Ultramaratón. Dean Karnazes

Ultramaratón - Dean  Karnazes


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minutos».

      «Entonces nos encontramos en la esquina de la autopista 116 con Arnold Drive».

      «¿Qué?¿ Justo en la esquina?» preguntó. «Ése es un tramo bastante solitario de la autopista. ¿De qué color es su coche?»

      «No voy en coche» dije. «Pero seré fácil de identificar. Soy el único aquí fuera que está corriendo».

      «¿Corriendo?» Hubo un breve momento de silencio. «Alguien te está persiguiendo?»

      «No», me reí.

      «¡Pero si es medianoche!» dijo.

      «Sí, es tarde. Por eso necesito la pizza. Me estoy muriendo de hambre».

      «Vale, lo pillo». [Larga pausa] «Tiene mucho sentido. ¿Hay algo más que te pueda llevar?»

      «¿Hay un Starbucks en la ciudad?»

      «Sí, pero seguro que a estas horas está cerrado. Pero yo tengo mi propio alijo de granos justo aquí. Prepararé un poco mientras se hace la pizza. Tú sigue corriendo todo recto por la autopista 116 que ya daremos contigo».

      Después de darle mi número de móvil y colgar, bajé la cabeza y seguí adentrándome en la oscuridad. Si me iban a localizar en la ruta, no hacía falta que esperara en la esquina, de lo cual me alegré. Estar de pie holgazaneando en la brisa de la noche era un modo seguro de tener un calambre de piernas que me debilitara.

      Al guardar el móvil en el bolsillo trasero de mi mochila, saqué la foto de una niña pequeña. Incluso con tubos y agujas clavados por todo su cuerpo, su cara se veía brillante. Pero estaba enferma; de hecho estaba al borde de la muerte, y yo estaba corriendo para ayudar a salvarla. Di un último vistazo a la foto y la volví a guardar.

      Exactamente veinticinco minutos después, una furgoneta polvorienta de ruedas gigantes se acercaba por la carretera. Mi pizza había llegado. Para mi sorpresa, el joven encargado iba al volante.

      «¡Tío!»gritó él mientras salía del coche de un salto. «Estás como una cabra. ¡Esto es chulísimo!»

      Sacó la pizza del asiento del pasajero y abrió la caja. Era una obra de artesanía, casi tan alta como ancha, con un montón de piña y aceitunas apiladas encima. Parecía algo con lo que alimentar a un rinoceronte. Pagué la cuenta, le di las gracias y me preparé para la carga.

      «¿Vas a seguir corriendo?» preguntó. «¿No quieres que te lleve?»

      «Ahora que tengo buen combustible», le contesté sujetando la comida, «Voy a darle buen uso».

      «Pero ¿Hasta dónde vas a llegar?»

      «Me dirijo a la playa», le dije.

      «¡A la playa!» gritó. «¡Tío, la bahía de Bodega está por lo menos a 48 kilómetros de aquí!»

      En realidad me dirigía a la playa de Santa Cruz, que estaba a más de 241 kilómetros de allí, pero pensé que ninguno de los dos estaba preparado para enfrentarse a esa realidad.

      «No puedo creer que sea humanamente posible correr 48 kilómetros» gritó sofocado. «¿Eres como una especie de Carl Lewis o algo así?»

      «Oh… sí», contesté. «Soy como Carl Lewis, sólo que más lento».

      «¿Dónde dormirás?»

      «No dormiré»

      «¿Vas a correr toda la noche seguida? Esto es una locura. ¡Me encanta!» Volvió a meterse en la furgoneta de un salto. «No puedo esperar a decírselo a los chicos de la tienda». Salió a toda prisa.

      Me gustó ese chico. Para la mayoría de los no corredores, correr es lo más aburrido y los más terriblemente doloroso y sin sentido que hay. Pero él parecía genuinamente intrigado por la aventura y por eso conectamos enseguida, aunque no me daba la impresión de que él fuera a hacer algo de deporte en los próximos días.

