La izquierda mexicana del siglo XX. Libro 3. Arturo Martínez Nateras
había sido relativamente relajado en la frontera norte, lo que dejaba algo de espacio para poder negociar; bajo los Estados Unidos, los nativos americanos tuvieron la opción de mudarse a las tierras marginales de las reservaciones o morir asesinados en la resistencia. Los nativos americanos no tenían derecho alguno como ciudadanos. Algunos decidieron convertirse en “mexicanos”, por lo menos para el mundo exterior. Otros obtuvieron documentos legales que los identificaban como “inmigrantes mexicanos” y volvieron a casa. Otros más simplemente dijeron que eran mexicanos y siguieron viviendo como lo habían hecho, en lugares como las afueras de Phoenix. Otros, que trabajan lejos de la tierra comunitaria y estaban renuentes a regresar a la reservación, se volvieron “no reconocidos” por los registros federales, pero sus familias y comunidades se mantuvieron como indígenas. Algunos estaban interesados en recuperar el suroeste —o partes de éste— para México, quizá esperando evitar las políticas violentamente genocidas de Estados Unidos. El PLM (y otros movimientos sociales), que prometía devolverles las tierras y recursos, y extender condiciones decentes de trabajo y pago para asalariados podría haber resultado atractivo para algunos nativos americanos confrontados por colonos violentos y amenazados con el despojo.
En los movimientos militares del PLM hubo participación de indígenas. Uno de éstos fue el esfuerzo de 1911 para tomar Baja California para convertirla en una base del PLM desde donde, esperaba Flores Magón, pudiera retomarse el ímpetu para la Revolución mexicana. La toma inicial de Mexicali en 1911 fue planeada y ejecutada por organizadores indígenas: Fernando Palomares y Ramon Caule —ambos organizadores de la huelga de Cananea en 1906—, y Camilo Jiménez, un trabajador agrícola cocopah y organizador del iww y el PLM. Todos ellos eran trabajadores veteranos, involucrados en las luchas laborales de México y Estados Unidos, y reclutaron combatientes para la incursión inicial en Mexicali. Después, Flores Magón elogiaría a Jiménez como el “alma” del movimiento revolucionario de Baja California y como un “estratega, un maestro del detalle geográfico”. También se le atribuyó la organización de una “caballería india” de aproximadamente 350 cocopahs armados, que formaban “una tercera parte de la fuerza invasora total” (Monroy, 1962, 173).7
2. fernando palomares (también conocido como francisco martínez), indio mayo trilingüe, editor de libertad y trabajo. fotografía policiaca al ser arrestado por violar las “leyes de neutralidad“, cárcel de leavenworth, kansas, eua, 1912.
Es posible que los cocopahs se unieran debido a que sus intereses y los del PLM se entrelazaban con la historia reciente del uso de la tierra y del agua de modos que se reforzaban mutuamente. Los cocopahs vivían en la zona binacional que había sido recortada por la frontera y que abarca partes de México, Arizona y California. Con la expropiación del río Colorado, Harrison Otis, editor del Los Angeles Times y dueño de largas franjas de tierra en el Imperial Valley y en el valle de Mexicali del lado mexicano de la frontera, comprometió las fuentes de agua de los cocopahs (Hart, 2002, 514). Los cocopahs usaban el río y, para 1910, estaban entre los asalariados que cosechaban para el creciente imperio agrícola. Es posible que hubieran emigrado para trabajar, como Jiménez, trabajador agrícola que vivía en el pueblo de Holtville en Imperial Valley durante la temporada y luego regresaba a una comunidad cocopah ubicada en algún lugar de las montañas cercanas. Probablemente los provocó el despojo del río Colorado, la invasión al territorio vecino y trabajar como jornaleros mal pagados en la cosecha del valle. La promesa del PLM de retomar la zona, lanzar una revolución para recuperar la tierra para los indígenas y evitar una enajenación mayor de los recursos, aunada a promesas a los asalariados, podría haber sido lo suficientemente convincente para que se unieran a lo que quizá veían como el primer paso para expulsar a los mexicanos y estadounidenses mestizos, y devolverle el río y las tierras a los cocopah.
