Más patatas y menos prozac. Kathleen DesMaisons

Más patatas y menos prozac - Kathleen DesMaisons


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pero después de la seducción vino la caída. La vida te iba peor. Comenzaste a darte cuenta de esto, pero ya no podías detenerte. No solo dependías físicamente del efecto que estabas obteniendo; también dependías emocionalmente del olvido que te proporcionaba. Tus sentimientos dolorosos regresaban cuando el azúcar o los comportamientos desaparecían. Tu vida comenzó a venirse abajo.

      Al principio aparecieron pequeñas rasgaduras en la tela de tu vida; los bordes se deshilacharon un poco. Un día perdiste tu ­empleo y no supiste por qué; te sentiste como si fueras víctima de las intrigas de oficina o del azar. Todo lo que iba mal era culpa de otra persona o de alguna circunstancia ajena a ti: perdiste tu empleo porque la empresa hizo una reducción de personal. Perdiste a tu marido porque encontró a otra mujer. Tu esposa se fue sin ninguna razón. Tu pareja se puso en contacto con otra persona. Tus hijos no venían a visitarte porque eran egoístas o estaban demasiado ocupados con su propia vida. No obtuviste el ascenso porque estaba amañado de antemano. Pensabas que las causas de tus problemas eran tu marido, tu jefe, tu madre, tus hijos, tu vida, tu estrés, tu salud... No podías entender cómo podía ser que, trabajando tan duro como lo hacías y siendo tan diligente, tu vida pareciese estar cada vez más fuera de control.

      Eras incapaz de asumir la responsabilidad de lo que estaba sucediendo porque el azúcar provocaba que, literalmente, olvidases la conexión que había entre su consumo y sus consecuencias en tu vida. Todo lo que podías recordar eran los antojos. Llegado a ese punto, el impacto de tu dependencia comenzó a dirigir tu vida.

      El desmoronamiento siguió su curso. Los patrones de comportamiento derivados de tu sensibilidad innata al azúcar se veían potenciados por tu estilo de alimentación (o por el hecho de evitar comer).

      Una característica distintiva de una bioquímica altamente sensible dirigida por el azúcar es la sensación de merecimiento y culpa. Te sientes una víctima porque crees que tienes derecho a las cosas. Te dices a ti mismo: «Me merezco ________________. Me lo deben». Tal vez pienses: «Esta empresa debería darme ________________ porque soy pobre y trabajo mucho, y ellos ganan mucho dinero». Sientes que los demás te hacen cosas desagradables. No te responsabilizas por lo que sucede a tu alrededor porque no te sientes empoderado. Te sientes una víctima, indefenso ante los acontecimientos. Culpas al mundo exterior de lo que no funciona en tu vida.

      Recuerda que si naciste con un cerebro sensible al azúcar tu nivel de endorfina es bajo por defecto y que esto siempre ha sido así. Siempre te has sentido deficiente y has tenido dificultades para lidiar con el dolor. De manera que encontraste formas de compensarlo. Lo que comías, cuándo lo comías y cómo te comportabas se convirtió en una forma de lidiar con el dolor, al desencadenar la liberación de la relajante betaendorfina.

      Pero volvamos a tu historia. Te encontrabas en un punto en el que necesitabas cada vez más azúcar, y tu vida se estaba viniendo abajo. Tal vez probaste cien dietas y recuperaste el peso en cada ocasión. Quizá el alcohol formaba parte de tu historia y te uniste a Alcohólicos Anónimos. Probablemente fuiste a terapia o asististe a conferencias de autoayuda. Es posible que leyeras muchísimos libros. Te esforzarte para poner en práctica lo que aprendiste. Pero el problema de ser sensible al azúcar seguía estando ahí. Aunque estabas haciendo lo que se suponía que debías hacer y estabas comprometido con tu recuperación, los problemas reaparecían. Pensabas que se debía a que no estabas trabajando lo suficiente en tu recuperación. Te dijeron que la transformación se producía «a veces rápidamente y a veces lentamente», por lo que pensaste que en tu caso debía de ser lenta. La alegría que esperabas sentir en la vida te eludía. Parecía que las cosas seguían sin estar bien. Sabías que faltaba algo. Una voz en tu cabeza susurraba: «¿Es esto todo lo que hay?».

      Es posible que ahora te encuentres en este punto. A pesar de toda tu dedicación y todo tu esfuerzo, es posible que tu autoestima aún esté baja y que te sientas deprimido o ansioso a menudo. Aunque parezca que deberías sentirte genial, la mayor parte del tiempo no es así. Tal vez tengas éxito económico, una pareja amorosa, unos hijos que te quieren, unos padres cariñosos y unos amigos afectuosos. Cuentas con amor y apoyo en tu vida. Pero por dentro temes que todo pueda desaparecer. Aún te sientes algo desconectado de quienes te rodean, y en ocasiones te sientes aislado y solo. A veces sacudes la cabeza con incredulidad; te preguntas cómo es posible que estés viviendo las cosas de esta manera.

      No te sientes mal contigo mismo todo el tiempo. En ocasiones estás listo para conquistar el mundo. Otras veces piensas que tu vida no tiene sentido. El hecho de tener una autoconfianza y una autoestima tan evasivas, tan impredecibles, puede ser una locura. No tiene sentido.

      En tus oraciones o meditaciones, comienzas a anhelar comprensión. Algo en tu corazón se abre. Quieres más. Es un anhelo más suave que el que tenías cuando querías dejar de beber.

      Creo que lo que anhelas es la forma en que eran antes las cosas, cuando estabas en la infancia y tenías esa conexión increíble con el universo, antes de que te sintieras herido y empezaras a acudir al azúcar o al alcohol, o a mostrarte irascible, para controlar el dolor. Tenías una sensibilidad apasionada e intensa hacia la vida, y experimentabas el mundo como un lugar maravilloso y alegre. Esa memoria sigue alojada en tus células. No se ha ido; todo lo que ocurre es que está tapada por tus medidas de escape y por el hecho de que tu bioquímica está desequilibrada.

      Los pasos que se describen en este libro pueden devolverte lo que echas de menos. El solo hecho de no tomar azúcar, alcohol o drogas no cura el cerebro sensible al azúcar. Por eso, cuando decidiste prescindir de tus viejos analgésicos, la vida sin ellos pasó a ser horrorosa. ¿No sería maravilloso sanar la causa original que te condujo a necesitar esos analgésicos? ¿No sería increíble sanar lo que hay debajo de todo el problema?

      Pues bien, he descubierto la siguiente fórmula, bastante simple, a partir de lo que he vivido en mi propia vida, de lo que he averiguado en el curso de mi investigación científica y de haber trabajado con cientos de miles de personas sensibles al azúcar:

       Lo primero es curar la sensibilidad al azúcar por medio de lo que llamo hacer la comida (o, lo que es lo mismo, seguir el plan alimentario que propongo).

       Lo segundo es aplicar las propias habilidades de recuperación a la tarea de alejarse de las otras adicciones presentes en la propia vida.

       Lo tercero es curar la vieja herida que inconscientemente ha llevado a la persona a buscar alivio a su dolor acudiendo a ciertas sustancias o comportamientos.

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