Seamos una familia. Roser A. Ochoa

Seamos una familia - Roser A. Ochoa


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manos. Laura agitó el brazo en alto cuando reconoció a Eric entre la cada vez más creciente invasión de turistas en la Ciudad Condal. Terminó de acortar la distancia entre ellos, estaba ahogado de la carrera, miró el reloj y aún le quedaban unos siete minutos, no suficientes, pero tendría que valer, nada de adornar las cosas, una pregunta clara y directa. La verdad era que se sentía tan frustrado que ni le apetecía endulzar las cosas.

      —¡Por fin! —se quejó la chica. Sin un saludo inicial, nada, Eric tampoco estaba para esas cosas.

      —¿Por qué Sara mintió cuando dijo que el padre de Lucas se desentendía de todo? —Eric sintió las palabras arañándole la garganta, casi tanto como arañaron los oídos de Laura, lo confirmó la mueca de desagrado de su rostro.

      —¿A eso has venido? —preguntó enfadada—. Sara no mintió —se apresuró a decir—, él dijo que no quería saber nada del tema.

      —¡Mentira! —exclamó Eric, un poco más fuerte de lo que en un principio pretendía—. Fui a ver a Jonah Katsaros y su cara no era la de un tío que se había desentendido de un embarazo, era la cara de alguien que no tenía ni puta idea de lo que le estaba hablando.

      —Que tú hiciste… ¿qué? —chilló Laura, elevando tanto el tono que la gente a su alrededor se giró a mirarlos—. No tenías ningún derecho a…

      —¡No me jodas! —gruñó Eric, haciendo aspavientos con ambos brazos para cortar a Laura.

      —No lo entiendo, ¿por qué querrías a estas alturas ir a ver a ese bastardo? —cuestionó la chica—. Si Sara dijo que él la dejó tirada es que él la dejó…

      —¡Sara mintió! —escupió Eric, sintiendo cómo decir eso hacía que las grietas de su corazón se hicieran un poco más profundas—. El abogado me recomendó buscarlo para que firmara una renuncia y cubrirme las espaldas en un futuro, pero ese tío no sabía nada de un embarazo… ni de Lucas. ¡Nada! —Eric hablaba rápido, tenía prisa en terminar su discurso antes de que le fallara la voz.

      —Eric, ¿estás bien? —inquirió Laura preocupada.

      —¡No! Claro que no estoy bien —exclamó molesto por tener que decir lo evidente—. La he jodido —dijo. Ahora el tono de Eric se volvió un susurró.

      —¿Por qué? —preguntó Laura, intentando calmarse. Hablar de Sara aún la alteraba.

      —Ese tío no sabía nada de Lucas, nadie reclama algo que no sabe que tiene, pero ahora yo se lo he dicho, como intente quitarme a Lucas… ¿qué voy a hacer? ¡Él es su padre!

      —Nadie va a quitarte a Lucas —manifestó Laura, alargando el brazo para golpear de manera dulce el hombro del chico—. Sara te dejó a ti como el tutor legal, esto es un hecho y…

      Laura no dijo nada más, solo tiró del brazo del chico y lo abrazó, después de unos instantes abrazados en medio de esa concurrida calle, Laura se separó mirándolo a los ojos.

      —Has crecido —confirmó, mirando hacia las alturas.

      Genial, alegaría ante un juez que cada vez estaba más alto. Eric resopló, Laura no tenía culpa de nada, de hecho, la única persona culpable era a la única que no le podía chillar, nunca más en la vida podría decirle a su hermana lo imbécil que había sido. Eric se sintió triste al pensar eso.

      —¿Por qué no vienes un día a ver a Lucas? —inquirió Eric, intentando parpadear un par de veces, le escocían los ojos—. Te echa de menos.

      —Tienes razón, he estado muy liada, pero un día de estos me pasaré… ¡Oye! Me lo podría llevar al cine este fin de semana, así puedes quedar con tus amigos.

      —Vale —dijo Eric—. Tu descanso ha terminado —le recordó a Laura.

      —Joder, mierda… Sí… Oye, Eric, yo no creo que Sara lo hiciera con mala intención, ella tendría sus motivos.

      —Sus motivos me valen una mierda ahora mismo —se lamentó Eric, antes de darse la vuelta para volver por donde había llegado. Realmente sin haber terminado de resolver nada.

