Tras medio siglo. Ramón Rosal Cortés
calor, contenido, imaginación, la frescura de un juego de niños y riqueza. La voluntad presta al deseo orientación y madurez. La voluntad protege al deseo, permite que éste siga existiendo sin que se corran riesgos demasiado grandes. Pero sin el deseo la voluntad pierde su sangre vital y tiende a agotarse en la autocontradicción. Si se tiene sólo voluntad y no deseo nos hallamos frente al hombre neopuritano, victoriano, reseco. Si se tiene sólo deseo y no voluntad tenemos a la persona infantil, carente de libertad que es empujada por fuerzas ajenas a ella, la persona adulta que permanece siendo niño y que puede convertirse en el hombre robot (May, Ibidem, pp. 177s.).
Tras la atenta lectura de esta selección de ideas de Rollo May sobre la voluntad, constatamos que en aquellos procedimientos psicoterapéuticos del Análisis Transaccional –combinados con técnicas gestálticas y con actividad imaginaria- tal como quedan integrados en el modelo de Psicoterapia Integradora Humanista, se facilita la toma de decisiones –normalmente “redecisiones”- en las que no se da el peligro de un acto de voluntad “victoriano”, despreocupado de proteger e integrar las tendencias o deseos. La decisión final –o “redecisión”- de la voluntad se ejecuta ciertamente desde el llamado en Análisis Transaccional “estado Adulto del yo”, pero tras una escucha atenta de las necesidades, deseos o motivaciones del estado Niño. Se escuchan también los sentimientos, intuiciones y recomendaciones del estado Padre, a veces en conflicto con los del estado Niño. La decisión final no constituye un acto represor, sino una síntesis armonizadora e integradora que permite proteger, escuchar y atender las voces procedentes de la compleja singularidad de la persona y finalmente, descubrir cuál sea la decisión que, aquí y ahora, resulte auténtica (desde el Niño), protectora y nutricia para uno mismo y para otros (desde el Padre) y lúcida (desde el estado Adulto). Se trata de una decisión que no cae en ninguno de los dos peligros opuestos señalados por May, porque ni “pierde su sangre vital”, ni constituye la decisión de una “persona infantil, carente de libertad”.
A partir del reconocimiento del potencial humano de la voluntad, con capacidad para tomar decisiones libres –de no ser “hombres o mujeres robots”, los psicólogos existencial-humanistas reconocen la importancia del sentimiento sano de culpa por parte de la persona que se percata de haber practicado –o esté practicando en la actualidad– conductas perjudiciales para el bienestar y el crecimiento personal de uno mismo, de otros, o de las instituciones. Asimismo, respecto a conductas y actitudes que van en contra del bien común. Valorando la contribución de Freud respecto a los perjuicios causados por la “culpa neurótica”, los psicólogos humanistas de línea existencial no quieren caer en la ingenuidad rousseauniana que podemos denominar “inocencia neurótica”. Ni quieren caer en el reduccionismo de reducir a trastornos psicopatológicos todas las conductas contrarias a la Ética, practicadas libremente.
5º Admitir la creatividad y la capacidad de elección
Se puede considerar un quinto logro de la Psicología Humanista el haber reconocido la capacidad de elección y de creatividad frente a concepciones psicológicas mecanicistas y deterministas preponderantes en los años cincuenta y sesenta del siglo XX.
Los iniciadores del movimiento de la Psicología Humanista –diferentes entre sí en sus concretas teorías psicológicas y psicoterapéuticas– compartían su clara discrepancia sobre los enfoques mecanicistas y deterministas predominantes en su entorno. La conducta humana consistía siempre, según esos enfoques, o en reacciones a partir de estímulos, siguiendo las leyes del condicionamiento clásico u operante (conductismo), o en la expresión o transformación de dos impulsos de base psicofisiológica (psicoanálisis).
Tal como muchos autores destacaban el poder de esos factores en toda trayectoria vital humana, daba la impresión de que se implicaba una imagen de “hombre robot” (o de organismo meramente reactivo) (Bertalanffy, 1976), y de que resultaba difícil admitir la posibilidad de decisiones lúcidas y libres, a no ser que se tratase de vidas humanas excepcionales y que habrían requerido largos años de un psicoanálisis o una psicoterapia profunda. Concepción que Murray en su crítica la describió con claridad en la forma que ya se señaló anteriormente, cuando se negaba a aceptar el ser humano entendido en forma determinista como una computadora, un niño o un animal, y en que no hay “ningún fundamento en absoluto para la menor esperanza de que la raza humana pudiera salvarse de la fatalidad a la que hoy se enfrenta” (Murray, cit en Bertalanffy, 1976, pp. 216.).
