¿Cómo correr?. Nicholas Romanov

¿Cómo correr? - Nicholas  Romanov


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que constituyen la base del método de la postura en carrera derivan no sólo de principios científicos, sino también de la observación, la intuición y más de 20 años de trabajo con corredores de todos los niveles.

      Me baso en la sencilla suposición de que como cualquier otro movimiento del ser humano, correr debe contar con una «mejor forma» de hacerse. Para encontrar esa «mejor forma», observé a personas y animales corriendo y traté de identificar los principios científicos de la locomoción.

      Una vez identificados esos principios, traté de crear un sistema sobre el movimiento humano del que se obtuvieran los máximos beneficios de las fuerzas de la naturaleza. Aunque en esencia realiza tareas mecánicas, mi creencia es que este movimiento es tan artístico y refinado como los movimientos que caracterizan al patinaje sobre hielo, el ballet o la gimnasia.

      A mi entender, esta búsqueda de la «mejor forma» de correr era un tema urgente. Si, de hecho, pudiera crear un programa que permitiera a las personas correr sin lesiones, con un mejor rendimiento y —más importante, si cabe— más placentero en su consecución, habría hecho un buen servicio a incontables atletas.

      Tus ideas e intuiciones pueden convertirse en elementos valiosísimos para la siguiente edición de este libro, y compartirlos con corredores de todas las edades y nacionalidades.

      Doctor Nicholas Romanov

       Primera parte

       LOS COMIENZOS

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       Svetlana y Nicholas Romanov en 1972

       Capítulo 1

       La necesidad es la madre de la invención.

       Jonathan Swift

       LA BÚSQUEDA DE LA TÉCNICA PERFECTA PARA CORRER

      Una mañana fresca y lluviosa de octubre de 1977 volvía a casa desde el estadio de la Universidad Pedagógica, donde acababa de dar una lección sobre atletismo a mis estudiantes de la Facultad de Educación Física. Por aquella época, la Universidad Pedagógica, situada en la ciudad de Cheboksary, a 963 kilómetros de Moscú, era una pieza clave del asombroso imperio deportivo de la Unión Soviética. Muchos de los atletas que llegarían a colgarse medallas olímpicas, batirían récords mundiales y se integrarían en los mejores equipos soviéticos se matriculaban en esta universidad, y realizaban su entrenamiento diario en nuestra pista y en nuestras salas de entrenamiento.

      Como antiguo estudiante de aquella Universidad, ahora era profesor y entrenador de atletismo. No obstante, a pesar de los muchos éxitos de nuestros atletas y del prestigio de la Facultad, mi estado de ánimo estaba en consonancia con aquel día triste y me mostraba alicaído y taciturno.

      Tras dos años de trabajo con los estudiantes y cursando mis estudios de posgraduado, aunque ahora contaba con más datos y conocimientos que antes y que hacía mi transición de atleta competitivo a entrenador y científico, me di cuenta de que vivía en una paradoja. También me di cuenta de que toda mi formación universitaria no me había pertrechado para enseñar a mis estudiantes algo en apariencia tan sencillo como correr. El problema no era que yo fuera un mal estudiante ni nada parecido. Al contrario, me había graduado entre los mejores y me estaba preparando para escribir mi tesis de doctorado en el ámbito de la ciencia del deporte.

      Era un dilema curioso. Aprovechándome de los maravillosos profesores y de los excelentes manuales, había tenido a mi alcance todo el conocimiento que sobre correr se había acumulado en el campo científico y en la práctica educativa de aquella época. Pero lo que yo quería —un método que enseñase la técnica para correr— no existía en la teoría ni la práctica.

      Lo que sí existía era un cúmulo de puntos de vista distintos, por lo general contradictorios, sobre la importancia de la técnica en la carrera y los métodos para enseñarla. Una teoría prevalente afirmaba que para los seres humanos correr era algo natural y no debía ni podía enseñarse, ya que el estilo individual para correr era algo determinado, sobre todo al nacer, por la estatura física. Otra idea muy difundida era que la técnica apropiada para correr de velocistas, mediofondistas y fondistas era distinta y, por lo tanto, requería diferentes formas de enseñanza en cada caso.

      Con independencia de a qué lado de la pista estuvieran, los entrenadores y profesores más cualificados estaban de acuerdo en cierta actitud respecto al atletismo. Casi sin excepción, creían que correr era un ejercicio sencillo y que los mejores corredores eran los que combinaban el entrenamiento más duro con una herencia genética superior. Siguiendo este razonamiento, creían que a diferencia de otras pruebas de atletismo como los saltos, las carreras de vallas o los lanzamientos o, en lo que aquí nos concierne, otras disciplinas de movimiento como el ballet, el karate o la danza, donde la técnica sí se considera de vital importancia, había poca necesidad de prestar atención a aspectos específicos de la técnica para correr.

      Se acepta en todo el mundo que dominar cualquiera de aquellas especialidades requiere una dedicación intelectual y psicológica para estructurar los movimientos fundamentales, generar una imagen mental y perfeccionar los movimientos repetitivos. Por el contrario, se esperaba que creyéramos que correr, tal vez el movimiento más esencial del ser humano, no requería entrenamiento técnico alguno.

      Así, me sorprendía ser consciente de que, desde un punto de vista biomecánico y psicológico, básicamente no sabía qué es correr. Por consiguiente, no sabía qué tenía que enseñar ni cómo enseñárselo a mis estudiantes. Me sentía impotente ante este reto. Sin nadie al que plantear mis preguntas, sabía que tendría que resolverlo por mi cuenta. La pregunta llevaba mucho tiempo madurando, pero nunca me había resultado tan urgente darle respuesta como aquel día triste y gris.

      Llevaba cierto tiempo tratando de resolver el acertijo de qué enseñar y cómo hacerlo. En mi búsqueda había estudiado artes marciales, danza y ballet. Como vivía en Rusia, donde el arte y la tradición del ballet se habían llevado a la perfección, el ballet me resultó en especial fácil. Tenía amigos bailarines y pude asistir a sus ensayos y actuaciones, con lo cual mezclé el trabajo con el placer.

      Mis observaciones sobre algunas de las mejores bailarinas del mundo me plantearon una pregunta candente: ¿por qué los movimientos de ballet, los bailes y el karate son tan perfectos (fig. 1.1)? ¿Podría reducirse todo al número de repeticiones de ejercicios sencillos? Y la respuesta llegó esa grisácea mañana de otoño como una visión repentina…, ¡todo es sencillo!

      La simplicidad en sí es la clave. La formación en ballet, danza, artes marciales, etc., se produce por medio de posturas o, para ser más precisos, mediante una serie incontable de posturas. La perfección del movimiento se consigue mediante la transición fluida entre posturas ensayadas hasta la perfección. Como si se tratara de un puzle, de repente todas las piezas encajaron en su sitio. Los patrones neuromotores son más fáciles de adquirir y enraizarse por medio de la fijación espaciotemporal de movimientos del cuerpo; es decir, mediante posturas.

      Entonces tuve que plantearme otra cuestión. ¿Cuáles eran esas posturas al correr y cómo aislar las posturas clave de entre el número infinito de posturas con las que el cuerpo se mueve en el tiempo y el espacio? ¿Cuáles eran los criterios para elegirlas? Decidí concentrarme en las posturas que hacían hincapié en el equilibrio, la compactación del cuerpo, la disposición de los músculos para hacer el trabajo requerido para cambiar de una postura a otra.

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      Tras años de estudio y observación, al fin sentí que estaba listo para iniciar el trabajo de mi vida, para encontrar la verdadera


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