Desmontando a un corrupto. Cristina Sorio
el conseller de Solidaridad y portavoz del PP en las Cortes Valencianas parece que había puesto a trabajar a su caballería en busca de documentos que mandó ordenar y fotocopiar para justificar su gestión y las ayudas otorgadas.
Los periodistas recogían en sus informaciones que el conseller había defendido su inocencia y la de su equipo, que negaba cualquier tipo de actuación irregular y, además, comentaron que este les había entregado un dosier con documentos ordenados por fechas y contratos en los que se intuía un buen funcionamiento de los fondos para cooperación. «Si hay alguna responsabilidad política, la asumiré; si la Fiscalía detecta algún nivel de responsabilidad e, independientemente de la cuestión judicial, tengo que dar explicaciones, lo haré», garantizaba el conseller, quien hablaba de «transparencia sin mácula» de su departamento.
Leí en un periódico que ese mismo cuadernillo lo iba a llevar a Fiscalía, así que esperaría con ansia a tenerlo para poder analizarlo. No me hacía una idea de lo que iba a poder encontrar ahí, pero tenía mucha curiosidad.
No pasó más de un día y ese cuadernillo llegó a mis manos. Se titulaba algo así como Documentos que justifican las ayudas concedidas por la Conselleria a diferentes ONG. Contemplaba un índice y algo más de medio centenar de páginas que aglutinaban varias convocatorias públicas de subvenciones, contratos firmados, prórrogas, así como una relación de facturas admitidas y rechazadas que fueron emitidas por una fundación hasta entonces desconocida para mí.
Hasta aquí nosotros teníamos constancia de este documento de la Conselleria, pero lo que me sorprendió fueron las numerosas facturas que aparecían después y estaban emitidas por parte de la fundación para justificar que sí se había empleado parte del dinero en la construcción de sistemas de potabilización en Nicaragua. Hablábamos de millones de euros. Y después, ese otro documento del subsecretario admitiéndolas y dándoles validez, pese a que no cuadraban fechas. Las facturas estaban desordenadas, manipuladas, así como el documento firmado por un cargo público en el que se había modificado una fecha para justificar que estas facturas se habían entregado tres meses antes de que ocurriera.
Mientras estudiaba los nuevos documentos, no daba crédito. No solo parecía que se había robado a los que menos tienen sino que, además, desde la Conselleria se estaba intentando encubrir esta actuación y dar una apariencia de legalidad a algo que era irregular. Al menos, eso me parecía. Tenía que ir más allá.
¿Pensaban de veras que no íbamos a analizar con detalle factura a factura, fecha a fecha y justificante a justificante para comprobar que todo era correcto? Esta actuación, sin que todavía lo supieran, les había complicado más su situación.
Estábamos en una fase delicada. No podía poner de manifiesto públicamente la falsedad de la documentación, pero mi trayectoria profesional me había enseñado que hay que tener mucha paciencia.
Era consciente de que hasta el momento no debía contar a mis compañeros el caso que llevábamos entre manos, al menos hasta que lo tuviéramos más atado. Así lo acordamos Ferráez y yo con la fiscal jefa, a la que informábamos de lo que íbamos descubriendo.
Esta actitud, este encierro entre las cuatro paredes de mi despacho, despertó la curiosidad de más de uno. También el hecho de que la jefa me eximiera de llevar otros procedimientos mientras nos centrábamos en la trama que investigábamos. Aquí, justo en este instante, comenzaron los recelos y las preguntas.
Uno de esos días del mes de enero, la jefa vino a hablar conmigo:
—Algunos de tus compañeros me preguntan por qué, de repente, has dejado de llevar otros asuntos y de hacer juicios, pero no les quiero dar por ahora ninguna información porque lo que estáis investigando es algo complejo que puede salpicar a gente importante y no sabemos de quién nos podemos fiar —me indicó.
—No te preocupes. Puedo seguir llevando otros temas mientras seguimos con este procedimiento. Volveré a hacer juicios. Había pensado pedir ayuda a la Policía para que me haga un informe sobre el caso y ver si podemos seguir hacia delante —le dije—. Por lo que he podido estudiar, hay muchos datos que no cuadran e inversiones que se me escapan…
—Muy bien, es buena idea. Infórmame cuando lo tengas, por favor.