      El sábado por la tarde llegó, Eric miró el reloj y apresuró a Lucas para que estuviera preparado antes de que Laura fuera a recogerlo. El peque hizo una mueca extraña, por lo que Eric volvió a preguntarle, por enésima vez, si estaba seguro de que quería ir, que si no le apetecía no pasaba nada, podían quedarse los dos en casa jugando o viendo cualquier película que echaran en la televisión. Sí, seguramente estaba siendo protector en extremo con él, sin embargo, no podía evitarlo, y sabía que esas dos o tres horas que pasarían separados, no podría dejar de pensar en el niño. Aunque Laura tenía razón, necesitaba quedar con sus amigos, disfrutar un poco y desconectar de todo lo que estaba viviendo. En los últimos cuatro meses, su vida tan solo giraba en torno a Lucas, y no es que le pesara, pero tampoco era nada malo tomarse un respiro. A la hora acordada, el timbre sonó y Lucas salió corriendo hacia la puerta contento, al otro lado la chica lo sorprendió con un regalo, como cada vez que iba a verle. «Así cualquiera», pensó Eric con maldad.

      —¿Estás listo? —preguntó Laura a Lucas, cogiendo la chaqueta que Eric había preparado por si más tarde refrescaba—. Después de la película nos vamos al McDonald’s, ¿sí?

      —Eeehhh, que guay, ¡tráeme un McFlurry! —pidió Eric, agachándose para ponerse a la altura de su sobrino. El niño lo miró un instante con ojos brillantes y vivaces, sin embargo, de pronto su entrecejo se frunció e hizo una enérgica negación con la cabeza, seguido de un elocuente gesto de «¡que te lo has creído!»—. ¡Maldito mocoso rencoroso! —se quejó Eric, revolviéndole el pelo.

      —Venga, nos vamos, llama al ascensor —instó la chica al pequeño—. No volveremos muy tarde —informó a Eric, que los había seguido hasta el rellano.

      —Oye, cualquier cosa, me llamas; voy a estar aquí.

      —¿No saldrás?

      —Estoy agotado y no tengo un duro, he quedado con un amigo para pasar una tarde de tranquis —comentó Eric, sin quitarle el ojo de encima a Lucas—. Pórtate bien, ¿vale?

      —Siempre se porta muy bien —dijo Laura, cogiendo al niño de la mano y adentrándose en el ascensor.

      Cuando cerró la puerta del piso, Eric soltó un soplido, a pesar de que pretendía ocultarlo, a veces se sentía muy agobiado y superado por la situación. Caminaba con pies de plomo en todo lo que hacía, siempre temiendo que alguien pudiera acusarlo de no estar haciéndolo bien, y eso lo tenía muy estresado. Fue hasta la cocina y sacó un paquete de palomitas de esas de microondas del armario y lo programó. Con el sonido del maíz al estallar de fondo, se dirigió entonces a su habitación, se cambió de camiseta y se cepilló los dientes. Vació el contenido de la bolsa de papel en un cuenco justo en el momento que el timbre sonó.

      —¡Eric! —lo saludó Álex, contento.

      Álex y él se conocían desde el último año de instituto y ambos habían comenzado juntos la universidad, puede que no fuera una amistad de mucho tiempo, pero ambos chicos se entendían y a Eric le resultaba estimulante y muy tranquilizador ese perenne buen humor que envolvía a Álex. No solo era el agradable carácter, capaz de amoldarse a cualquier situación, era toda su persona. Cuando Álex aparecía, fuera en el lugar que fuera, llenaba el ambiente con su sola presencia. Era el típico a quien todos miraban, porque ¡joder! Esa combinación de sangre eslava e inglesa era una mezcla más explosiva que la nitroglicerina.

      —Ha pasado mucho tiempo —confirmó Eric, apartándose de la puerta para darle paso a su amigo—. He hecho palomitas.

      —¿Peli y palomitas? ¡Planazo! —sonrió el chico, dejando la sudadera sobre el respaldo del sofá y sentándose después—. ¿Cómo estás? —se interesó—. Cada vez respondes menos a mis mensajes —lo acusó, aunque sin perder la sonrisa.

      —Lo siento —se disculpó Eric, dejándose caer a su lado en el sofá y dejando el bol de palomitas sobre


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