Coaching deportivo. María José Alaminos
el que tenga que ajustarse mínimamente a los objetivos individuales de los deportistas y respetarlos, especialmente a fin de lograr un ambiente propicio para conseguir que el afán de superación y esfuerzo surja de manera natural y voluntaria, y no se imponga. Y ello no es incompatible en absoluto con que la misión del “coach” sea hacer que esos objetivos evolucionen hacia un mejor rendimiento futuro.
Una herramienta muy aconsejable y sencilla para que los niños se encuentren concentrados y orientados hacia el evento deportivo en el que tengan previsto participar es hacer que escriban sus objetivos para ese evento. ¿Qué es lo que quieren conseguir hacer en ese partido, competición, carrera, combate, etc.? Se les pide que escriban, justo antes de la preparación o calentamiento, en un papel que luego vayan a conservar, entre 3 y 5 metas que quieran conseguir. El “coach”, que bien sea interno o externo es aconsejable que acompañe a los deportistas en estas ocasiones, debe revisar estas metas y hacer un pequeño filtrado con el niño, orientado a que se cumplan los requisitos ya comentados: positivo, específico, alcanzable y retador, y que esté relacionado con lo que se haya entrenado hasta ese momento (para cuadrarlo con el nivel de aprendizaje deportivo que se tenga). Es muy importante también que el entrenador conozca estos objetivos y ajuste su grado de exigencia y expectativas a ellos o que, en caso de no hacerse tal ajuste, lo comunique al deportista en cuestión, especificándole lo que se espera de él.
Este último es un punto importante e interesante: la comunicación y transmisión a los niños de los objetivos del entrenador y las expectativas que éste tiene sobre cada uno. De nuevo, surge otra vez el detalle de la “relación triangular”, en la que se aprecian una pluralidad de objetivos, metas y expectativas de los diferentes sujetos involucrados. El “coach” debe potenciar situaciones de comunicación entre entrenadores y deportistas, con el fin de que los objetivos de los primeros sean consensuados y compartidos para prevenir al máximo su propia frustración, y el sentimiento de fracaso del deportista. En este sentido, hacer partícipes a los deportistas ayuda mucho, en cuanto que tiene, como mínimo, los siguientes efectos:
Integradores: los entrenadores y los deportistas trabajan juntos.
Captadores: porque genera un clima de respeto y confianza que hace que los niños quieran estar en él.
Sobre el desarrollo de la responsabilidad: porque los niños saben siempre desde dónde se les evalúa, desde dónde se pueden ellos exigir a sí mismos, y cuáles son los parámetros de aquello que pueden conseguir, evitando así autocreencias limitantes.
Sobre el sentimiento de seguridad: puesto que la claridad y transparencia en la comunicación hacen que sepan a qué atenerse, es decir, que esté todo especificado y tengan la información necesaria para elaborar el mapa que les ayude a tomar decisiones.
Esta comunicación puede hacerse tanto de los objetivos generales de la programación que el entrenador tenga (algo así como “lo que tenemos que acabar sabiendo y haciendo bien al final de la temporada”), como de las propias actividades que compongan cada entrenamiento. Hacer que los niños descubran para qué sirve cada cosa que el equipo técnico les dice que hagan, saber qué tienen que conseguir en esos ejercicios, les motiva y orienta su esfuerzo a lograr esos objetivos. Se establece así una base consciente sobre el proceso de aprendizaje que estén llevando a cabo. Posteriormente, el “coach” o los técnicos pueden recurrir a esa conciencia para que los deportistas traigan al presente esos conocimientos. Además, con adolescentes, tiene un efecto sobre el reconocimiento de la labor del equipo técnico, puesto que descubren todo el trabajo que hay detrás de cada entrenamiento, de cada competición, de cada comentario o atención que se les presta.
