¿Cómo correr?. Nicholas Romanov

¿Cómo correr? - Nicholas  Romanov


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de la revelación que tuve aquel día lluvioso y triste de 1977, comencé a elaborar un modelo para obtener la técnica perfecta en carrera. Como he mencionado al final del capítulo anterior, los elementos necesarios comprenderían equilibrio, compactación del cuerpo y la disponibilidad de los músculos para hacer el trabajo de cambiar de postura. A estos sumo ahora el requisito de que las posturas propias de esta nueva técnica en carrera reduzcan al mínimo el riesgo de lesión.

      Al considerar la carrera como un ejercicio técnico con una estructura biomecánica propia y al clasificarlo en la misma categoría de movimientos que los saltos, lanzamientos o la danza, fue fácil refutar la creencia ampliamente aceptada de que correr es algo connatural al ser humano. Desde esta perspectiva, resulta evidente que la mayoría de las personas no muestran hábitos innatos correctos para correr. Lejos de ser un hábito innato, correr es sin duda una destreza adquirida. Y, al igual que cualquier otra destreza, puede ejecutarse de manera deficiente o perfecta.

      Como entrenador y científico, me di cuenta de la necesidad de un método que combinase ciencia y práctica, y con el cual explicar y enseñar con rapidez y facilidad a los corredores de cualquier categoría. Después de muchos análisis de la biomecánica humana, llegué a la conclusión de que la principal postura de la técnica ideal para correr es la apoyatura vertical en forma de S sobre una sola pierna. La carrera en sí se ejecuta utilizando el cambio de apoyo sobre una y otra pierna manteniendo la postura. Por lo tanto, mi método de la postura en carrera (o método «pose»), como lo bauticé a mediados de la década de los setenta, incorpora dos sencillos elementos: la postura al correr y el cambio de apoyo en la postura.

      Al diseñar el método, mi idea fue aprovechar lo que nos brinda la naturaleza y usarlo en beneficio propio. Quería que los corredores obtuvieran los máximos beneficios de las fuerzas ventajosas que proporcionan la gravedad, la elasticidad muscular y la inercia para reducir al mínimo el esfuerzo de los músculos voluntarios, pues exigen un gasto de energía. Es decir, el mejor estilo para correr debería ser la forma más fácil para correr. Y si corremos con facilidad, aprovechando la energía presente en la naturaleza y reduciendo el uso de energía propia, al mismo tiempo aumentaremos la velocidad y tolerancia física y reduciremos el número de lesiones.

      1. Guten, N. G. (Ed.). 1997. Running Injuries. Filadelfia, W. B. Saunders Company, págs. 61-65.

      2. Krissoff, W. B, Ferris W. D. 1979. Runner’s Injuries. Physician Sports Med. 7:55-64.

      3. MacIntyre, S. G. et al. 1991. “Running Injuries: a clinical study of 4173 cases”. Clin J Sports Med Nueva York, 1(2): 81-87

      4. Stanly, L. J., Donald, C. J. 1990. Biomechanical Aspects of Distance Running Injuries. Biomechanics of Distance Running. Cavanagh, P.R. (Ed.). Champaign, IL, Human Kinetics, págs. 249-269.

      5. www.AmericanSportsData.com/ss_participation4.htm.

       Capítulo 6

       Aunque el mundo odie los cambios, son lo único que ha traído progreso.

       Charles F. Kettering

       MEJORA DEL RENDIMIENTO

      ¿De veras el método de la postura en carrera conseguirá que corra más rápido?

      Supongo que es la pregunta del millón de euros y que la respuesta es: «Por sí mismo, no.»

      ¿Sorprendido? No lo estés. Tú eres lo único que conseguirá que seas un corredor más rápido. Sin embargo, al aprender y adaptarte al método de la postura, contarás con un arma poderosa en tu arsenal que te permitirá ser un corredor más rápido en cualquier distancia.

      Para conseguirlo, los corredores veteranos tendrán que vencer una resistencia comprensible a manipular un estilo al correr que les resulta totalmente natural. Incluso si padeces lesiones frecuentes, siempre que no estés lesionado y estés corriendo bien, sin duda pensarás: «Si funciona, no lo toques.»

