Seamos una familia. Roser A. Ochoa

Seamos una familia - Roser A. Ochoa


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si te tengo que ser sincero, hasta me había olvidado de esa historia.

      Jonah soltó un suspiro. El tema había sido así, al menos para él. Nada formal, tampoco nada de una noche, solo dos amigos tonteando y que terminaron acostándose. Sin más. Sin complicaciones ni implicaciones emocionales. ¿Por qué Sara no se había puesto en contacto con él? ¡Se conocían desde primer año de carrera! No es que fuesen amigos inseparables, pero ¿en tan mala consideración lo tenía? ¿Lo había tomado por un gilipollas que se desentendería del crío? Y justo después de ese pensamiento, otra idea cruzó la mente de Jonah, una que tomó algo más de fuerza. Puede que Sara no le hubiera dicho nada por todo lo contrario, por miedo a que él quisiera asumir su responsabilidad.

      —Sea como sea —interrumpió sus pensamientos Víctor—, no lo entiendo, ¿dónde está el problema? —añadió entonces—. Firma.

      —¿Estás loco? —exclamó Jonah, mirándolo con los ojos muy abiertos, como si acabara de decir una estupidez monumental—. Ni siquiera sé si el niño es mío.

      —Por eso —soltó Víctor, alzando los hombros, intentando dar un análisis de la situación lo más objetivo posible—. Si el muchacho hubiera venido para pedirte dinero o una manutención… Evidentemente te diría que ni loco firmaras esto sin hacerte una prueba de paternidad y, aun así, te diría que ¡a la mierda! Antes de soltar un duro que te lo ordenara un juez. Pero este chico parece que no quiere nada, solo que renuncies a algo que ni siquiera sabes si es tuyo. No le veo la complicación. Renuncia. El chico se queda tranquilo y tú sigues con tu vida como hasta ahora. Solo se trata de decir que no quieres algo que ni sabías que tenías.

      —Pero… —dudó Jonah.

      —¡Oh, venga! ¡No me jodas! ¿Acaso tienes dudas? —exclamó Víctor, incapaz de entender el razonamiento mental de Jonah—. ¡Firma y que se coma el marrón otro! No seas un gilipollas sentimental. Ese niño puede no ser tuyo.

      —Tú no has visto a ese chico… —Solo recordar esa expresión tan dolorosa en los oscuros ojos de ese crío, hizo que Jonah se estremeciera por completo.

      —Jonah… —Víctor pronunció el nombre de su amigo muy despacio, llamando su atención, para que lo mirara—. No es asunto tuyo, no lo era antes, no lo es ahora y no lo va a ser nunca —repitió, señalando los papeles—. No te metas en esto, créeme, lo más sensato es firmar los documentos y olvidarte del tema. Como si nunca hubiera pasado. Borra el día de hoy de tu calendario, y ya.

      ¿Cómo podía hacer como si nunca hubiera pasado? Eso era imposible. Unas horas atrás su única preocupación había sido que el nudo de la corbata le quedaba torcido, pero ahora, ¡podía haber un hijo suyo corriendo por el mundo! ¿Cómo sería? ¿De qué color serían sus ojos?… De pronto, esas trivialidades quedaron relegadas por un pensamiento algo más profundo que lo golpeó en medio del pecho, ¿cómo estaría ese crío después de la muerte de su madre? Jonah se sacudió convulso cuando esta idea terminó de atravesar su mente. Su mirada descendió a los papeles y dio un largo suspiro. Víctor, que conocía a su amigo desde hacía muchos años, intuyó la duda en la expresión de su rostro, así que sin pensarlo dos veces…

      —¿Me permites? —inquirió Víctor, alargando la mano y robándole el bolígrafo al camarero que estaba tomando nota de la pareja de la mesa tras ellos, Víctor se giró con rapidez y, antes de que Jonah pudiera arrebatarle las hojas, las firmó por él—. Hala, firmadas. Problema resuelto.

      —¡Serás hijo de puta! —le gritó enfurecido Jonah, aunque no sabía si más por haberlos firmado o por comprobar cómo la firma era exacta y calcada a la suya, hasta el punto que ni él mismo veía diferencias.

      —Créeme, Jonah, lo hago por ti, en unos años, cuando lo pienses fríamente, me darás las gracias.

      —¿En unos años?

