La izquierda mexicana del siglo XX. Libro 3. Arturo Martínez Nateras
de guerrilla que planeaban expediciones militares para desatar una revolución social en México. A la larga, estos intentos no lograron virar hacia la revolución social total concebida por Flores Magón, pero el PLM, a partir de algunos de sus miembros, plataforma y organización, parecía entretejer los intereses de clase con las cuestiones indígenas. Las iniciativas del PLM, las huelgas (en conjunto con todos los mexicanos locales de los Obreros Industriales del Mundo o iww), los ataques y otras formas de organización podrían entonces parecer también formas de resistencia indígena, y no sólo expresiones de intereses de clase en conjunto con un internacionalismo o nacionalismo étnico mexicano.
El PLM fue “el primer movimiento social en desarrollar una ideología y un programa revolucionario coherente”, como señala Claudio Lomnitz (2014, XX). El programa proponía demandas que emanaban de las comunidades indígenas, aunadas a las exigencias de los asalariados, y las presentaba en un marco que ofrecía los derechos de una democracia liberal. En 1906, los organizadores itinerantes publicaban y distribuían extensamente el programa del PLM, que prometió resucitar los ejidos (tierras comunales indígenas), proteger la tierra indígena de la usurpación y dar a la gente el derecho a trabajar tierras no productivas, aunque fueran de “propiedad privada”. Para los asalariados, el PLM ofreció eliminar el sistema de “salario dual”, terminar con el trabajo infantil, abolir las rapaces tiendas de raya y establecer un día laboral de ocho horas y un sueldo mínimo nacional. Las reformas liberales que se incluyeron en la plataforma fueron educación pública (y laica), educación para las mujeres, y libertad de prensa y asamblea. Las exigencias indígenas eran las más revolucionarias de la plataforma, ya que el regreso de los ejidos habría supuesto el desmantelamiento de las haciendas agrícolas, las minas y la base territorial sobre la que se había cimentado la economía capitalista mexicana durante mucho tiempo, y habrían volcado las relaciones sociales dentro de México. También eran demandas de clase.
Estas exigencias habrían sido atractivas para los indígenas que trabajaban por sueldos o que luchaban contra el despojo de sus tierras. Ya fuera que las demandas indígenas se volvieran parte de la plataforma debido a la propia relación de Flores Magón con las comunidades indígenas de Oaxaca o a la influencia de los indígenas dentro del PLM, esto parece secundario ante el señalamiento de Flores Magón de por qué el comunismo y el PLM serían atractivos para los indígenas. El pasaje tan citado de Flores Magón observa que la gente rural de México había practicado el comunismo y que era “casi comunista”. Así lo escribió en 1911:
[…] la mayoría de los habitantes de la República Mexicana […] contaba igualmente con tierras comunales, bosques y aguas libres lo mismo que la población indígena. El mutuo apoyo era igualmente la regla, las casas se fabricaban en común; la moneda casi no era necesaria, porque había intercambio de productos; pero se hizo la paz, la Autoridad se robusteció y los bandidos de la política y del dinero robaron descaradamente las tierras, los bosques. Todo […y] habían encerrado a una población entera en los límites de “su” propiedad con la ayuda de la autoridad.
Se ve, pues, que el pueblo mexicano es apto para llegar al comunismo, porque lo ha practicado, al menos en parte, desde hace siglos [...] (Regeneración, 2 de septiembre de 1911) .
El atractivo del PLM para los indígenas mexicanos era más profundo. No importa cómo hubieran encontrado los mexicanos por primera vez el PLM —ya fuera por medio de los organizadores, de boca en boca o el periódico Regeneración—, el PLM era en parte indígena. Los artículos de Regeneración incluían historias sobre indígenas en la Revolución, en el trabajo o en las batallas. Los indígenas estaban entre los propagandistas itinerantes y organizadores que viajaron sobre gran parte de Estados Unidos y todo México, y que hablaron y se organizaron en idiomas indígenas. Eran el rostro del PLM, el vínculo humano entre los líderes de la organización y los trabajadores que constituían la base del partido a lo largo de un espacio binacional de Estados Unidos y México. Éstos eran los descendientes del siglo XX de los muleros ambulantes que habían jugado un papel crucial en revueltas indígenas coordinadas y en la lucha por la independencia de México. Rastreé a varios propagandistas y organizadores itinerantes que caminaban y viajaban en los trenes haciendo recorridos transnacionales que duraban semanas y meses, y podían incluso extenderse años de movimiento casi perpetuo. Todavía no se explora la importancia del hecho de que muchos eran indígenas, hablaban un idioma indígena y compartían experiencias (y entendidos) con los trabajadores indígenas. Fernando Palomares decía que distribuir los periódicos era “dejar rastros de polvo”, de ideas incendiarias.3 La comunicación se movía con las redes sociales en los sitios de trabajo, en el camino, en las comunidades y con los organizadores y propagandistas itinerantes.