      Con la tarta de queso apilada encima de la pizza, empecé a correr otra vez, comiendo mientras marchaba. Con los años había perfeccionado la técnica de comer en plena marcha. Llevaba balanceando la caja de pizza y la tarta de queso en una mano y comía con la otra. Era un buen ejercicio para la parte superior del cuerpo. Afortunadamente, mis antebrazos estaban bien desarrollados y no tenían problemas para llevar el exceso de peso. Para mayor eficiencia, enrollaba cuatro trozos de pizza formando un gran tubo, como un enorme burrito italiano. De ese modo, era más fácil de meter en la boca.

      Justo cuando estaba terminando el primer plato, oí la furgoneta del encargado acercarse otra vez. El ruido de su silenciador suelto era inconfundible. Se había olvidado de darme el café. Llenamos una de mis botellas de agua con la oscura bebida y me bebí el resto. Intenté pagarle por ello, pero no aceptó nada de dinero.

      Cuando estaba a punto de marcharse otra vez, el joven sacó su cabeza por la ventanilla de la furgoneta y me preguntó, «entonces tío ¿me permites que te pregunte por qué estás haciendo esto?».

      ¿Por dónde empezar? y «jo, tío», le respondí, «Tendré que contestarte a eso en otro momento».

      Yahora es el momento de pensar en la pregunta. Millones de americanos corren. Corren por hacer ejercicio, por su salud cardiovascular, por el aumento endorfinas. En 2003, cuatrocientas sesenta mil personas completaron una de las muchas maratones del país estableciendo un récord. Desafiaron los límites de su propia resistencia para completar los 43 kilómetros.

      Y dentro de esto, hay un pequeño grupo de corredores fuertes, una especie de subgrupo dentro de los corredores, que se llaman ultramaratonianos. Para nosotros, una maratón es sólo un calentamiento. Corremos carreras de 80 kilómetros, de 160 kilómetros. Corremos veinticuatro horas o más sin dormir, a penas parando para comer y beber, o incluso para usar el baño. Corremos por las montañas arriba y abajo; a través del Valle de la Muerte al final del verano; en el Polo Sur. Llevamos nuestros cuerpos, mentes y espíritus mucho más allá de lo que la mayoría de los humanos consideraría los límites del dolor y el esfuerzo.

      Soy uno de los pocos que ha corrido más de 160 kilómetros sin descansar, lo que creo que me hace un extra-ultra-maratoniano. O simplemente un pirao. Cada vez que la gente oye que he corrido 160,9 kilómetros de un tirón, inevitablemente me hacen dos preguntas. La primera es «¿cómo puedes hacerlo?». La segunda, y mucho más difícil de contestar, es la misma que me hizo el chico de la pizza: «¿Por qué?».

      Es una pregunta excelente, aunque las adicciones nunca se pueden definir claramente. Cuando le preguntaban por qué intentaba ser el primero en escalar el monte Everest, George Mallory ofrecía la famosa frase lacónica: «Porque está ahí». Esta frase se ha convertido en un dicho famoso, así que parece satisfacer a la gente lo suficiente. Pero, en realidad, no se trata de una respuesta muy buena. A pesar de ello, puedo entender la breve respuesta de Mallory. Cuando la gente me pregunta a mí por qué corro distancias tan imposibles durante la noche muchas veces me he visto tentado a contestar con algo como, «Porque puedo». En realidad es cierto, pero los atletas no son siempre los espíritus más introspectivos. Sin embargo, no es una respuesta completa. Ni siquiera me satisface a mí.Tengo mis propias preguntas.

      ¿Qué me impulsó a correr?

      ¿Para quién estoy corriendo?

      ¿Hacia dónde estoy corriendo?

      Todos los corredores tienen una historia.Aquí tienen la mía.

      Capítulo II

      Los años de formación

      DE TODOS LOS ANIMALES, EL NIÑO ES EL MÁS INMANEJABLE

       Platón

       Los Ángeles

      He corrido mucho en mi vida. Crecí siendo el mayor de tres hijos. Mi hermano Kraig es un año menor que yo, y mi hermana Pary vino al mundo dos años después que él.

      Uno de mis primeros


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