      —Cuando conozcas a alguien y te enamores como un idiota, os caséis y forméis una bonita familia, entonces estoy seguro de que mirarás atrás, te acordarás de este día y me comprarás una Kawasaki para agradecerme que te salvara el culo.

      Jonah dejó caer la cabeza sobre las palmas de sus manos y dio un profundo suspiro, sacando todo el aire acumulado en sus pulmones. Puede que Víctor tuviese razón. Sería la primera vez que su amigo la tuviera, pero siempre había una primera vez para todo, hasta para que Víctor acertara.

      —Paga y vámonos —instó el chico, levantándose.

      —Sí —dijo Jonah, sacando la cartera.

      Era lo mejor para todos, intentó convencerse Jonah, sin embargo, cuanto más lo pensaba, más inseguro se sentía.

      —Está bien, tienes razón —soltó al final, cuando ambos salieron a la calle. Por suerte había dejado de llover—. Ya están firmados, en el sobre estaba la dirección de un bufete de abogados de Barcelona, iré personalmente a llevarlo.

      —Puedes mandarlos por correo y… —propuso Víctor, aunque en el fondo sabía por dónde estaba a punto de salir su amigo.

      —Quiero verlo, al menos una vez. Quiero ver al niño.

      —Menuda cagada, compañero —se lamentó el chico, empezando a caminar de regreso a Katsaros.

      ¿Lo era? Posiblemente. No había tenido mucho tiempo de meditarlo en profundidad, pero ¿cómo podía saber que había una parte de él en el mundo y no querer ni siquiera verlo? No, era impensable. Era casi seguro que Víctor de nuevo tuviera razón, sin embargo, era una necesidad no meditada pero imperiosa. Sí. Definitivamente. Necesitaba conocer a Lucas.

      —De todo esto ni una palabra a Ina —advirtió Jonah.

      —Por supuesto, aunque sabes que mi silencio tiene un precio, que se llama «fin de semana libre».

      Ese era su amigo. Aún no entendía por qué se llevaban tan bien.

      Capítulo 7

      Se despidió de Lucas frente a la puerta del colegio, como cada mañana desde hacía ya algo más de cuatro meses. Siguió agitando la mano al aire incluso después de que el niño se hubiera perdido entre la marabunta de escolares. No tenía la cabeza en nada de lo que hacía, hasta Lucas se había dado cuenta de ello y el mocoso, que mudo sí, pero que de tonto no tenía un pelo, se estaba aprovechando de que su tío tuviera la cabeza en las nubes. Eric giró sobre sí mismo, sacó el móvil y comprobó la hora en la pantalla. Hacía un par de días que se le había terminado el abono del transporte, así que iba caminando a todos lados, tampoco le iba mal, ya que había tenido que dejar el gimnasio y cada vez comía peor. Al menos, cuando Sara vivía comían muy bien, su hermana siempre había tenido buena mano para la cocina, sin embargo, el mayor talento culinario de Eric era rehogar o pasar por la plancha, y como eso era insípido de narices, muchas veces terminaban tirando de comida rápida, hasta que la vecina de enfrente se apiadaba de ellos y les traía alguna que otra tartera con algo de cuchara.

      Sara había trabajado los últimos tres años en un hotel del centro de Barcelona, junto a su amiga desde el instituto Laura, y ese era el destino de Eric a esas horas de la mañana, directo a hablar con la que fue la mejor amiga de su hermana. Si alguien podía aclararle un poco las ideas, esa era Laura, pues ellas siempre se lo contaban todo… ¡Joder! Laura no solo conocía todas las intimidades de Sara, sino que tenía en su poder sus propios momentos más vergonzosos. Sara era muy dada a contarle todo, incluso lo que no tenía que ver con ella. Eric chasqueó la lengua, molesto. De pequeño, aunque ahora tampoco era que fuese muy mayor, había estado enamoradísimo de Laura. Era algo así como ese amor platónico que todos los niños tenían en algún momento de su vida: una profesora, la canguro, la mejor amiga de su hermana… De hecho, seguía pareciéndole la chica más guapa que había conocido. Aunque ahora sus intereses amorosos iban por otro lado. Desde unos años a esta parte, entre Laura y él saltaban chispas, pero no de las buenas, sino de las que prendían bosques y causaban un incendio forestal.

      Laura: Dijiste que era importante,


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