Seamos una familia. Roser A. Ochoa
averiguar cuánta verdad había en sus palabras. En un impulso, Jonah levantó la mano y la llevó a su pecho, a la altura del corazón, como si estuviera jurando que todo lo que acababa de decir era cierto. Al final, la puerta se abrió y Eric le dio paso a su hogar.
Era un piso pequeño y antiguo. En algunas partes los baldosines del suelo estaban agrietados y habían saltado en algunas zonas. Las paredes seguían estucadas, a pesar de que se notaba que habían pintado recientemente. Jonah siguió a Eric por el pasillo hasta la cocina, pequeña y espantosa, de tan solo dos fogones de butano, una encimera y sin armarios ni arriba ni abajo, a pesar de que el chico había suplido eso con algunos fruteros con ruedas. Ambos estaban callados y se observaban, a Jonah le habría gustado saber qué era lo que el chico estaba pensando en ese momento.
—¿Quieres un refresco? —ofreció el joven. Jonah asintió con la cabeza—. ¿Cómo me has encontrado? —inquirió Eric, mientras sacaba una lata de la nevera.
—Contraté a un detective.
—Joder. —A Eric se le escapó una sonrisa y eso logró que Jonah se relajara un poco—. Espero que te haya cobrado una pasta —añadió con maldad.
—Lo ha hecho —le confesó, para su regocijo.
Estar ahí era muy extraño, de pronto su vida parecía sacada de una novela, no era algo con lo que hubiera pensado que alguna vez tuviera que lidiar, y su mente era puro caos, sacudida con muchos pensamientos diferentes desde «qué diablos hago yo aquí» a otros de diferente índole. Pensaba en cómo lograba un chico tan joven criar solo a un niño, de dónde sacaba el dinero, el tiempo y la paciencia… Si él se hubiera encontrado en una situación como a la que se había visto empujado Eric tras la muerte de Sara, no habría sabido ni por dónde empezar. Pero ahí estaba ese chico, que parecía tener la mayoría de edad recién cumplida y haciendo algo que, a él mismo, con unos cuantos años más a sus espaldas, se le antojaba imposible. Admiración, eso era lo que Jonah sentía en ese momento. Quiso decírselo, no obstante, pensó que sería lo último que Eric querría escuchar de él.
—¿Puedo ver su habitación? —La pregunta cayó directa, sin haber pensado demasiado en ella.
La expresión en el rostro de Eric apenas se inmutó, simplemente dejó su lata sobre la pequeña mesa, que estaba llena de migas de galleta, y salió de la cocina. Jonah dejó la suya al lado de la otra y salió tras el chico. El resto del piso no mejoró su primera mala impresión.
—Es esta —dijo Eric abriendo una puerta—. Siento el desorden, a veces se nos va de las manos.
«Normal, sois dos niños», pensó Jonah, pero no verbalizó tal pensamiento. Eric se apartó de delante de la puerta dándole paso a la pequeña habitación. La cama estaba sin hacer y había diversos juguetes tirados por el suelo, pero, aparte de eso, era una habitación bonita. Jonah se sorprendió cuando las comisuras de sus labios se torcieron hacia arriba. «Vaya, no le he traído ningún regalo, debería haberle comprado algo, ¿qué clase de persona va a ver a un niño sin llevarle nada?», pensó, mientras admiraba los dibujos colgados con chinchetas en un corcho al lado de la cama.
—Dibuja muy bien —susurró Jonah, sintiendo que un nudo oprimía sus palabras.
—Quiere ser astronauta —le dijo Eric.
Cuando Jonah se fijó un poco mejor, pudo identificar que esos dibujos eran naves espaciales, al menos la visión de un niño de cómo deberían de ser. «¿En serio estoy aquí? ¿De verdad este es mi hijo?».
—¿Cuántos años tiene? —preguntó.
—Cumplió los cuatro en febrero, el 22 —respondió Eric.
No añadió más, pero haciendo cálculos rápidos, Jonah supo que el cumpleaños del niño fue poco después de la muerte de su madre. Debió de ser algo muy triste, no quiso preguntarlo, aunque no preguntarlo no hacía que eso desapareciera.
Tenía que hablar con el chico con calma, deberían hacerse la prueba de paternidad y, si Lucas era su hijo… Jonah soltó un suspiro, mientras su mirada seguía oscilando por la habitación, y por un instante pensó que le gustaría que eso fuera así.
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