Ultramaratón. Dean Karnazes

Ultramaratón - Dean  Karnazes


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la víspera de su décimo octavo cumpleaños.

      El efecto sobre mi familia fue más allá del shock y la tristeza. Un día era una saludable y brillante jovencita, y al siguiente ya se había ido. Su repentina desaparición abrió un abismo de desesperación entre nosotros. El vacío que dejó en mi propia vida era insoportable.

      El pozo que su muerte creó en nuestra familia parecía no tener fondo. Una parte de nosotros faltaba, irremplazable; se había ido para siempre. La familia había pasado momentos malos anteriormente, pero siempre habíamos mantenido un cierto optimismo, confiando en que la situación cambiaría y las cosas irían mejor. En el peor de los casos, siempre nos teníamos los unos a los otros.

      Ella se había ido, y nuestra familia estaba destrozada. Las reuniones ya no eran un momento de celebración, sino de luto. Con el pasar de los años, intenté restaurar algo del sentido de la alegría en nuestro hogar. Me reformé, y empecé a pasar los fines de semana en casa. Kraig y yo resolvimos nuestras diferencias de hermanos y nos hicimos muy buenos amigos. Adoptamos una nueva mascota para nuestros padres, un juguetón cachorro de labrador. Pero nada podía consolarlos.

      Después de intentarlo durante años, al final me rendí.

      Unos años después de la muerte de mi hermana, mi padre empezó a hacer algo curioso. Empezó a correr. Mejor dicho, empezó a entrenarse para el maratón de Los Ángeles. Corría durante su pausa para el almuerzo, después de llegar a casa del trabajo, y por la mañana temprano. Seguía su rutina con una convicción extraordinaria, y gradualmente se preparó para el reto.

      Cuando la pistola se disparó estaba preparado. La carrera le hacía polvo, pero seguía corriendo. No paró hasta cruzar la línea de meta, a pesar del dolor. Aunque nunca se habló de este tema, creo que éste fue su modo de rendirle tributo a mi hermana. Mientras lo llevaban a la caseta médica, hinchado y acalambrado, él sonreía desafiante.

      Desde ese día en adelante, sin importar que él corriera menos después de completar el evento, siempre pensé en mi padre, fundamentalmente como un corredor de maratones.Y esto, para mí, era la mejor distinción que podía haber.

      Tiempo después, me gradué en la universidad, más a fuerza de agallas y sudor que de becas.Tras perder a mi hermana, no podía cargar a mis padres con la obligación de financiarme los estudios. Sencillamente no me parecía bien. Así que me pagué la mayor parte de mi educación buscando becas y ayudas y trabajando en el centro de salud del campus. No era el tío más listo de clase, pero pocos tenían más vigor o trabajaban más duro. Hacer fiestas era lo último en que pensaba.

      A pesar de que no hubiera corrido en años, los deportes al aire libre seguían siendo importantes para mí. Hice algo de escalada y buceo, pero canalicé la mayor parte de mi concentración en el windsurf, ganando algunas competiciones y terminando en la portada de varias revistas. Hasta conseguí hacerme con algunos patrocinadores, lo que ayudó a pagar las facturas de mi educación.

      Cuando la graduación se acercaba, me sorprendí al saber que era yo el que iba a dar el discurso de graduación de mi clase. Cuando el decano me lo dijo por primera vez, pensé que se trataba de una novatada. Claramente, ese honor le pertenecía a uno los cerebritos del curso. Estaba claro que mis notas habían sido buenas, pero todo se debía al esfuerzo extra que puse en mis estudios. Lo puramente académico no me resultaba muy fácil, tenía que trabajar el doble sólo para poder mantener el nivel. Pero era cierto, yo había terminado entre los primeros de la promoción.

      Después de mi diplomatura, vino mi especialización en la Cal Poly San Luis Obispo.Y después de la licenciatura vinieron los estudios empresariales en la Escuela de negocios y dirección McLaren de la universidad de San Francisco. Ahora me tomaba las clases más en serio, lo que me sorprendió hasta a mí. Estaba más interesado en escalar las escaleras corporativas que las montañas.

