Coaching deportivo. María José Alaminos

Coaching deportivo - María José Alaminos


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constituyan un motivo de desorientación y de intromisión en la concentración que exigen los eventos competitivos. Por tanto, el trabajo del “coach” con las emociones tiene tres finalidades:

      1. Que aprendan a identificarlas correctamente.

      2. Que aprendan a gestionarlas, respetándolas.

      3. Que amplíen su abanico de emociones, es decir, el “coach” tiene la misión de provocar nuevas emociones en los deportistas, que salgan del “menú emocional” en que habitualmente se encuentran, y que experimenten nuevas emociones que les vinculen de manera diferente con su entorno y su actividad.

      De entre las emociones que con mayor frecuencia puede encontrarse un “coach” en cuanto que limitantes o bloqueadoras de un rendimiento deseado, podemos mencionar (sin distinguir entre emociones básicas o secundarias):

      Vergüenza. Es una emoción muy común cuando al niño se le sitúa ocupando el rol de líder de un equipo, o como protagonista de un rendimiento ejemplar, o como modelo para otros compañeros. En definitiva, cuando se convierten en el centro de atención. Normalmente, se trata de deportistas con una personalidad introvertida o con algún tipo de complejo. Esta emoción puede bloquear al niño y hacer que no practique deporte con su mayor potencial, pues le induce a pensar que los resultados que va a obtener van a conducir a situarlo en el punto de mira, como modelo para otros. Si esta situación no le resulta satisfactoria, tenderá a huir de ella de la mejor manera que se le ocurra: evitando obtener buenos resultados a través de la buena ejecución deportiva. En estos casos, el “coach” debe “diagnosticar” rápidamente esta emoción y trabajar no sólo con ella, sino con todo el entorno del deportista, a efectos de ajustar las consecuencias de su buena actuación deportiva al grado de madurez emocional que tenga, y que la situación que se produzca pueda ser asumida emocionalmente por él, no generándose anclajes contraproducentes. En este sentido, el “coach” puede dirigirse al entrenador y a los padres y familiares, para que sean conscientes de esta situación y contribuyan a gestionar esta emoción de la manera más conveniente posible, cada uno en su ámbito determinado. Por ejemplo, aminorando la euforia o la reacción que ese entorno muestra ante la actuación del deportista (sin que ello suponga la eliminación del refuerzo positivo o el reconocimiento del logro).

      Miedo. Esta emoción puede producirse por múltiples causas: miedo a no hacerlo bien, miedo a las represalias, miedo a no conseguirlo, miedo al agotamiento, etc., y tiene diferentes efectos limitantes según las causas y las personas. Así, puede causar:

      a) La evasión de la ejecución deportiva, es decir, no lanzo, no corro, no boto, no golpeo de revés, etc. Esta situación suele ser más habitual en niños de hasta 14 ó 15 años.

      b) El intento retraído y desconfiado, es decir, sé que lo tengo que hacer porque si no tengo menos probabilidades de conseguir lo que quiero, pero estoy nervioso y pienso continuamente en qué pasará cuando no lo consiga. Esta situación suele ser más frecuente en deportistas adolescentes de 15 ó 16 años en adelante.

      El miedo tiene una misión fundamental: protegernos, prevenirnos de sufrir y padecer algún tipo de agresión. Es la respuesta más básica de nuestro instinto de supervivencia. Pero, como el resto de las emociones, hay que colocarlo en un lugar en el que, pudiendo escucharlo, no nos obstaculice el camino. En ambos casos, este miedo intenta proteger al deportista de las consecuencias de su actuación deportiva, y en este sentido cobra especial relevancia el valor que se le esté atribuyendo al error. El trabajo a realizar es doble:

      Deportista. Por una parte, el “coach” debe trabajar la interpretación que el niño o adolescente hagan de sus errores, con la finalidad de que lo asuman como parte fundamental de su evolución y aprendizaje. Que los niños aprendan a gestionar su miedo pasa por un aprendizaje paralelo relativo a observar y analizar qué aspectos son los que deben cambiar y cuáles son sus áreas de mejora para centrar sus esfuerzos. Y esto no tiene el mismo efecto cuando lo descubre uno mismo que cuando se lo hace notar una persona externa (entrenador, padre/madre, maestros, etc.). El niño debe aprender a discriminar por sí mismo cuáles son los resultados satisfactorios o no satisfactorios (según los objetivos que se haya fijado) y, sobre todo, que tras un resultado insatisfactorio siempre se puede establecer un plan de acción para mejorar. Así, el miedo al fracaso se diluye para dejar paso al afán de superación y a la tranquilidad de saber que siempre hay nuevas oportunidades, aunque cuesten mucho esfuerzo.

