Ultramaratón. Dean Karnazes

Ultramaratón - Dean  Karnazes


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de vida eran igual de valiosas. Correr trata de encontrar tu ritmo interno, y así es una vida bien vivida. «Corre con tu corazón», él me había dicho.

      Corrí mi primer maratón ese mismo año. No era una carrera organizada, sino una carrera benéfica para niños desfavorecidos. Nosotros los estudiantes obteníamos donativos por cada vuelta que completábamos en la pista del instituto. Los donantes normalmente se comprometían a aportar un dólar por cada milla, y la mayoría de mis compañeros de clase corrieron entre de 2,5 a 4 millas entre unas diez y quince vueltas.

      Yo hice 105 millas. Me llevó casi seis horas conseguirlo, pero sencillamente no iba a parar hasta que hubiera completado el equivalente a un maratón. Estaba oscuro y desierto cuando terminé, salvo por algunos amigos incondicionales que se quedaron anonadados por mi persistencia.

      Tendría que haber visto las caras de la gente cuando les dije que debían 105 dólares. Principalmente de sorpresa. Una justa cantidad de gestos de felicitación. Y unos cuantos incrédulos que levantaban las cejas, que pagaron rápidamente cuando me quité la zapatilla y les enseñé las ampollas.

      Había habido una chica, en la pista durante la carrera, un poco antes, que me había dejado intrigado. Era impresionante, y todavía más porque estaba cubierta en sudor. La mayoría de las «reinas de la belleza» de nuestro instituto no tenían nada que ver con el deporte o con sudar en público. Pero ella era una belleza a la que no parecía importarle. Me chifló la manera en que se veía, toda sonrojada y exhausta, intentando completar otra vuelta alrededor de la pista.

      Descubrí que estaba en primer año y que su nombre era Julie. Más tarde tuve el valor de pedirle una cita para ir al cine. ¿Grease? ¿Fiebre del Sábado Noche?, no me acuerdo.Todo lo que recuerdo es a ella, que estaba a mi lado, que tenía una cita conmigo. Quiero decir, los mayores y los tíos estrella querían salir con ella. Por supuesto, yo era un atleta, pero uno poco convencional. No jugaba al béisbol ni al fútbol americano; corría y surfeaba. Pensaba que ella pegaba más con el quarterback del equipo de los mayores, y sin embargo, ahí estaba, conmigo.

      Era mi primera cita, y me enamoré –no sólo un capricho pasajero de instituto, sino enamorado genuinamente– de la cabeza a los pies. Reflexionando otra vez sobre ello, así es como hacía las cosas. O me comprometía cien por cien, con firme devoción o nada en absoluto. Enamorarse no era una excepción.

      Los dos nos volvimos inseparables. Siguiendo la tradición griega, Julie se convirtió en parte de nuestra familia y no parecía para nada incómoda con la costumbre, a pesar de que era una mujer blanca americana reservada, en una casa llena de griegos escandalosos. Parecía estar en su salsa durante las reuniones vacacionales llenas de familiares bromistas, ouzo a discreción, platos rotos, y bailes en el salón.

      Igual que mi hermana, Pary, Julie era la única chica de su familia, y la amistad entre ellas se hizo excepcionalmente fuerte. Las dos parecían compartir una calma y desenvoltura particular, incluso en una habitación llena de dominantes hombres griegos. Julie podía mantenerse, en contra de cualquier tío machista influido por el ouzo, de un modo divertido y alegre. Su rápido ingenio nos ganó a todos a la vez, aprendía un par de palabras griegas y las soltaba cómicamente en frases inesperadas en los momentos más oportunos.

      Una vez que la temporada de campo a través hubo terminado, sólo tenía una opción para seguir corriendo de forma organizada: apuntarme al equipo de pista. La temporada de pista empezó después de que terminara la de campo a través. Era casi como pasarse al bando contrario, pero dejé que mi amor por la carrera sacara lo mejor de mí.

      Bilderback, el entrenador de pista, me puso en el equipo sin una prueba oficial, lo que fue bastante amable por su parte. Pero mi primer encuentro con él como entrenador fue desastroso.Aparecí para un entrenamiento el primer día y, como siempre, no llevaba mi reloj. Me tuvo corriendo una serie de pruebas de tiempo. Cada vez que terminaba una vuelta miraba su cronómetro y gritaba los tiempos, golpeando con su boli en la carpeta mientras chillaba. Era irritante.

