Coaching deportivo. María José Alaminos
la concentración, la motivación, la resistencia al estrés, la confianza en uno mismo y la gestión emocional…, por mencionar sólo algunos aspectos. Esta nueva situación facilita que exista la posibilidad de ir introduciendo nuevas técnicas y disciplinas que trabajen todas estas facetas en los deportistas, disciplinas como el “coaching”.
Sin embargo, es cierto que todavía existe un gran desconocimiento de esta disciplina en concreto, que obstaculiza la fluidez con la que los clubes deportivos, entrenadores, técnicos y deportistas pueden recurrir a los servicios de un “coach”. Ciertamente, el “coaching” es una disciplina que se encuentra en plena evolución y crecimiento en nuestro país, y que, hasta ahora, se ha desenvuelto más en entornos empresariales y ejecutivos. Esto provoca que los “coach” deportivos se conviertan en puros comerciales y tengan que hacer un esfuerzo por explicar a las diferentes personas involucradas qué es y en qué consiste el “coaching” para llegar a plantear lo que éste puede aportar.
Otra dificultad que se suma a la implantación del “coaching” en los clubes o en el proceso de preparación de los deportistas es de naturaleza económica. En general, el deporte en nuestro país cuenta con una escasa inversión económica, a excepción de algunas disciplinas mayoritarias. Esta situación conduce, hablando de las categorías de base, a que, de querer contar con un “coach” y valorar su necesidad en el desarrollo de los deportistas, el trabajo se realiza de manera voluntaria o escasamente retribuida, o bajo la “denominación” de otras figuras (como las de segundo entrenador, delegado, fisioterapeuta, coordinador deportivo…). Esto en el mejor de los casos. En el peor, automáticamente se deja de contemplar la posibilidad de realizar un desarrollo como el hasta ahora descrito con los deportistas más pequeños, priorizando otros aspectos, en ocasiones, menos relevantes. Ocurre el caso de clubes, técnicos y deportistas para los que las prioridades acerca de cómo repartir los presupuestos o la inversión económica pasan por la impaciencia que tienen en la obtención de resultados. Esta impaciencia conduce a no invertir en un proceso de aprendizaje y desarrollo como el que hemos descrito antes, sino que se busca el “atajo” y el camino que más fácilmente vaya a producir grandes resultados deportivos, lo que, segura y desgraciadamente, conlleve a corto plazo más inversión, patrocinio y esponsorización. Es el caso, por ejemplo, de la inversión en fichajes y becas a jóvenes deportistas que tienen un nivel de rendimiento actual superior al de su categoría, con la intención de integrarlos dentro de un plan formativo que les mantenga en ese nivel para ser aprovechados en las plantillas de las categorías superiores en el presente y en el futuro. Obviamente, este tipo de fichajes pasan también a engrosar las filas de la cantera de las organizaciones deportivas, lo que resulta positivo, pero desafortunadamente, en la mayoría de los casos, implica un descuido de la evolución de la cantera local hacia ese mismo rendimiento, de manera que esas inversiones (económicas y de esfuerzo) no son equitativas. Crear una cantera es crear escuela, una escuela orientada a atender a la “base” en cuanto que son los futuros deportistas, y esto implica:
Tener la paciencia suficiente para dedicar tiempo al desarrollo.
Implicación y confianza de los técnicos en la evolución de los niños.
Tener la habilidad necesaria para saber apreciar las mejoras y hacer las correcciones pertinentes.
Es ante esa filosofía del fichaje cuando surge la dificultad con la que se encuentra el “coaching” como herramienta de desarrollo de deportistas como personas ante todo, y como futuros deportistas de rendimiento después, porque el trabajo a largo plazo y la metodología utilizada distan mucho de las intenciones de la filosofía mencionada. Es decir, dado que lo que aporta el “coaching” no es lo que interesa, no se invierte en él.