En otro orden de cosas, dentro de aquella filosofía expuesta al inicio de este capítulo de centrarse en elaborar programaciones deportivas que busquen la formación de deportistas de alto rendimiento a largo plazo, y de dedicar el esfuerzo con las categorías de base a conseguir su desarrollo integral, el “coach” tiene la labor, dentro del trabajo con objetivos y creencias, de potenciar que cada niño o adolescente se defina como deportista y consiga dar respuesta a qué tipo de deportista quiere llegar a ser. Este trabajo tiene enormes beneficios sobre su propio progreso deportivo, puesto que se les sitúa fácilmente como dueños de su propio futuro, sin olvidar la cantidad de información que reporta a los diferentes profesionales que trabajan con ellos. Conocer la autoimagen y el autoconcepto de los deportistas que conforman la cantera ayuda a fijar objetivos y desarrollar expectativas ajustadas a la realidad, a analizar las líneas de trabajo que resulta conveniente seguir, y a diseñar planes de trabajo orientados a mejorar o potenciar esos aspectos. En general, conocer la autoestima de nuestros deportistas supone tener la información suficiente para saber hasta dónde creen que van a llegar y, por tanto, cuál es el porcentaje de su potencial con el que van a trabajar para lograr resultados. Si los deportistas creen que no pueden, tienen razón, pero también la tienen si creen que pueden, porque todo depende de lo que ellos crean que pueden llegar a conseguir. Así, conforme el “coach” vaya mejorando la autoestima de los niños y adolescentes de la cantera, mayor potencial se estará poniendo a disposición del rendimiento futuro.
LA AUTOOBSERVACIÓN, EL AUTODESCUBRIMIENTO Y LA CONCIENCIA DE UNO MISMO EN LAS CATEGORÍAS DE BASE
En un proceso de crecimiento natural, el conocimiento propio, el saber cómo somos cada uno, va incluido en la edad. Cuanto más tiempo lleva uno consigo mismo, más experiencia ha acumulado y, por tanto, más ocasiones hemos tenido de analizar cómo sentimos y nos comportamos. No obstante, cuando se trabaja con niños y jóvenes para obtener un futuro rendimiento, resulta muy interesante acelerar mínimamente ese proceso y desarrollar la autoobservación y el autoconocimiento sobre la práctica deportiva, dotando a los deportistas de recursos para que sepan leerse a sí mismos y ser capaces de elaborar estrategias que les ayuden a avanzar y evolucionar.
El feedback es una técnica muy adecuada para esto. Se trata de obtener retroinformación del exterior sobre cómo se nos ve, cómo se nos percibe. En este sentido, las herramientas que el “coaching” ofrece para que el “coach” ofrezca feedback a los deportistas (es decir, les diga cómo se les ve desde fuera) son muy útiles no sólo en cuanto a la formación integral de cada niño, sino también a nivel técnico deportivo. Hacer de espejo del “coachee” y servir de modelo en la ejecución de un aspecto técnico, mostrándole in situ qué y cómo lo está haciendo, tiene ventajas sobre las típicas proyecciones de vídeo y fotos. Sin ánimo de restarles importancia (porque cuanto más creativos seamos y más recursos tengamos, mejor), la intención es que el deportista se encuentre:
en el terreno en el que tiene que manejarse y no en una sala de vídeo, sentado/a frente a un televisor;
en el momento en que tiene que practicar y conseguir resolver correctamente el ejercicio, y no días después del evento que está viendo;
con las sensaciones de activación física, cansancio, tensión, concentración, etc., que más se aproximen a la situación real en la que luego tiene que desenvolverse para ejecutar “correctamente” lo aprendido.
Todo ello aporta inmediatez al proceso correctivo, de manera que el niño puede apreciar la diferencia existente entre ambas ejecuciones y centrarse en la que se le requiere. Pero, además, esto contribuye a aumentar su conciencia, porque siempre se le da información al deportista de cómo ejecuta el ejercicio, con lo que trae al consciente aquellos hábitos o tics que quizá le están impidiendo realizar las acciones de otra manera. No es lo mismo preguntarse cómo cambiar una acción concreta (mi apoyo en el lanzamiento, el paso en la batida del salto, recuperar la posición defensiva, etc.), que cómo cambiar (y punto). Al hacerles conscientes de ello, los mismos deportistas pueden incorporar sus propias estrategias correctivas, con lo que el proceso de aprendizaje resulta más enriquecedor y efectivo.
Obviamente, si este feedback técnico-deportivo lo tiene que ofrecer el “coach”, implica que tiene que ser deportista, practicar la misma modalidad y disponer de unas condiciones físicas que le permitan hacer ejercicio, entre otras cosas. Si se trata de un “coach”-entrenador, la dificultad no es tan grande, pero si no, estos requisitos restringen las opciones de contar con un “coach”