      Entorno. Por otra parte, el “coach” tendrá que trabajar también con aquellas personas responsables de evaluar el rendimiento. Con niños de las edades mencionadas es relativamente fácil que se enganchen a esta idea expuesta en el párrafo anterior. No obstante, es fundamental que su entorno esté orientado a respaldar esa mentalidad y a darle tiempo y autonomía suficientes para que hagan su propia evaluación del aprendizaje y de los resultados. Si todo lo corrige el entrenador, nada aprenderán los deportistas de sí mismos. Así, por tanto, es primordial que el “coach” trabaje con todas las personas que van a tener cierta repercusión en la evaluación del niño, en especial: el entrenador y los padres o familiares. Y este trabajo consiste en producir un cambio de mentalidad: pasar de considerar el error como un fracaso que necesariamente hay que erradicar, a considerarlo como una oportunidad de aprendizaje y evolución y como herramienta de orientación para saber adónde dirigir los esfuerzos. En este sentido, los entrenadores y técnicos tienen que estar muy atentos a sus propias reacciones y manifestaciones ante las ejecuciones de los deportistas.

      Rabia. Es una de las emociones más condicionantes del comportamiento. Primero por la fuerza con la que se vive, y segundo por la obcecación que supone, impidiendo escuchar y atender argumentos para descargar y reconducir la energía hacia lo que se pretende conseguir. Es la emoción por excelencia que provoca la desconcentración de los deportistas y hace que pierdan su punto de referencia: el objetivo. Enfadarse, bien con uno mismo, o bien con el entorno, sitúa una barrera infranqueable entre el niño y su propósito, y, lo que es más importante, en muchas ocasiones se produce por una sensación de frustración sobre lo que está sucediendo. Es por esto que resulta muy útil que, a través de técnicas de “coaching”, se consiga la correcta gestión de la rabia, alejando su atención del centro de la emoción y resituándola de nuevo en lo que se quiere alcanzar.

      Especial mención requiere la rabia que se experimenta ante las actuaciones arbitrales o ante provocaciones de los adversarios. Cuando el deportista comienza a prestar atención a cómo se está juzgando su actuación por parte del árbitro, o cómo la está subestimando el oponente, tenemos a un deportista frustrado porque ha dejado de valorar cuáles son los elementos deportivos que le van a hacer lograr sus objetivos: la concentración, el esfuerzo y la capacidad de recuperación mental para volver a buscar otra oportunidad. El niño tiene que aprender a colocar y a jugar estratégicamente con los inconvenientes que aparezcan, y a manejarlos para que no supongan un obstáculo en su aprendizaje.

      Las técnicas de resolución de conflictos, de observación disociada de la situación y de ocupar posiciones perceptivas son muy útiles en esos momentos puntuales en los que se está experimentando la emoción, y pueden llevarse a cabo bien por el “coach” o por los técnicos responsables. Lo que sí es importante que el adulto tenga en cuenta en su intervención es:

       Empatizar con el niño.

       No despreciar o subestimar lo que está sintiendo.

       Mantener la calma.

       Darle tiempo para la reflexión y no mostrarse ansioso, para que todo ello surta efecto.

      Con todo, animo a todas las personas involucradas en las categorías de base a que tengan en cuenta todo el conjunto y orienten sus esfuerzos a hacer que los niños y adolescentes estén cómodos, a gusto, y que, fundamentalmente, sean deportistas felices que disfrutan y se divierten con lo que hacen. Permitamos que la naturalidad, el respeto y la diversión nos ayuden a construir canteras deportivas, y dejémonos llevar por toda la energía que los niños aportan a la vida, disfrutando con ellos/as y, por qué no, haciéndonos un poco más jóvenes nosotros también.

      Además,


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