      Julie y yo seguimos juntos en la universidad. Después de la muerte de Pary, nuestro compromiso se hizo más fuerte, y el lazo era irrompible. Ella volvió a mudarse a California después de terminar su carrera, y nos casamos poco después. Nos asentamos felizmente en la ciudad que nos encantaba, San Francisco, y la vida era acogedora. Empecé a subir peldaños en el departamento de márquetin de una gran empresa sanitaria, ganaba un buen sueldo y vivía una idílica vida yuppie.

      El pasado iba desapareciendo lentamente. Intentaba no pensar en nada, más allá de lo inmediato. Por el momento estaba contento, por lo menos hasta donde podía ver.

      A medida que pasaban los años, sin embargo, las presiones del trabajo empezaron a acumularse, y las cuotas del coche y la carga de la hipoteca empeoraban las cosas. De repente, el trabajo me estaba estresando. Empezaba a ser habitual quedarse a trabajar hasta tarde y salir en viajes de negocios.Al principio era glamuroso, pero en algún punto, entre las reuniones, las cenas, y los cócteles de recepción, fui consciente de mi vacío interior.Algo faltaba en mi vida.

      El trabajo no me estaba proporcionando la satisfacción que yo siempre había pensado que me daría. ¿ Y qué si tenía un máster en administración de empresas y estaba ganando seis cifras al año? Había un vacío que mi carrera no llenaba. Empecé a anhelar en secreto llenar ese vacío, a pesar de que no estaba seguro de qué era exactamente o cómo podía hacerlo.

      Un día, cuando se acercaba mi trigésimo cumpleaños, una llamada a mi despacho me sacó de una de mis frecuentes fantasías.

      «Dean, soy el doctor Naish». Naish era el presidente ejecutivo de un cliente potencial que yo había estado persiguiendo durante meses. «La Junta Directiva ha tenido la oportunidad de deliberar y me complace informarle de que se le ha concedido el contrato».

      En silencio alcé mi puño en el aire.

      «Estamos ansiosos de hacer negocios con vosotros, chicos», continuó Naish. «Haré que mi asistente concierte una reunión para esta semana».

      «¡Toma!» dije cuando colgamos. Éste era un contrato que mi empresa quería a toda costa. La noticia se iba a festejar. Llamé a mi jefe para darle la buena nueva.

      «¡Sí!» Gritó por el auricular. Podía oírlo teclear números en su calculadora. «¡¿Sabes lo grande que será tu comisión?!».

      Con una repentina sensación de bajón, me di cuenta de que no me importaba. Mi cheque podía ser muy grande, pero parecía que la cantidad de trabajo que se venía sobre mí iba a ser aún mayor.Todos los días recibía docenas de mensajes de voz urgentes y más docenas de correos electrónicos. Conseguir manejar todo el jaleo que llegaba era casi imposible. En un momento dado, el clamor había empezado a manejarme a mí.Ahora yo sólo reaccionaba ante los asuntos del día, sin marcar mi propio camino en ningún modo en concreto, sin sentir ninguna verdadera sensación de realización. Al principio me importaba el dinero porque yo nunca había tenido nada. Pero ahora que había conseguido juntar un buen montón, me di cuenta de que tenía que haber algo más en la vida que el continuo intento de aumentar esas reservas.

      Porque la mayor parte de mi vida adulta me la había pasado poniendo fechas límite y persiguiendo el siguiente acuerdo. Había pasado mucho tiempo desde que me había parado a reflexionar, ya no estaba seguro de lo que era importante. Las cosas estaban yendo demasiado deprisa para mirar debajo de la superficie. Todo el mundo a mi alrededor parecía estar trabajando al mismo nivel, era un círculo vicioso. Estábamos todos atrapados en un huracán de reuniones importantes y comidas caras, negociaciones de consíguelo-o-muere, tratos lucrativos hechos en hoteles de moda con toalleros calentitos y albornoces con el símbolo del hotel.

      Me había acostumbrado a la vida de alto standing, los bonus, los pesados paquetes de opciones. Mi futuro se veía brillante al tiempo que los bonus seguían entrando. Pero no podía ignorar la insistente sensación de que algo me faltaba. Me movía rápido, eso estaba claro, ¿pero me estaba moviendo hacia delante? Necesitaba un sentido de propósito y claridad quizá, de aventura.

      Algo me abofeteó en la mañana de mi trigésimo cumpleaños. Comenzó de forma placentera, con Julie trayéndome el desayuno a la cama.

      «Feliz cumpleaños, cariño» sonrió, sirviéndome el café. «¿Puedes creer que


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