Sexualidad y muerte: Dos estigmas clínicos. Mónica Biaggio
si nos quedamos junto a la autora del lado del “hay” recurrimos a la teoría del exceso en Bataille para ejemplificarlo: “…los hombres tienen más energía que la que necesitan y este excedente debe ser gastado sí o sí”.
A esta altura llegamos a una cuestión central de este libro: ¿qué hacer con ese exceso en un análisis?
Y en cada uno de los temas que siguen, no siempre explícitamente, aunque sí presente de todos modos, esa pregunta es abordada sin vueltas.
Luego de pasar por un análisis de “Tótem y tabú” y realizar un desarrollo sobre las distintas versiones del padre en Lacan, con especial referencia a los seminarios 4, 17 y 22 la autora aborda la diferencia entre masa y multitud.
Si mantenemos la idea de que en la masa se disuelve lo singular entonces, ¿cómo entender que se hable de “individualismo de masas”?
¿Desaparece por completo en la masa lo singular?
Lo que es seguro: difícil mantener la idea de singularidad en una masa.
Por ello se hace necesario la distinción con el término multitud.
La multitud tiene la posibilidad de conservar los intereses singulares si no se desvía a su aspecto destructor nos diría Spinoza.
Diego Tatián piensa con respecto a la condición política que: “Tendría por sujeto una multitud cuya potencia, creciente en virtud de una concordancia de derechos, es en sí misma a la vez constituida y conflictiva”. (1)
La multitud indica que la potencia se ejerce con otros mientras que la masa demuestra que el poder se ejerce sobre otros.
Las llamadas tribus urbanas, tema del cual también se ocupa la autora, ¿están más cerca de la masa o de la multitud?
Para acercarse a una respuesta hay que leer el libro.
Considero que podemos extraer dos conclusiones de este libro. Lo diré así: una más psicoanalítica y otra más filosófica.
Pero no hay que tomar esta distinción como una oposición. Me detendré en el punto de encuentro entre ambas perspectivas.
Si afirmamos: “…estemos dónde estemos lo que nos define es nuestra potencia. Nuestra capacidad de vida”.
O como en otra parte del libro se escribe: “Vivir a pesar de todo”, referida a una ética del instante.
Si se enuncia que por medio de un psicoanálisis debería obtenerse, luego de su recorrido, “otro uso, otro fin, otra meta”.
¿Quién habla en esas afirmaciones, la autora, psicoanalista, la filosofía…?
La autora despliega un ejemplo a tener en cuenta: la función de la risa en un parlêtre.
Nos recuerda lo que Lacan planteó en “Televisión” hablando de la figura del santo.
De dicha figura Lacan indica algunas características: no alborota, no hace caridad, “más bien se pone a hacer de desecho: descarida”, se queda seco ante el goce del semejante, “para él ni pizca”, aunque pueda gozar pero “…durante ese tiempo ya no opera. (2)
A Lacan le interesa aproximar esta figura, con las características que le atribuye, a la del analista.
Y la remata con la siguiente conclusión: “Cuántos más santos seamos, más nos reiremos: es mi principio, es incluso la salida del discurso capitalista –lo cual, si sólo es para algunos, no constituirá ningún progreso”. (3)
La autora se pregunta por el estatuto de esa risa y si la misma se aproxima a la risa que plantea Bataille como uno de los medios para perder el exceso.
Detengo en este punto el prólogo. Espero haber logrado interesar a los posibles lectores ya que cuántos más lectores seamos, más nos reiremos.
1- Tatián, D., “La cautela del salvaje. Pasiones y política en Spinoza”, Adriana Hidalgo, Argentina, 2001, p. 188.
2- Lacan, J., “Televisión”, en Otros escritos, Paidós, Argentina, 2012, pp. 545/546.
3- Ibíd.
El destino del trauma
Buenas tardes, comenzaré con la primera parte de este seminario: “Sexualidad y muerte: dos estigmas clínicos”.
Tanto desde lo singular clínico como desde la época, la sexualidad y la muerte es aquello que está anudado al trauma del ser hablante. Cuando hablamos de sexualidad y muerte estamos hablando del trauma, de lo traumático estructural en el ser hablante.
Aunque algunos dirían que no, pues hay toda una teoría del traumatizado. Recuerdo una época en la que se escuchaba un famoso latiguillo que era el de los niños traumados, y allí estaban trabajando los psicólogos con los supuestos traumas de los niños, víctimas de frustraciones. Versión imaginaria de la frustración, que borra por completo la instancia del deseo que se constituye siempre a partir de la falta. Así, los “psico algo” creían que efectivamente responder a la demanda de los niños, no frustrarlos, evitaría que se traumen. Este tipo de terapias están más acá de Freud; digo esto porque para Freud hay un momento en el que justamente lo traumático se separa tajantemente de la novela familiar para pasar a constituir el fantasma, que en un primer período denominó fantasías.
Como se habrán dado cuenta, el tema de este año es difícil. Difícil porque de sexualidad y muerte nada se puede decir.
Uno puede hacer rodeos en torno de estos conceptos, pero no decir qué es. No hay ningún adjetivo calificativo que dé cuenta por su atributo del concepto de muerte o de sexualidad. Tampoco una descripción, ni de la muerte ni del estar afectados por la sexualidad. No hay ningún significante que los pueda nombrar o dar representación.
La sexualidad, como les decía al principio, está anudada a lo traumático del ser hablante. Para Freud, no hay inscripción del órgano sexual femenino en el inconsciente, tampoco hay inscripción de la muerte.
A este agujero se refiere Lacan cuando dice: “No hay relación sexual”; no hay complementariedad entre los sexos, porque justamente no se trata de la genitalidad. Si se tratara de la genitalidad estaríamos en el campo del animal.
Entonces, no hay un saber sobre la sexualidad y tampoco respecto de la muerte.
Ante semejantes temas, pensé en una obra que diera cuenta del tratamiento que se puede hacer frente a lo real, a lo imposible y a la angustia que esto conlleva.
Como tengo amigos que viajan a México, me inspiraron para elegir este trabajo de un gran caricaturista mexicano, José Guadalupe Posadas, nacido el 2 de febrero de 1852, en la ciudad de Aguascalientes. Sus primeras obras fueron de crítica política y se publicaban en el periódico El Jicote. Luego se dedicó a la litografía. Desde la Revolución Mexicana, de 1910, hasta su muerte, en 1913, trabajó en la prensa dirigida a los trabajadores. Murió tan pobre como había nacido; quizá por eso sabía, sin haber leído ni a Freud ni a Lacan, que no hay justicia distributiva y que la muerte es democrática, puesto que más allá de la clase social o la raza, todos terminan siendo calavera.
Con su arte, el maestro Posadas pintó todo tipo de calaveras, vestidas de gala, de fiesta, en las casas de los ricos y en las fiestas urbanas, con grandes sombreros, como es el caso de La Catrina, que Diego Rivera luego retomara en Sueño de una tarde de domingo en la Alameda. Con las calaveras señalaba las miserias y las fallas políticas de los gobernantes.
La obra de Diego Rivera denuncia a los campesinos que se enriquecieron con el gobierno de Porfirio Díaz, militar y político mexicano que gobernó en nueve ocasiones. Eran contemporáneos a la generación del 80, que tenía idéntica ideología.
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