Ultramaratón. Dean Karnazes

Ultramaratón - Dean  Karnazes


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le dije. ¡No las siento normales. ¿Qué debería hacer?.

      «Sal ahí fuera y corre lo mejor que puedas» replicó. «No corras con tus piernas. Corre con tu corazón».

      De algún modo, incluso como un novato de instituto, capté su mensaje: el cuerpo humano tiene limitaciones; el espíritu humano no tiene ataduras. No necesitaba un reloj de pulsera para marcar el paso; necesitaba correr con mi corazón. Caminé hasta la línea de salida centrado y recompuesto. Los siguientes kilómetros influirían en el resto de mi vida.

      La pistola disparó y la carrera empezó.Al principio, el trayecto era recto, por un camino de hierba, bien cuidado y relativamente ancho. Mis dos compañeros de equipo más fuertes, Fogerty y Fry, se pusieron pronto a la cabeza.Yo me coloqué en un segmento secundario de corredores e intenté encontrar un hueco entre ellos. Pero cuanto más empujaba para alcanzar posición, más compacto se volvía el grupo. Los corredores me rodeaban; tenía que salirme del conjunto o arriesgarme a correr con el tempo que dictaban los corredores del equipo contrario.

      Siempre hay un riesgo tremendo en una «escapada», especialmente en los primeros momentos. Supone un esfuerzo temporal a un nivel difícil de mantener y esperar que la energía que gastas no evite un fuerte esprín final. Era un riesgo que tenía que correr. Aumenté mi paso fuertemente y me puse por delante de la mayoría del conjunto, pero dos corredores me siguieron.

      Empezaron a aprovecharse de mí, escondiéndose detrás de mi sombra y usándome como barrera para cortar el aire. No me importaba tener un corredor detrás de mí, pero dos eran demasiados.Aceleré mi paso un poco más y fui capaz de quitarme a uno de ellos, pero el otro se mantenía firme. Giramos en una curva del recorrido y encontramos un fuerte viento de frente, lo que me hizo sentir el peso del otro corredor, quien se pegó a mi espalda como una lapa, acercándose tanto que podía sentir su respiración en mi nuca. Reduje el ritmo tácticamente, esperando a que me adelantara de modo que yo pudiera pegarme a él durante un rato. Pero no cayó en el engaño. Redujo justo igual que yo, quedándose detrás de mí.Y entonces, al haber yo reducido mi velocidad, podía oír detrás de nosotros al grupo que acabábamos de dejar atrás, y ahora intentaba alcanzarnos.

      El recorrido pasó por un pequeño terraplén y se estrechó. Era el momento de hacer otro movimiento. Justo cuando el grupo alcanzó la espalda del corredor detrás de mí, recurrí a mis reservas. Esta vez, cuando salí disparado, nadie me siguió. Bajé la cabeza y me abrí paso con todas mis fuerzas en el viento. El corredor que había estado detrás de mí no pudo mantener el ritmo, y ahora tenía al grupo entero pegado a su espalda. ¡Era precioso!

      ¿Podría yo mantener este margen durante el resto de la carrera sin reventar? Con casi un kilómetro y medio aún por recorrer empecé a tener dudas. Sentía el corazón como si fuera a salírseme del pecho. Mi respiración era irregular y entrecortada, y todos los músculos de mi cuerpo gritaban de agonía. Me vi forzado a reducir la velocidad para evitar un colapso, así que me retraje y anduve dolorosamente a paso lento, esperando a que el grupo corriera hacia mí. Lo había estropeado, había empujado demasiado pronto en la carrera.Tío, esto iba a ser humillante.

      Pero el grupo no me adelantó, aparentemente todos habíamos ido demasiado fuerte. El camino bajo nuestros pies se había vuelto mojado - trozos de hierba y barro salían volando de mis zapatillas cuando de, repente la línea de meta apareció en la distancia. Si sólo pudiera aguantar un poco, ésta sería la mejor carrera de mi vida. Descubrí una voluntad más fuerte que nunca. Necesitaba mantener mi posición; y eso representaba todo un mundo para mí. No podía dejar que nadie me pasara.

      En mi visión periférica, pude ver a tres o cuatro corredores venir rápidamente. Ahora estaban a menos de un paso por detrás de mí. Entonces, dos de ellos empezaron a adelantarme, uno por cada lado. Sus brazos estaban aleteando y sus cuellos se estiraban para poder ponerse delante de mí. Se pusieron delante a un paso o dos, bloqueándome, un sólido muro delante de mí. Entonces, otro corredor empezó a adelantarme por la derecha. Miré hacia atrás para ver que otros cuatro o cinco estaban detrás de mí. ¡Mierda! Era hora de apretar más fuerte, de dar todo lo que tenía, así que empecé un esprín a toda velocidad.