Otra indicación de la organización panamericana afloró en 1912 en Michoacán, estado natal de Primo Tapia. Dos años después de que comenzara la revolución, hubo una mención de una alianza panindígena formada en Michoacán, una “alianza informal de pueblos que en 1912 se propuso como meta […] la unificación de los pueblos indígenas a lo largo de toda la región” (Boyer, 2003, 28). Según estudios sobre Tapia, en especial los de Paul Friedrich (1977), éste viajaba a casa y mantenía el contacto con sus parientes antes de regresar, en los años veinte, para finalmente dirigir el Partido Comunista de Michoacán. Los miembros de su familia eran agraristas, una de las asociaciones interclase de quienes trabajaban la tierra y favorecían su distribución más justa, y les preocupaba que los mestizos se mudaran a las suyas. ¿Podría ser que Tapia u otros purépechas participantes en el PLM ayudaran a organizar o tuvieran una influencia en la alianza panindígena? En Michoacán, muchos organizadores agraristas eran de ascendencia otomí o purépecha, y habían perdido sus tierras y formado un movimiento que se expresaba en términos de clase, y no como un asunto indígena en sí. Pero en Michoacán, como sostiene Boyer, “la creación de una identidad de clase campesina no logró que las solidaridades preexistentes de las personas rurales desaparecieran nada más. Al contrario, la modularon con su propia comprensión de etnicidad y comunidad” (Boyer, 2003, 41).
Interrogantes sobre el replanteamiento de los pasados de los movimientos sociales transnacionales
Estos fragmentos son tan sólo la punta de una historia mucho más grande. Indican no la desaparición ni “incorporación” de los indígenas, sino un proceso mucho más complejo. A partir de mi ensamblaje de fragmentos surgen más preguntas sobre los significados más amplios de ciertos hechos y una pluralidad de pasados y perspectivas.
Saber que hay pasados múltiples que reconocen diferentes conceptualizaciones cambiaría radicalmente las supuestas historias de este periodo. Me parece que estos pasados múltiples producirían diferentes protagonistas de la historia. Algunos podrían ser nombres ya conocidos, como el de Cajeme, líder de los yaquis; me imagino que otros serían desconocidos para mí o para la mayoría de los lectores. Entre ellos podría haber elementos históricos que son “seres encantados”, a quienes se refieren como “dioses”, espíritus o santos, expresándolo casi siempre en términos de religión o de mito. Pero si tomamos en serio el significado para los que experimentaron estas realidades, ¿cómo pueden estas figuras “hacerse visibles al traducir mundos diferentes y encantados al lenguaje universal y desencantado de la historia?” (Chakrabarty, 2000, 89). Dipesh Chakrabarty describe a un pueblo tribal bengalí que durante una huelga de obreros textiles hacía recuentos de los dioses como factores activos del cambio. Es probable que haya espíritus y fuerzas entre los elementos de ciertos pasados conceptualizados de manera distinta. Es probable que los santos y espíritus aparezcan de manera más prominente en la historia de la rebelión de Tomóchic, de Teresa de Urrea y la posterior masacre (Urrea, 2005, 359-495; Vanderwood, 1998).
¿Cuáles son las memorias, los testimonios orales y las historias del pasado que existen de alguna forma en las comunidades? Esta pregunta se trata, a fin de cuentas, del significado. ¿Cuáles podrían ser los significados para las comunidades de estos movimientos sociales binacionales? ¿Cómo podrían haberse conceptualizado las nociones occidentales de socialismo o de comunismo en idiomas que encarnan conceptos rigurosamente distintos sobre las relaciones entre humanos, en las comunidades y en las relaciones de los humanos con la tierra, el aire, las criaturas y otros seres? ¿Cómo se entrecruzaron estos marcos conceptuales con los escritos de Regeneración y cómo se escucharon o transmitieron estos trabajos?
Algunas interrogantes tienen que ver con las interrelaciones entre conflictos políticos y las formas internas de cultura y organización social. ¿Cómo afectaron los conflictos políticos a las formas indígenas de cultura y organización social? Por otro lado, ¿cómo las formas indígenas de organización social y cultura afectaron y ayudaron a moldear las modalidades de conflicto político? ¿Cómo y en qué grado ayudaron los conceptos indígenas a dar forma a las organizaciones políticas y a los conflictos? ¿En qué grado las actividades de organización binacional moldearon los intereses o programas de las comunidades indígenas? Estas cuestiones se me ocurrieron al volver a pensar en otros hechos y al preguntarme si formar parte de las comunidades indígenas podría haber ejercido influencia en la participación, el consenso y la toma de decisiones de algunos. En