      Yo lo había hecho bien en el campo a través sin que alguien estuviera ladrando órdenes cada vez que corría.Así que, después de que Bilderback me hubiera cronometrado, medido, evaluado mi paso y diseccionado mis tiempos, le mencioné que no era realmente necesario gritarme los tiempos mientras corría.

      «Pero si no sabes cuáles son tus tiempos por tramo», dijo «¿Cómo vas a medir tus propios resultados?»

      «Corro con mi corazón» repliqué.

      Eso debió haber sido la cosa más graciosa que Bilderback había escuchado nunca. «¡Corre con su corazón!»

      Quise darle al bastardo un puñetazo. En cambio, salí de la pista y colgué mis zapatillas.

      No volví a correr en quince años.

      Capítulo IV

      Corre por tu vida

      ES LA BUENA VIDA,Y NO LA SIMPLE VIDA,LO QUE HA DE VALORARSE POR ENCIMA DE TODO

       Sócrates

       Del sur al norte de California

      Mi carrera como corredor terminó, pero la vida seguía adelante sin demasiados remordimientos. Con tres niños de instituto en casa, el jaleo no era poco. Después de correr, las cosas se revolvieron. Descubrí el alcohol y empecé a dar fiestas de adolescentes cuando mis padres estaban fuera. Kraig y yo empezamos a pelearnos. Él empeñó mi moto para comprar una tabla de surf nueva, y nos enzarzamos en una pelea en el salón, rompimos la porcelana hicimos un gran agujero en la pared. Siempre éramos mi hermano y yo los que causábamos la mayor parte de los líos, y yo era, claramente, el que más ofendía, como la vez en que cogí el coche de la familia y conduje hasta México sin carné. Pary era siempre equilibrada.

      Crecer siendo la única chica en una familia griega no era fácil, nuestro padre la sobreprotegía y raramente le dejaba ir lejos de casa. Era especialmente duro para él porque Pary era muy guapa: larga melena dorada, profundos ojos marrones, y la sonrisa de Julia Roberts. Mi pobre padre estaba constantemente preocupado por su seguridad y por los chicos. A pesar de ello, Pary no estaba disgustada por ello, y nunca se reveló. Ella estaba cómoda consigo misma y mucha gente, como yo, nos sentíamos arrastrados por su fuerza interna.

      Pary y yo fuimos amiguísimos durante el instituto. Ella era mi confidente más cercana y nunca me juzgaba. Independientemente de cuánto me alejara de sus valores o de cómo metiera la pata. Y tío, a veces sí que la fastidiaba bien: me expulsaron dos veces por asistir borracho a los eventos escolares. Mis padres estaban furiosos, listos para mandarme a un internado, pero Pary se puso de mi parte, como si supiera que esta fase inestable de mi vida fuera a pasar.Yo admiraba su alentador modo de seguir siempre adelante, sin tomarse nunca la vida demasiado en serio. «Ellos todavía te quieren», decía, hablando de mis padres. «Tan sólo dales un poco de tiempo». Nosotros éramos una familia, e incluso en las peores circunstancias, nos teníamos el uno al otro. Eso era lo que importaba.

      La graduación del instituto vino y pasó, y yo me fui a la universidad en Cal Poly, donde el libertinaje continuó, sólo que sin la supervisión de un adulto que me mantuviera en el buen camino. Estaba a kilómetros de casa y libre de preocupaciones, y todo me daba igual. Con un D.N.I falso, recién adquirido, era fácil obtener alcohol, y todas las noches parecían ser motivo de celebración.Yo hacía surf y windsurf todo el día, iba a clase cuando el tiempo me lo permitía y luego iba a fiestas hasta altas horas de la madrugada. Mis energías necesitaban una válvula de escape, y las juergas nocturnas cubrían esa necesidad. Julie y yo seguíamos juntos, pero yo me daba cuenta de que empezaba a cansarse de mi comportamiento. Ella había decidido ir a la universidad Baylor, en Texas, y prometimos mantener nuestra relación viva, aunque yo tenía dudas de que ella me fuera a ser fiel, dado el modo en que me estaba comportando. ¿Y quién podía culparla?

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      Mi hermana pequeña, Pary

      Entonces, una mañana temprano, después


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