Seamos una familia. Roser A. Ochoa

Seamos una familia - Roser A. Ochoa


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punto de golpear sus ojos a traición—. Venga, es muy tarde, te tienes que ir a dormir —apuntó el chico, recomponiéndose y llevándose al pequeño hasta la habitación para dejarlo con ternura sobre la cama—. Hoy no hay tiempo de cuento —lamentó, además estaba muerto de hambre, no veía el momento de arramblar con cualquier cosa que hubiera en la nevera, lo que fuese—. Vamos, vamos, no seas pesado —dijo Eric, ante los pucheros del niño—. Buenas noches, enano.

      Agachándose al lado de la cama, Eric besó la frente de Lucas y este alargó la mano para acariciar la mejilla de su tío, cosa que lo cogió por sorpresa. Lucas alzó un poco la mano para asir a Eric por la nuca y hacer que se acercara un poco más, este, intuyendo lo que pretendía, ladeó un poco la cabeza, acercando el oído a los labios de Lucas, que empezaron a moverse despacio.

      —Buenas noches —susurró el niño, con un hilo de voz tan suave, que Eric lo sintió como una leve brisa erizándole la piel. Como un beso de mariposa.

      —Te quiero, zarigüeya.

      Ambos se miraron aún unos instantes más, poco a poco, el pequeño fue cerrando los ojos hasta que su respiración se ralentizó. Una vez en la cocina y mientras tomaba un trozo de tortilla de patatas que había dejado hecha Marta, repasó todos los papeles que el abogado le había dado esa mañana, hasta que llegó a esa «renuncia» que debía firmar el padre de Lucas. Tenía que quitarse cuanto antes este tema de encima, puede que después de eso consiguiera conciliar mejor el sueño por las noches.

      —Bueno, señor Katsaros, más vale que no me lo pongas muy difícil.

      Capítulo 4

      Cuando salió de la ducha después de sus quince kilómetros diarios, Jonah pudo observar cómo el cielo, que ya al amanecer estaba teñido de gris, ahora había mutado a un negro extraño, y hasta empezaban a escucharse truenos lejanos. Iba a llover lo que, en el mundo de la hostelería, podía traducirse en dos cosas totalmente opuestas: que el restaurante se llenara hasta la bandera o que estuviera vacío por completo. Era extraño, a veces con la lluvia era como si a la gente dejara de apetecerle cocinar, esos días el restaurante bullía, sobre todo de vecinos de la zona. Por el contrario, había veces que, con tormenta, la gente pensaba que mojarse era algo insoportable y se encerraba en casa. Aunque esos días tampoco eran malos, los aprovechaba para probar nuevas recetas y usaba a sus trabajadores como conejillos de Indias.

      En los últimos meses de primavera había incluido tres platos nuevos en la carta. Además, el día se le presentaba complicado pues, a media tarde, entre el servicio del mediodía y de la cena, empezarían con las entrevistas para incorporar personal en la temporada de verano. De hecho, ya iban un poco tarde. La gente de sala solía ser cosa de Víctor, ya que, a fin de cuentas, él era quien tendría que lidiar con ellos. Jonah no solía salir mucho de la cocina, lo que él necesitaba era un par de buenos ayudantes, rápidos en pequeñas tareas y a poder ser con algo de experiencia.

      Al final, la mañana fue relativamente tranquila. Hubo comensales, pero dentro de la normalidad, seguramente porque, a pesar de la amenaza del cielo nublado y los truenos, aún no había empezado a llover; el tiempo había aguantado. Jonah miró el reloj haciendo un cálculo mental y terminó por decidir que le daba tiempo de ir a casa a darse una ducha, antes de que su hermana llegara. Después de tantas horas con el calor de la cocina estaba sudado e Ina odiaba que oliera a comida, cosa que a él le encantaba.

      —Jefe, ¿quieres que venga después? —se ofreció Víctor, siguiendo a Jonah por la cocina. Observando cómo su amigo terminaba de limpiar un par de cosas.

      —¿Quieres venir? —cuestionó sorprendido Jonah, ya que, aunque Víctor no era de los que se escaqueaban de sus obligaciones, tampoco solía trabajar más de lo estrictamente necesario.

      —Aaaahhhh, bueno, no me importaría si es por echarte una mano —tanteó el chico, ayudando a Jonah a guardar unas cosas en la cámara frigorífica.

