogen, 1969; Gazzaniga, 1970; Gazzaniga & Ledoux, 1978; Kimura, 1973; Ley, 1983, 1984; Ley & Bryden, 1979; Sperry & Gazzaniga, 1967), ha tenido, como una de sus manifestaciones, que se le concediera a Roger W. Sperry, por los logros de sus investigaciones en esta materia,