Seamos una familia. Roser A. Ochoa
alardear de algunos de los cuadros colgados, auténticas obras de arte, sin embargo, intuyó que a ese chico todas esas cosas le daban igual.
Había algo que no encajaba, aun así, se obligó a sonreír de manera amable, señaló la silla frente a la mesa, indicando que podía tomar asiento. Fue entonces cuando el muchacho se quitó la cazadora y el eslogan Que te jodan de la camiseta lo sacudió de pronto y no pudo evitar soltar una risotada, pensando en la mala elección del atuendo para alguien que pretendía ser contratado. ¿En serio estaba buscando trabajo? Si lo viera Ina lo descartaría de inmediato. Aunque tal vez lo había hecho para llamar la atención y desmarcarse del resto, de ser así, había logrado su objetivo. Jonah se quedó mirándolo con una sonrisa bastante tonta, le gustaba la gente tan desenfadada y con cínico sentido del humor, puede que porque él no era así.
—¿Cómo te llamas? —preguntó Jonah, sacando la agenda para tachar su nombre de la lista.
—Eric Costa —dijo el muchacho sin más.
La intensa mirada del chico hizo que Jonah se estremeciera de arriba abajo. Tenía los ojos de un profundo negro, tan oscuros que parecía que su pupila se difuminaba. Sin duda, era muy joven, no debería de tener más de diecisiete o dieciocho años, no acostumbraba a contratar chicos tan jóvenes, pero estaban también en el derecho de, al menos, optar a una entrevista justa. Todos habían pasado por ese incómodo momento en que la juventud era solo una traba y nadie se dignaba a dar una oportunidad.
Empezó a repasar la lista de los nombres de las personas citadas para una entrevista, sin embargo, no encontró a nadie con ese nombre, repasó los currículums que su hermana le había hecho llegar, pero tampoco dio con ninguno del tal Eric Costa. Alzó la mirada confundido, la sensación de que había algo raro siguió creciendo en él.
—¿Tienes experiencia como camarero? —preguntó entonces Jonah—. Al menos habrás traído el currículum, ¿no? —Ya que había asistido a la entrevista sin ser agendado, al menos…
—¿Crees que vengo a pedirte trabajo? —soltó Eric con indignación, cortando de raíz la diatriba mental de Jonah, que seguía sentado frente a él con expresión confundida.
—¿No vienes por el trabajo? —inquirió entonces, aún más desconcertado.
—No trabajaría para un hijo de puta como tú ni aunque fuera el último trabajo sobre la faz de la tierra —declaró Eric, con una enorme cantidad de odio en la voz.
—¿Perdona? —demandó Jonah tan aturdido, que ni se dio cuenta del momento en que él se había puesto de pie.
El chico frente a él seguía sentado con tranquilidad… No. Eso no era del todo cierto. Fijándose mejor, Jonah pudo advertir el temblor en sus manos, la manera en la que al tragar parecía que los nervios se quedaran atorados en su garganta, y cuando ese tal Eric alzó la mirada en su dirección, Jonah advirtió que sus ojos estaban ligeramente enrojecidos y cargados de desprecio.
—Tú eres Jonah Katsaros, ¿no? —preguntó el chico.
—Sí —afirmó, aún de pie y sin saber qué estaba pasando.
—De puta madre —soltó el muchacho, sacando algo de la mochila y tendiéndolo en su dirección—. Firma esto y me voy.
Capítulo 5
Podría haberse ido, volver otro día, en otro momento, esperar en una cafetería cercana o… había miles de cosas que podría haber hecho, pero no lo hizo, solo se quedó ahí de pie, frente a la puerta de ese restaurante, incapaz de moverse, puede que, de intentar dar un paso, la poca estabilidad aunada en ese instante se evaporara. Practicó un elocuente discurso durante el trayecto en tren; uno en el que no figuraban reproches, ni insultos, ni culpas de ningún tipo. Cuatro frases neutras para exponer la situación y le daría los papeles. En el bolsillo pequeño de la mochila había metido tres bolígrafos y los tres pintaban a la perfección, todos habían sido minuciosamente comprobados. No pensaba estar ahí ni un segundo más de lo estrictamente necesario. Entrar, soltar su discurso, que él firmara la renuncia y olvidarse del tema. No volver a ver a ese bastardo nunca más.