      Jonah cerró la puerta del congelador y se giró para observarlo, no obstante, Víctor seguía con una mirada indiferente, como si se ofreciera por ayudar y sin motivo oculto en realidad. Jonah no pudo evitar sonreír, a veces su amigo era tan obvio.

      —Va a venir Ina —le informó Jonah, a pesar de que eso debería ser algo más que evidente y, de hecho, era lo que esperaba su amigo.

      —¿En serio? —fingió sorpresa Víctor, como si no supiera nada y en realidad esa información le viniera de nuevas—. Bueno, igualmente, si me necesitas… puedo venir —siguió el muchacho.

      —Víctor, si quieres venir, ven —se rindió Jonah al fin—. Oye, voy a ir a casa a darme una ducha, estaré de vuelta en una hora…

      —Vale, jefe, yo cierro —comentó Víctor.

      Empezaba a chispear cuando llegó a casa. En algún momento no muy lejano en el tiempo tendría que llamar a la empresa de mantenimiento del jardín, para que dejara todo preparado para la llegada del verano. Durante la época del frío, la piscina había adquirido un nada llamativo tono verdoso que no invitaba a darse un chapuzón. Él era un desastre con todas esas cosas, además, tampoco tenía tiempo para dedicarle a la casa o al exterior de la misma. Jonah se peinó el pelo hacia atrás echando un poco de gomina para fijarlo, dándole un efecto despeinado y húmedo. Se estaba esforzando un poco más de lo habitual, porque Ina siempre le daba el toque de atención de que debía cuidar su aspecto. Decía que no solo tenía que ir bien en el negocio, sino que además tenía que parecerlo. Él no entendía muy bien qué significaba eso, lo resumió en «aparentar», algo en lo que su hermana era realmente buena.

      Tres minutos le duró la paciencia de intentar anudarse la corbata, al final la tiró sobre la cama y dejó el cuello de la camisa abierto. Se miró al espejo y le pareció una apariencia lo suficiente correcta como para entrevistar a nuevos empleados y, al tiempo, complacer los altos estándares de su hermana.

      Cuando salió a la calle empezaba a llover con más insistencia, así que cogió las llaves del coche, no le apetecía mojarse, además, a esas horas no tendría problemas para aparcar. Estaba llegando al restaurante y ya había un chico esperando frente a la puerta, a pesar del mal tiempo estaba sin paraguas. Jonah se apresuró en estacionar el coche y salió corriendo para poder abrir la puerta y que el joven no se mojara más de lo que ya estaba.

      —¡Hola! —saludó Jonah de lejos, caminando de manera rápida hacia él y sacando las llaves—. Menudo día, ¿eh? —comentó como de pasada en tono afable—. Rápido, pasa dentro —ofreció con amabilidad—. Espera, encenderé las luces.

      Después de encender las luces del comedor entró un segundo al vestuario del personal a por un par de toallas, y mientras iba pasándosela por el pelo, se acercó al muchacho para darle una también.

      El chico seguía detenido en la entrada, Jonah pensó que podría deberse a que no quería mojarlo todo, aunque con ese día y la cantidad de gente que entraba y salía del restaurante, que se mojara el suelo era algo inevitable. El chico empezó a pasarse la toalla por el pelo, bastante oscuro sin llegar a ser negro, lo hizo de manera lenta, como sin ganas. De hecho, toda la expresión de su rostro era extraña, como si no quisiera estar ahí. Además, seguía sin decir nada, de hecho, y ahora que se paraba a pensarlo, ni siquiera le había devuelto el saludo inicial. Jonah lo observó un instante más, no era muy alto, ni muy corpulento, de hecho, no destacaba mucho a simple vista, puede que lo más llamativo fuera esa tez tan blanca que, en contraste con esos ojos tan oscuros, hacían que aún pareciera más pálida, como si fuese de cuarzo pulido.

      —¿Quieres un café? —ofreció Jonah, intentando romper el hielo, viendo que el chico estaba aún algo intimidado, a lo mejor era su primera entrevista de trabajo.

      —No —respondió este de manera seca.

      —Está bien —resopló entonces, empezando a sentirse un tanto incómodo.

      Jonah ojeó el reloj de manera disimulada, ese chico se había presentado muy pronto, tanto que Ina no había ni llegado, aun así, pensó en ir adelantando


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