¿En qué grado parecía que estos organizadores encarnaron las experiencias vividas por los trabajadores indígenas? Fernando Palomares, por ejemplo, hijo biológico de padre portugués y madre mayo fue criado por tíos mayos. Hablaba yoeme —un idioma compartido entre mayos y yaquis— y en su firma, como “El mayo proletariat”, reivindicaba su membresía étnica y de clase. Aparentemente, era sido bien conocido entre los yaquis y mayos, ya fuera por comprar armas para los yaquis en México o por organizar a los mineros de cobre yaquis o mayos en Cananea, o como el delegado del PLM con los mayos y yaquis, designado por Flores Magón. Era también un sindicalista reconocido que trabajaba entre obreros yaquis, mayos y mexicanos para la iww, además de para el PLM.4
Fernando Velarde era indígena, tal vez akimel o’odham, y es posible que hablara su idioma. Militaba para el PLM, los Obreros Industriales del Mundo (iww), la Federación Occidental de Mineros, el Partido Socialista (EUA) y el Partido Socialista del Trabajo. Este herrero radicado en Phoenix leía a Marx y estableció el único periódico en español del iww, La Unión Industrial, que reflejaba los intereses mexicanos tanto en el iww como en el PLM. Los recuentos lo colocan con los akimel o’odham, yaquis y tohono o’odham que apoyaron al PLM y a la iww. También fue amigo de anarquistas internacionales como Tom Bell, miembro del círculo más íntimo del escritor y filósofo Piotr Kropotkin. Viajó y se dedicó a organizar con el nativo americano Wobbly Frank Little. Sus actividades de organización lo llevaron a recorrer Estados Unidos hasta Florida, por California y, me parece, por otras regiones. Su hija recordó que siempre estaba viajando. Sospecho que sus espléndidas habilidades organizativas —Bell lo llamaba “el mejor organizador que he conocido jamás”— le permitieron evadir el rastreo que lo habría hecho caer en los registros oficiales de Estados Unidos y de México (Bell, 1932).5
Parece ser que los organizadores indígenas siguieron en contacto con sus comunidades de origen y fueron miembros activos de sus comunidades indígenas. Palomares permaneció como parte de la comunidad de mayos de Mayocoba, Sinaloa, viajando a veces con mayos de la zona. Un primo que se quedó en Mayocoba era el representante del PLM en esa región, y en 2002 había residentes ancianos del lugar que lo recordaban. Primo Tapia de la Cruz, un purépecha de Naranja, Michoacán, regresó a Michoacán y viajó por el occidente de Estados Unidos con primos de su pueblo. Tapia era tan importante para las ceremonias religiosas de su pueblo tras su regreso, en la década de 1920, que algunos consideraron su asesinato un “martirio” (Boyer, 2003, 143). Los organizadores indígenas que investigué hablaban un idioma indígena. Organizarse en idiomas indígenas significaba que las maneras de entender indígenas (inscritas en cada idioma) transmitían las noticias y la postura del PLM, expresando conceptos indígenas en relación con las ideas de Flores Magón y el PLM. Un paisano de Primo Tapia de la Cruz recuerda que “nos hablaba en [purépecha]” para explicar el anarcosindicalismo y el comunismo (Friedrich, 1986, 6). Tapia era miembro de un grupo de estudio del PLM en Los Ángeles, lo que nos lleva a preguntarnos si las conceptualizaciones de Proudhon o de Kropotkin tuvieron resonancia para los hablantes de purépecha.
En un momento en el que menos de una cuarta parte de la población mexicana estaba alfabetizada, Regeneración se leía en voz alta y solía ser, por lo tanto, una experiencia oral y sonora. Las lecturas públicas ocurrían en escenarios comunales en los hogares, plazas del pueblo, reuniones o campos laborales, a diferencia del lector solitario imaginado por Benedict Anderson (1983) que por medio de la palabra escrita podía participar en una “comunidad imaginada” nacional. La percepción de los participantes indígenas de estas lecturas y discusiones nos lleva a