Seamos una familia. Roser A. Ochoa

Seamos una familia - Roser A. Ochoa


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tres indicaciones y algunas advertencias. No era algo difícil de hacer, puede que lo que más costara era encontrar la fortaleza para dar el paso. Sara se levantó de la cama con determinación.

      —¿Necesitas ayuda? —inquirió Laura.

      —Es mear en un palito, creo que voy a poder sola —soltó Sara con sarcasmo, y Laura no se lo tuvo en cuenta, eran los nervios los que hablaban.

      Sara dejó la botella de agua de litro y medio sobre la mesilla de noche y entró con decisión en el baño, para salir de él pocos instantes después.

      —¿Ya? —preguntó Laura.

      —Cinco minutos —recordó Sara, mirando entonces el reloj de su móvil.

      Ambas amigas se sentaron al borde de la cama a esperar, les pareció que había transcurrido mucho tiempo, sin embargo, el cronómetro no llegaba a los treinta y tres segundos. Ambas soltaron un suspiro al unísono.

      —¿Folla bien? —indagó Laura tratando de entablar una conversación.

      —¡Calla! —la reprendió Sara, sintiendo cómo todo su rostro se enrojecía—. Maldita sea, te imaginas qué… —empezó, y su mirada se dirigió a la puerta del baño entreabierta, mientras meneaba la cabeza de un lado a otro.

      —Al menos es guapo —se burló Laura—, muuuy guapo —repitió.

      —Y simpático —se apresuró a añadir Sara.

      —Y su familia tiene pasta. Aunque para mi gusto es un poco serio… —opinó Laura, llevando una mano a la cabeza para rascársela—. Parece del tipo que se toma las cosas demasiado a pecho.

      —¿Verdad? —dijo Sara, girándose de un bote hacia su amiga, feliz de que alguien más hubiese observado eso en el chico—. Es como… —empezó, moviendo las manos de un lado a otro—, puaj —dijo Sara abriendo mucho los ojos y poniendo caras raras.

      —Además siempre está como… —siguió Laura, haciendo gestos rápidos—, ¿no?

      —¡Sí! —confirmó Sara en una exclamación.

      —Pero es un buen tío —soltó Laura, mirando nerviosa de nuevo al baño—. ¿Cuánto ha pasado?

      Sara comprobó el cronometro y soltó un soplido, ¿cómo podía el tiempo pasar tan despacio?

      —Solo dos minutos —dijo.

      Ambas se quedaron calladas un rato más, los nervios se acumularon en esa habitación.

      —¿Qué vas a hacer si…?

      —No lo sé —afirmó Sara—. Tan solo hace unos meses que salí de la facultad y el trabajo en el hotel no es malo, creo que podría ascender rápido…

      —Dicen que él va a irse a trabajar a un restaurante con una estrella Michelin —apuntó Laura.

      —Parece de los que no eluden sus responsabilidades, de esos tipos que se casan y forman una familia —meditó Sara.

      —Lo dices como si fuera algo malo —advirtió su amiga, por el tono empleado.

      —Tampoco es que sea algo bueno —convino Sara, alzando los hombros—. No era lo que había planeado —soltó, dejándose arrastrar momentáneamente por el pesimismo.

      —Nadie planea esto a los veinte —añadió Laura—. ¿Te casarías con él?

      —Es un buen tío —pensó en voz alta Sara—, guapo, trabajador… Es una buena persona…

      —Pero…

      —No hace que salten chispas —dijo Sara sin más—. Creo que no podría enamorarme de alguien como él.

      —Siempre puedes… Ya sabes —comentó Laura, haciendo el gesto de tijeras con la mano—. Y olvidarte del tema.

      —Es otra opción —declaró Sara—. Creo que ya han pasado los cinco minutos.

      —Dará negativo y lo sabes.

      —Sí —afirmó Sara—, me estoy comiendo la cabeza por nada, en un rato nos estaremos partiendo el culo de esto —soltó levantándose—. Vamos allá —añadió al entrar al baño.

      Las dos chicas se sentaron la una al lado de la otra, entre la toalla de mano se intuía un pequeño trozo de plástico de no más de diez centímetros de largo, ambas se miraron y sonrieron.

      —¿A la de tres? —dijo Laura.

      —¡Venga! A la de tres… Un, dos… Tres.

      Capítulo 1

      5 años después

      Eric se sentó en ese banco de madera pintado de alegres colores dispuesto a esperar. La verdad, era muy melancólico, el colegio no había cambiado demasiado en todos esos años, de hecho, algunos profesores de los que seguían impartiendo clases eran los mismos que cuando él había sido alumno del centro, de eso hacía ya tiempo. Sacó el móvil del bolsillo de la cazadora tejana y se entretuvo con el Candy Crush mientras esperaba.

      —¿Vienes a por Lucas? —le preguntó una chica, parada justo en la bifurcación del pasillo.

      —¡Sí! —confirmó Eric levantándose y guardando el móvil.

      —Hoy ha estado un poco triste… —le dijo la joven, acercándose a él un par de pasos—. Soy Anna, la profesora de música —se presentó, alargando la mano que ambos encajaron.

      Eric soltó un suspiro al aire y sonrió sin demasiadas ganas a la chica, que le devolvió el mismo tipo de sonrisa, esas que huelen a cortesía. No tuvo tiempo de preguntar si había pasado algo durante la mañana para que Lucas se hubiera puesto triste, pues otra profesora, esta vez algo más mayor, apareció con el pequeño de la mano. El niño caminaba cabizbajo y con el rostro inexpresivo hasta que vio a Eric, entonces, soltando la mano que lo tenía agarrado, corrió a los brazos de su tío, que lo recibió alzándolo del suelo y cargándolo mientras lo besaba.

      —¿Este es tu tío, Lucas? —le preguntó Anna, la profesora de música, mientras le ofrecía al niño una enorme sonrisa y acariciaba su cabeza.

      —Vaya, que contento te has puesto al verlo —añadió la otra mujer, también con una sonrisa de esas que mostraban todos los dientes.

      «Compasión», pensó Eric, que se obligó a devolver ese gesto amable, ampliando esa sonrisa forzada que ponía frente a todos.

      —¿Crees que lo traerás esta tarde? —indagó la mujer más mayor, mirando a Eric.

      —No. Después del médico nos iremos a comer por ahí —respondió con sinceridad. De reojo, Eric observó cómo los ojos de Lucas se abrían un poco y su gesto parecía algo más feliz—. Creo que hoy me darán el informe y el psicólogo dijo que llamaría para poder venir un día para hablar con la tutora y poder ofrecer algunas pautas…

      —Tranquilo, no te preocupes por nada de eso —le dijo la mujer, poniendo la mano encima del brazo del chico—. Lucas, pásalo muy bien con tu tío, nos veremos el lunes, ¿vale? —añadió con tono dulce y algo forzado.

      Todos se quedaron callados unos instantes aguardando esperanzados, sin embargo, Lucas no respondió. Desde hacía cuatro meses, Lucas no hablaba, salvo contadas palabras y solo dirigidas a su tío. Eric se había convertido, de la noche a la mañana, en lo único que le quedaba a Lucas, del mismo modo que Lucas, en ese momento, era lo único que Eric tenía. La repentina muerte de Sara los había destrozado por igual, pero Eric era el adulto, tenía que seguir con una enorme sonrisa, por el bien de los dos.

      —¡Vamos! —exclamó Eric, dando un pequeño bote para cargar un poco mejor al niño.

      Descendió por la empinada calle en lo alto de la cual estaba situado el centro escolar mientras le explicaba al pequeño qué había hecho durante la


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