      Incluso entonces, me fue imposible abrirme paso entre ese muro de dos hombres que corrían delante de mí. Primero el lado derecho, después por el izquierdo sin resultado. Los corredores parecían estar trabajando al unísono para bloquearme.

      La línea de meta estaba ahora a 274 metros. La gente a ambos lados del camino gritaba, «¡VAMOS, KARNO;VAMOS!». Al diablo con su bloqueo, pensé para mí mismo. Si no me dejan pasar, correré justo entre ellos.

      En un momento, los dos corredores se separaron un pelín y yo me colé entre ellos. Mientras lo hacía, el chico de la derecha balanceó su codo derecho bien alto y me pilló directamente en el tabique nasal. El dolor fue un shock, pero no iba a permitir que eso me ralentizara. Sacudí mi cabeza fuertemente, apretujé mis hombros por el hueco, y forcejeé hasta hacerme camino entre ellos.

      Hierba y barro volaban por todas partes y podía sentir un líquido tibio vertiéndose por mi boca, barbilla y camiseta quizá sudor.A través de los escombros, la banda encima de la línea de meta se puso en el punto de mira. En un arranque de locura, aleteé mis brazos salvajemente para intentar adelantar a mis dos adversarios. Los tres explotamos al cruzar la línea como caballos de carrera en plena lucha.

      Yo estaba doblado, con mis manos sobre las rodillas, jadeando, sin saber quién había ganado. Es ahí cuando empezó la avalancha.Alguien saltó a mi espalda, luego otro, y otro. Con mi cara contra la hierba por el peso de, al menos, seis personas, y la rodilla de alguien en mi mandíbula, oí a uno de ellos gritar, «¡Hemos ganado! ¡Hemos ganado!»

      Acabábamos de quedar campeones de una de las ligas más duras del sur de California. Después me enteré de que un puñado de corredores rivales había terminado con segundos de diferencia respecto a mi tiempo. Si sólo uno de ellos hubiera estado delante de mí, habríamos perdido.

      Me puse en pie con dificultad, limpié mi cara y me sorprendí muchísimo al ver que el dorso de mi mano estaba rojo brillante. El golpe que había recibido mientras pasaba entre los dos corredores tuvo como consecuencia una hemorragia nasal tremenda; toda la parte delantera de mi camiseta estaba empapada de sangre.

      «Wow» le dije a Fogerty, quitándome el suéter.

      Él rió entre dientes. «Sí, has corrido los últimos 30 metros cubierto de sangre. ¡La multitud se estaba volviendo loca!»

      Cuando el equipo subió al podio para recibir nuestras medallas fue uno de los momentos de más orgullo de mi vida, rivalizando con el paseo en bicicleta de diez horas a casa de mis abuelos, unos años atrás. Mi cabeza podía estar golpeada y ensangrentada, ya me podían doler los músculos durante semanas, pero nada podría reemplazar el sentimiento de orgullo que se tiene tras un mérito físico, sentimiento que dura hasta el día de hoy.

      La vuelta a casa y compartir mi medalla con la familia fue glorioso. Ellos estaban muy orgullosos y yo sentía como si hubiera estado a la altura de mi familia. Pary se maravilló con el colorido adorno de acero, pero sabía que no era la medalla lo que importaba; el verdadero premio eran el sudor y la sangre que me habían llevado a ganar. Ella la miró, luego me miró a mí, y dijo, «¡Cómo mola!»

      La temporada concluyó con un banquete de celebración, en el que me dieron el premio al miembro «Más Inspirador» del equipo.Yo no estaba muy seguro de cómo interpretar el premio. «El Más Inspirador» podía significar que yo había mostrado un valor y una determinación ejemplares. O podía significar «Este loco hijo de perra quería someterse a sí mismo a más dolor que nadie, así que tenemos que darle algo». Creo que ambas eran correctas.

      La jubilación de Benner se acercaba y muchos de los miembros del equipo se marcharon. De forma ocasional, me iba con algunos de los chicos y hablábamos pero no era lo mismo. Juntos habíamos compartido un momento increíble, pero la vida se mueve rápido, especialmente en el instituto.

      Más tarde, ese año me encontré a Benner un día en la playa. Él estaba justo saliendo del agua, la piel arrugada de sus manos y pies indicaban que había estado


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