El biólogo y teórico de la ciencia Ludwig von Bertalanffy –creador de la Teoría General de los Sistemas– que, a pesar de las características de su entorno científico, se mantuvo al margen de todo reduccionismo fisiológico al explicar el psiquismo humano, se lamentó del determinismo implicado en la mayoría de las teorías psicológicas de su época.
El modelo de hombre como robot ha sido inherente a todos los campos de la psicología y la psicopatología, y a teorías y sistemas por lo demás diferentes o antagónicos: a la teoría de E-R del comportamiento, a la teoría cognoscitiva en lo que ha sido llamado el “dogma de la inmaculada percepción”, a las teorías del aprendizaje –pavlovianas, skinnerianas, o con variables de por medio–, a diversas teorías de la personalidad, al conductismo, el psicoanálisis, los conceptos cibernéticos en neurofisiología y en psicología, y así sucesivamente (Bertalanffy 1976, p. 200).
Y se congratuló de las primeras aportaciones de línea humanista presente también en las escuelas neofreudianas y nuevos enfoques cognitivos, entre otros.
Así, resulta necesario un nuevo modelo del hombre, y en verdad va surgiendo lentamente de tendencias recientes en psicología humanística y organísmica. El hincapié en el lado creador de los seres humanos, en la importancia de las diferencias individuales, en aspectos que no son utilitarios y están más allá d los valores biológicos de subsistencia y supervivencia; todo esto y más está implícito en el modelo del organismo activo. Estas nociones son fundamentales en la reorientación de la psicología que se está presentando hoy; de ahí el creciente interés que despierta la teoría general de los sistemas en psicología y especialmente en psiquiatría.
En contraste con el modelo del organismo reactivo expresado por el esquema de E-R –la conducta como satisfacción de necesidades, relajamiento de tensiones, restablecimiento del equilibrio homeostático, interpretaciones utilitarias y ambientalistas, etcétera–, preferimos considerar el organismo psicofísico como un sistema primariamente activo. Creo que no hay otra manera de considerar las actividades humanas. Por mi parte, soy incapaz de ver, por ejemplo, cómo las actividades culturales y creadoras de toda índole pueden considerarse “respuestas a estímulos”, “satisfacción de necesidades biológicas”, “restablecimiento de la homeostasis”, y así por el estilo (Ibidem, pp. 202s.).
En la primera obra colectiva importante de autores implicados en el surgimiento de la Psicología Humanista –editada por James F.T. Bugental (1967), Challenges of Humanistic Psychology– no faltó un capítulo de Bertalanffy: The world of science and the world of value. En él se denunciaba los defectos de una educación –en sus distintos niveles, que no contribuía a formar personas libres, por centrar todas sus metas en lo utilitario, que al final tampoco tenía las consecuencias prácticas esperadas. Refiriéndose a una educación para el cultivo de la libertad y la vivencia personal de valores decía: “La meta de la educación […] no es producir autómatas sociales mantenidos en adaptación y sumisión por condicionamiento” (Bertalanffy, 1974, p 343).
Actualmente se puede afirmar que los presupuestos antropológicos mecanicistas y deterministas predominantes a mediados del siglo pasado han experimentado una notable disminución en las teorías principales del colectivo de los psicólogos. Los sucesores del conductismo, me refiero a los conductual-cognitivos y a los cognitivo constructivistas, han mantenido de aquél sus procedimientos metodológicos experimentales y observacionales, pero no aceptaron la marginación de los procesos mentales en sus investigaciones, y en su mayoría no comparten el rígido enfoque mecanicista y determinista de aquéllos. Asimismo, buena parte de los psicoanalistas –aunque eviten declararlo dada su veneración hacia su maestro Freud– se han ido distanciando notablemente de algunos de sus contenidos teóricos, entre otros de los que venían a anular –o casi– la capacidad humana de libertad. Así ocurrió ya por parte de Karen Horney, Erich Fromm, y Harry Sullivan,