      Es un sentimiento común, pero que te confina a un nivel de rendimiento no muy distinto al que tienes hoy. Si quieres llevar tu nivel a nuevas cotas, tendrás que hacer cambios importantes. Tal vez la historia de dos atletas de categoría mundial en deportes muy distintos te ayude a tomar la decisión.

      En 1997, Tiger Woods irrumpió en el mundo del golf profesional como un huracán barriendo las Carolinas. Joven y lleno de fuego, tenía a sus espaldas una carrera asombrosa como jugador aficionado con tres títulos consecutivos en Estados Unidos. Al entrar a formar parte de la PGA ganó dos de sus primeros siete torneos y luego logró un récord en el torneo más prestigioso del mundo, el Torneo de Maestros.

      Aunque durante 20 años los medios de comunicación del golf y sus competidores cedieron el trono a Tiger, él llegó a una conclusión distinta. Con una perspicacia poco frecuente en alguien tan joven, estudió su juego y se dio cuenta de que carecía de bases sólidas para mantener aquel rendimiento en el futuro. Lejos de estar preparado para dominar el panorama del golf, Tiger creía que su éxito se debía a su velocidad y reflejos, cualidades que con los años disminuyen de forma natural.

      En vez de seguir la estela de su propio éxito, Tiger Woods recortó su programa de campeonatos y volvió a sus principios para modificar por completo su juego. Fue una apuesta tremenda para alguien que dominaba su deporte, y durante el interregno que se produjo se puso en duda su dominio a medida que otros golfistas comenzaban a ganar torneos.

      De forma gradual a lo largo de los siguientes 18 meses, tal como dijo que ocurriría, comenzaron a ensamblarse las piezas del nuevo juego de Tiger. A mediados de 1999, con David Duval encumbrado en el primer puesto del golf mundial, Tiger dio un paso adelante, ganando cinco torneos consecutivos y poniendo en peligro la marca mundial del legendario Byron Nelson, lograda en una era menos competitiva. Necesitó un gran conocimiento de sí mismo y muchos redaños hacer lo que hizo; sin embargo, Tiger Woods demostró que tener coraje para cambiar puede reportar grandes recompensas.

      Su rendimiento posterior, incluido el llamado «Slam de Tiger», cuando ganó los cuatro campeonatos más importantes (el Abierto de Estados Unidos, el Abierto británico, el PGA y el Torneo de Maestros), no ha hecho más que validar los cambios que hizo en 1997 y 1998.

      A un reto muy distinto se enfrentó el ciclista Lance Armstrong al aproximarse la temporada profesional de Europa en 1999. Niño prodigio del triatlón, Armstrong demostró un talento tremendo sobre la bicicleta y al final de la adolescencia se pasó al ciclismo a tiempo completo. Al participar en el circuito europeo, se convirtió en el primer norteamericano en ganar una clásica de la Copa del Mundo para acabar ganando a un grande como el campeón del Tour de Francia Miguel Induráin y llevarse a los 22 años el Campeonato del Mundo de ciclismo. Con victorias en etapas del Tour de Francia y una muy publicitada victoria en las tres carreras de la Triple Corona de Estados Unidos, que le reportó un millón de dólares, Lance Armstrong ha asumido claramente el papel del triple campeón del Tour Greg Lemond como el más grande ciclista norteamericano.

      La mayor ventaja de Armstrong como ciclista era su increíble capacidad para acelerar en rampas cortas y escarpadas, «paredes» en el argot del ciclismo. Queda ahí el hachazo en la famosa Pared de Manayunk en Filadelfia con el que obtuvo la tercera victoria de su Triple Corona cuando se proclamó Campeón de Ciclismo Profesional de Estados Unidos. Y cuando ganó en Oslo el Campeonato del Mundo en 1993, fue un hachazo similar el que le permitió distanciarse de un grupo perseguidor de 10 ciclistas dirigido por Induráin, que terminó segundo.

      No obstante, la potencia que le supuso éxitos a Armstrong en carreras de un día se veía como una desventaja en las grandes vueltas ciclistas de Italia, España y, sobre todo, Francia. Para ganar una gran vuelta, la potencia explosiva era terciaria respecto a la capacidad de rodar un día tras otro por grandes cadenas montañosas y a la capacidad de llegar al límite en las etapas cronometradas cruciales. La apuesta era que Lance Armstrong era un gran ciclista para pruebas de un día, pero que nunca sería campeón en una vuelta de tres semanas.

      Todo


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