Tras medio siglo. Ramón Rosal Cortés

Tras medio siglo - Ramón Rosal Cortés


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complementariedad de actitudes o percepciones se requiere, según May, tanto en el terapeuta, como en el científico de la psicología, como en todo ser humano que quiera respetar en su vida cotidiana la complejidad de la realidad humana, sin negar ni su vertiente condicionada y manipulable, ni la zona de su libertad o creatividad. Según May, la libertad equivale a la capacidad de vivenciar de forma dialéctica ambas vertientes en uno mismo. Tiene presente la afirmación del físico Heisenberg cuando le subrayó que consideraba una ilusión la creencia en la posibilidad de observar la naturaleza como un objeto externo separado del sujeto y se lamentó de que en la Psicología se fomente esta actitud, cuando en esta ciencia, al tener que utilizar el investigador los mismos procesos cuyos mecanismos y estructuras trata de descifrar, la simplificación que se produce resulta incomparablemente más grave que en la física.

      Notemos que May recalca la complementariedad de ambos enfoques como un requisito también en el trabajo científico, acercándose mucho su posición conciliadora a la de Rogers. Una vez más no aparece ningún menosprecio a la posible aportación científica objetivadora del psiquismo humano. Este autor se sitúa, según su propia declaración, dentro de la tradición del filósofo y psicólogo William James, en cuyo pensamiento se encuentran grandes afinidades con el enfoque existencial compaginadas con una actitud respetuosa de la objetividad científica. En James se había simultaneado la elaboración de la psicología descriptiva con la explicativa.

      James trató de preservar el carácter de complemento mutuo de ambos puntos de vista, cosa que sólo es posible sobre la base de una teoría del hombre en tanto fuente integral de la experiencia, de una teoría de un modo original de existir, de una fenomenología del mundo experienciado, fenomenología implícita en James (van Kaam cit. en May, Allport, Feifel, Maslow & Rogers, 1963, p. 14).

      El enfoque existencialista de James se manifiesta por ejemplo cuando afirma que una verdad no pasará de ser una mera idea abstracta a menos que el sujeto a quien llegue pueda experimentarla o vivenciarla auténticamente en los distintos niveles de su ser. Sólo así constituirá una verdad operativa con capacidad transformadora. Ahora bien, May no comparte el extremismo sartriano reflejado por ejemplo en la declaración: “Somos lo que elegimos”. De hecho May sigue reconociendo la validez del enfoque científico objetivo, “la validez de las consideraciones basadas en el condicionamiento, la formulación de los impulsos, el estudio de los distintos mecanismos, etcétera” (Ibidem), lo que rechaza es la pretensión de poder alcanzar una imagen aceptable sobre el ser humano a partir únicamente de tales métodos.

      Refiriéndose a la conocida polémica entre Skinner y Rogers, considera que en ambos -aunque sus críticas se dirigen más bien hacia el primero- se produce un proceso de simplificación por no asumir las dos dimensiones del dilema. May no acepta que la experiencia subjetiva -y el control interno- queden plenamente subordinadas al control externo como hecho inevitable, aparte de las situaciones de laboratorio y hospital. Considera que la terapia ofrece pruebas constantes de que los individuos reaccionan ante su medio de una forma que tiene relación con su experiencia interna, con sus vivencias pasadas, y que realizan una interpretación del medio a través de sus símbolos, esperanzas y temores (May, 1978, p. 32). Sin embargo, tampoco acepta la posición de Rogers en dicho debate al reducir lo significativo únicamente al control interno. La hipótesis de Rogers según la cual todo ser humano es, en el fondo, altamente racional, realista, siempre que haya podido experimentar una relación interpersonal satisfactoria -caracterizada por la “congruencia”, el respeto y la aceptación de todos los sentimientos- lleva consigo el peligro de perder la capacidad de percibir el lado irracional y no libre del individuo. De hecho, en la experiencia terapéutica rogeriana con esquizofrénicos, llevada a cabo en la Universidad de Wisconsin, May y otros jueces de las grabaciones constataron la dificultad de los rogerianos para reconocer la presencia de comportamientos hostiles o agresivos, lo cual condujo incluso a Rogers a preguntarse si se debía a una falta de conciencia de los propios sentimientos negativos de los terapeutas. El mismo Rogers posteriormente hace declaraciones que manifiestan su acuerdo sustancial con la postura de May; y la necesidad de aprender a vivir aceptando el dilema:

      Es mi convicción que parte de la vida moderna reside en enfrentarse a la paradoja que afirma que visto desde cierta perspectiva el hombre es una máquina compleja [...]. Por otra parte, en otra dimensión de su existencia el hombre es subjetivamente libre; su elección personal y su responsabilidad dan cuenta de su propia vida (Cit. en May, 1978, pp. 36s.).