Cuando nos encontramos en esta tesitura, una alternativa a la hora de ejercer el “coaching” en la base es que los entrenadores sean a su vez los “coach”, aplicando sus habilidades y competencias en su desempeño como técnicos. No obstante, esta opción lleva consigo unos riesgos que suponen sacrificar algunos aspectos inherentes a los procesos de “coaching” estrictamente entendidos. Me estoy refiriendo especialmente a la implicación del “coach” en los procesos del equipo o de los deportistas. Los técnicos son parte del proceso de evolución y desarrollo, y son los responsables de la valoración y evaluación de las planificaciones deportivas establecidas. Esto les posiciona como parte dentro de ese proceso, impregnándoles de cierto subjetivismo y dificultándoles, en muchas ocasiones, contar con una visión tan aséptica como se requiere. Es el caso, por ejemplo, de situaciones en las que se requiere gestionar emociones durante un evento competitivo en el que los entrenadores también son partícipes del mismo (aunque no principales protagonistas) y soportan cierta carga emocional propia. En estos casos, que tanto el deportista como el técnico vayan acompañados por un “coach” facilita que ambos gestionen sus emociones orientándolas al objetivo, pudiendo centrarse en uno, otro, o en ambos, según en quién se manifieste la limitación. Por el contrario, un entrenador que se encuentre en una situación de tensión competitiva, por ejemplo, durante un partido importante con un marcador ajustado, corre el riesgo de actuar con los/las deportistas influido por sus propias emociones, sus propias expectativas y su “diálogo interno” personal.
Y no es éste el único riesgo o sacrificio. Se puede también hablar de las diferencias que existen entre el estilo comunicativo utilizado en el “coaching” y el que habitualmente tienen los entrenadores, así como, en general, entre el modus operandi del “coach” y el del entrenador:
Modus operandi del “coach”: será hacer que el deportista encuentre sus propias respuestas en su aprendizaje a través, fundamentalmente, de preguntas poderosas que movilicen sus conocimientos y le ayuden a hacer sus propios descubrimientos. Y permitiéndole siempre experimentar, probar, arriesgarse para darse cuenta de que sólo con la acción se puede ganar.
Modus operandi del entrenador: basado en que será su propia experiencia y conocimientos los que sirvan de base para que el niño aprenda a través de observar cómo se debe hacer, repetir y mecanizar lo que hay que hacer, y establecer de manera absoluta la técnica y la táctica deportiva a seguir. Es, por tanto, un proceso de aprendizaje guiado y orientado, con unos criterios que hay que aplicar a la generalidad de los deportistas.
Con todo, no quiero transmitir que estos supuestos de integración de ambas figuras no son adecuados o son una “misión imposible”, pero sí que se requiere que el “coach”-entrenador realice un esfuerzo para compaginarlas, prestando especial atención a aquello que haga que el “coaching” no pierda su esencia. Se invita al lector que desee profundizar en este tema a la lectura del capítulo de este mismo libro El rol del entrenador como líder-“coach”.
Otra dificultad con la que un “coach” deportivo se puede encontrar a la hora de realizar procesos de “coaching” a las categorías de base es la escasez de tiempo del que disponen actualmente los niños. Algo que hay que evitar de cualquier manera es que las sesiones de “coaching” se conviertan en otra actividad extraescolar más para los deportistas. La mayoría de los niños y niñas se encuentran sobresaturados de actividades extraescolares. Muchos realizan varias modalidades deportivas, otros compaginan el deporte con disciplinas artísticas (como la música, la danza o la pintura, por ejemplo), y otros cuadran sus horarios con actividades de refuerzo de los estudios y clases particulares. Ante estas circunstancias, el “coaching” se ve relegado al espacio de tiempo en que estos pequeños deportistas practican su modalidad deportiva, de manera que no obstaculice su desarrollo en otras áreas de su vida. Por tanto, la práctica del “coaching” en estos casos se escapa de la manera en que se aplica en otros ámbitos, a saber: un proceso compuesto por un número pactado de sesiones que se desarrollan en un horario establecido entre el “coach” y el “coachee”, y en las que éste contará con un tiempo de introspección y análisis de sus objetivos, logros, evoluciones y cambios. Con niños y niñas que tengan tanta ocupación horaria, es harto difícil practicar “coaching” de esta manera. La mejor alternativa es, por una parte, incluirlo en la planificación deportiva y que constituya una acción más a realizar dentro del tiempo que los deportistas dedican a su disciplina deportiva, y, por otra, capacitar a los cuerpos técnicos en el ejercicio de las habilidades y competencias del “coaching” e, incluso,