El problema se originó al verlo llegar. Lo primero que pensó Eric fue en cuán tópica había sido su hermana Sara. Jonah era alto, debía de rozar el metro noventa, aunque parecía más debido a su ancha complexión, seguro que practicaba algún deporte. Tenía el pelo castaño claro, casi rubio, era el mismo tono de pelo de Lucas, y cuando ese pensamiento cruzó su mente, Eric se sintió mucho más molesto con ese hombre. La cosa no mejoró en absoluto cuando comprobó que los ojos de ese tipo, de un azul claro y sincero, también eran como los de su sobrino. Eric sintió cómo la rabia crecía en su interior. Ese imbécil era atractivo de un modo insultante.
Lo siguió hasta el despacho, ¡el muy idiota pensaba que estaba ahí por una entrevista de trabajo! Eric dijo su nombre despacio, remarcando con énfasis el apellido, el mismo apellido que compartía con su hermana Sara, el mismo apellido que la chica a la que había dejado embarazada cinco años atrás. Pero el señor Katsaros pareció no inmutarse.
La ira lo invadió por entero, de dentro a fuera, lo sintió hasta doloroso, como un parásito abriéndose paso a mordiscos a través de su piel. No podía más, tenía que salir de allí antes de terminar haciendo algo de lo que se arrepintiera. Así que, con rapidez y gran autocontrol, volvió al plan inicial: sacó de la mochila los papeles que el abogado había preparado para él. Los dejó sobre la mesa, junto a uno de los bolígrafos.
—¿Qué se supone que es esto? —inquirió Jonah, sentándose de nuevo tras la mesa y agarrando los papeles.
«Siete, ocho, nueve…», Eric contaba mentalmente, para abstraerse. Solo quería que los firmara y poder salir de allí con dignidad y sin una denuncia por agresión, solo eso. Empezaba a arrepentirse de haber ido hasta este sitio, verlo a él ahora lo hacía real. Hasta el momento había sido un ente incorpóreo, sin cuerpo ni cara, simplemente el semen que fecundó el óvulo de Sara. Nunca se había parado a pensarlo mucho más allá. A quién se parecía Lucas, de dónde había sacado ese pelo tan fino y claro, o esos impresionantes ojos azules tan bonitos… Ahora que tenía al padre delante, era como si le hubieran dado una patada en el estómago.
—Firma —repitió Eric, y en esa sola palabra usó todas las fuerzas que le quedaban para no terminar provocando un desastre en ese despacho.
—Espera un momento —dijo Jonah mirándolo, pero Eric no supo identificar qué clase de mirada era esa, era como si ese azul que había descubierto al principio se hubiera vuelto como el cielo en un día de tormenta, de un gris escalofriante—. ¿Qué diablos se supone que es esto? Debe tratarse de un error —sentenció, empujando los papeles por encima de la mesa, alejándolos de él.
—El error fue follar sin condón y no querer saber nada de mi hermana después —soltó Eric a bocajarro, sin saber muy bien de dónde estaba sacando tanto arrojo, supuso que esa valentía residía en todo el amor que sentía por ese niño que lo esperaba en casa.
Una serie de sonidos provenientes del comedor hicieron que ambos alzaran la mirada en dirección a la puerta que no tardó mucho en abrirse, dando paso a una mujer perfectamente vestida, peinada y maquillada, que hizo que el gesto de Eric se torciera, pues, con un solo vistazo, le pareció tan artificial como una muñeca de plástico.
—¡Vaya! Lo lamento, no sabía que ya habías empezado con las entrevistas —declaró ella, con una voz que intentaba ser amigable sin terminar de conseguirlo. Tampoco consiguió disimular el gesto de desaprobación cuando los ojos se quedaron fijos, un poco más de lo necesario, en Eric—. Perdona, soy Ina, ¿tú eres…?
La mirada de Eric se fijó un instante más a esa mujer, para acto seguido regresar a su objetivo principal, él y los papeles que estaban sobre la mesa, que se encargó de volver a empujar hacia adelante, para que quedaran de nuevo frente a Jonah.
—Ina —dijo este último, con la mirada clavada en la mano de Eric, que seguía acercándole aquello que pretendía