      3º Atención a lo específicamente humano

      Otro logro de la Psicología Humanista es el de haber prestado especial atención a las experiencias y actividades específicamente humanas, por ejemplo: voluntad, amor, captación y vivencia de valores éticos, vacío existencial, experiencias transpersonales (horizontales y verticales), “experiencias cumbre”, etcétera.

      En el famoso Congreso de Old Saybrook, en el que participaron los principales teóricos de la personalidad americanos como: Allport, Murray, Murphy, Kelly, como también los fundadores del Movimiento de la Psicología Humanista: Maslow, Rogers, y otros, no faltaron destacados conductistas como Hebb. Una de las críticas que éste dirigió a la Psicología Humanista se refirió al hecho de que se dedicase a enseñar aspectos de la vida humana como “aprender a vivir con los demás, aprender a hacer el amor, aprender a no crearse enemistades”. May le respondió así, según informó en la Conferencia Inaugural del Congreso de Psicología Humanista de Roma (1981):

      No dudo que Hebb tenga razón cuando dice que estos aspectos no forman parte de la psicología tradicional, pero en lo que no estoy de acuerdo es que no formen parte de la psicología tal como ella debería ser. Si el porvenir probase que tuvo razón, que la psicología no puede tratar los problemas de la vida, del amor, de la amistad, entonces yo seré el primero en dejar la psicología, porque yo estoy allí para mis pacientes, para seres humanos, y rehúso subordinar los seres humanos a la ciencia (May, 1986, p. 34).

      Con ello insistía en lo que ya desde el principio habían querido los fundadores del Movimiento: ocuparse de las experiencias específicamente humanas. Sobre éstas escribían algunos periodistas y algunos filósofos, pero en aquellos años no era normal que acaparasen la atención de psicólogos, psiquiatras y psicoterapeutas en sus investigaciones con ratas u otros animales. Y respecto a algunas experiencias especiales, como las espirituales o transpersonales, eran precipitadamente calificadas como psicopatologías por los psiquiatras.

      Irvin Child, psicólogo científico y catedrático en la Universidad de Yale, reconocía lo siguiente:

      El más grave de todos los defectos que desdora gran parte de la tradición científica en la investigación de la psicología es el conato por excluir del campo de la psicología la experiencia o conciencia (Child, 1975, p. 17).

      Los psicólogos humanistas-existenciales, en sus teorías sobre los procesos psicológicos (emocionales, cognitivos, conductuales) y sobre la personalidad no dependían de tales limitaciones metodológicas.

      4º Recuperación del potencial de la voluntad

      Otro logro de la Psicología Humanista ha sido el de haber recuperado la importancia de la voluntad –no en sentido victoriano– como potencial nuclear de la conducta humana.

      Es sorprendente cómo a lo largo de la historia de la psicología –primero filosófica y luego también científica– perduró la atención intelectual sobre el potencial humano volitivo, aparte de los sensoriales, cognitivos y afectivos. Sin embargo se produjo en la psicología un paréntesis largo, después de Freud, durante el cual desaparece el capítulo sobre la voluntad en los tratados de psicología.

      Cuando William James publica en 1890 su obra fundamental Principios de Psicología, el tema de la voluntad ocupa todavía un espacio digno. En la edición española son setenta y ocho las páginas dedicadas a este potencial humano (sobre un total de mil cien páginas). El desprestigio del tema de la voluntad, que se fue produciendo después de Freud, no había influido todavía en James. Sin embargo, a medida que pasan los años, este tema va desapareciendo de los tratados de Psicología General. Señalemos alguno como muestra. Los Elementos de Psicología, de David Krech, Richard Crutchfield y Norman Livson, cuya primera edición apareció en 1969 y que en la edición


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