Así lo hice. En cuanto salí del despacho, rebusqué en la agenda y localicé el contacto del director de la Policía con el que hablábamos para este tipo de asuntos. Concerté una cita con él para pedirle ayuda. No le di muchos datos por teléfono, ya que prefería que hablásemos cara a cara y con la mayor confidencialidad posible.
Era un hombre de estatura media, rudo y con ojos grandes camuflados bajo unas enormes gafas. Me recibió con un tono agradable en su despacho, decorado con medallas, diplomas y fotos familiares. Tras los saludos cordiales, me preguntó a qué se debía la visita.
En esa reunión le expliqué que necesitábamos apoyo policial porque teníamos algo gordo entre manos. No sabíamos entonces a quién podía salpicar ni de cuánto dinero perdido estábamos hablando, por eso requeríamos de agentes que investigaran unas ayudas que había dado la Conselleria a una fundación en el año 2008 para obras de agua en Nicaragua y que parecía que se habían volatilizado, que existieron sobre el papel pero que luego se volvieron invisibles.
Le expuse también que las investigaciones no se debían centrar solo en ese periodo de tiempo puesto que habíamos detectado que, supuestamente, se habían dado más ayudas hasta 2011 sin ningún tipo de control. No sabíamos dónde había ido a parar el dinero público ni habíamos podido cuantificar tampoco el número de responsables de ese desastre.
Me escuchó con atención durante algo más de media hora y se comprometió a darme una respuesta lo antes posible. Salí de aquel despacho con una sensación agridulce, puesto que, pese a que el director de la Policía mostraba pleno interés en todo aquello que le estaba contando, por otra parte, su mirada me trasladaba desconfianza y me producía cierta inquietud. Tampoco ayudaba mucho el hecho de que, de vez en cuando, respondiera a mis afirmaciones con una media sonrisa. ¿De qué se reía tanto? Lo que le estaba contando era muy serio.
Tras cruzar la puerta y verme de nuevo en la calle, camino al despacho, repasé con atención, punto a punto, nuestra conversación para ver si me había dejado alguna cuestión. Creo que había sido muy claro y conciso y que con un vistazo rápido el director de Policía podría hacerse una idea del desfalco que se había producido.
Le di números, fechas y nombres. Mientras lo observaba cómo miraba aquellas hojas de reojo, me percaté de que en ocasiones sus cejas se arqueaban con sorpresa. Por mi cabeza rondaba todavía la imagen de que lo único que quería era que me fuera de allí cuanto antes para poder analizar aquello y ver qué hacía. Por momentos, me había hecho sentir alguien inferior, un ser pequeño que había acudido en su ayuda para estudiar un asunto descabellado.
A la media hora llegué a la Ciudad de la Justicia. Fui directo al despacho y encendí el ordenador. La pantalla se puso en marcha y abrí varios documentos. Los miraba, pero no estaba leyendo. Mi cabeza estaba en otras cosas.
Cogí el teléfono y llamé a Ferráez para contarle la conversación y trasladarle mis percepciones. Me descolgó enseguida y escuchó atentamente. Me indicó que no me preocupara en exceso antes de tiempo.
—David, es cierto que estamos sometidos a muchas presiones y que, cuando decidimos meternos en casos que afectan a políticos o a gente influyente, son muchas las personas que intentan ponernos trabas. Pero no hay que ponerse la tirita antes de la herida, ¿no te parece?
—Lo sé. Soy muy consciente de lo que me comentas, de verdad, pero creo que de aquí no va a salir nada bueno.
—Paciencia y vamos a esperar a que nos devuelva la llamada. Ojalá estés equivocado. Por el bien de muchos.
—Sí, ojalá. Pero…
—Te repito: no nos queda otra más que esperar.
—Lo que me da miedo es que este tipo de cargos están muy vinculados con el partido que está en el poder. No sé hasta qué punto…
—Funcionamos así.