La organización familiar en la vejez. Ángela María Jaramillo DeMendoza
en los que se volvía cada vez más común un tipo de familia, que se conoce como extensa. La componen los padres e hijos, así como la presencia de otros parientes como la abuela, tías, primos, hijos naturales o huérfanos (Gutiérrez, 1975). Tal organización doméstica se extendió hasta los años setenta, con un Índice Sintético de Fecundidad de 6,8 hijos por mujer. La mayoría de personas que hoy tienen 60 años participaron en esta forma de familia extensa. Su mayor prevalencia se encontraba en los estratos medios y altos; mientras que en los bajos se observaba con mayor fuerza la familia nuclear o más pequeña, en las que, probablemente, no disminuía la mortalidad infantil al mismo ritmo que en los estratos medios y altos, debido al bajo acceso que tenían a los sistemas sanitarios y de salud. En este tipo de familia, las mujeres –especialmente las hijas menores– estaban a cargo del cuidado de los integrantes dependientes del grupo familiar –niños, enfermos, ancianos...– y de las labores domésticas,2 en tanto que los hombres se ocupaban de las labores productivas para el sostenimiento familiar (Rodríguez, 2004). A comienzos de siglo, por cada 100 personas en edad productiva se registraban 82 dependientes, en su mayoría niños, porque en ese momento la esperanza de vida y la proporción de personas mayores de 60 años eran bajas (Flórez, 2007).
Solamente hasta la década de los sesenta, con el inicio de la segunda fase de la transición demográfica,3 que se caracterizó por el progresivo descenso de la fecundidad, se observan profundos cambios materiales y simbólicos en las formas de ordenamiento y relacionamiento familiar, es decir, en los arreglos residenciales.
El cambio en la orientación de la organización familiar extensa hace parte de las tendencias de urbanización e industrialización,4 en las que las mujeres aumentaron sus oportunidades de acceso al trabajo y la educación, primordialmente los relacionados con su participación en la industria y la artesanía (Arango, 1995; Archila, 1995; Gutiérrez, 1995). En la década de los treinta se generalizaron estos avances en la transformación de la función social de la mujer, con la ampliación de su participación en la formación secundaria y profesional y la apertura de nuevas facultades e institutos de educación en distintos lugares del país, dirigidos a la profesionalización femenina (Herrera, 1995). Estos avances se concretan en el campo político, con el reconocimiento de la mujer en la participación electoral, en 1957 (Reyes y González, 1995).
Luego de los años sesenta se hacen más frecuentes los cuestionamientos que las mujeres hacen acerca de los comportamientos reproductivos y domésticos de sus madres y abuelas, es decir, respecto a su función en el hogar y la relación con sus nuevos entornos de trabajo y estudio.5 La relativa normalidad que tenía para las mujeres atender a los dependientes del hogar se va a problematizar, porque las mujeres ya no se comportan como antes, sus actividades se han diversificado y ya no disponen de las mismas condiciones para dedicarse exclusivamente al cuidado de los otros, principalmente de los adultos mayores, que no cuentan con las condiciones sociales y económicas que debería garantizar el Estado para su autonomía.
La escasa institucionalización de los sistemas de seguridad social después de la década de los cincuenta es una de las presiones que produce más tensión entre las mujeres o los que están a cargo y las personas mayores, ya que no hay mecanismos sociales e institucionales que apoyen las rupturas de las tradicionales solidaridades familiares. Así lo evidencia la baja cobertura de las pensiones y la precaria oferta institucional para los mayores y sus familias a finales del siglo XX. En dicho momento, el país experimenta un proceso acelerado de envejecimiento, que se observa con las generaciones que nacieron en la década de los cincuenta, cuando el país presentaba las tasas de crecimiento poblacional más altas (CEPAL, 2008).
El cambio en las condiciones de la vida doméstica se expresa a finales de siglo en nuevas tensiones y desequilibrios dentro de los arreglos residenciales. Ya no se ve como normal o natural la centralización de lo doméstico en la mujer. Se revela una progresiva desfuncionalización de las relaciones internas de la familia, asociada a una continua desaparición de símbolos de orientación católica, como el matrimonio formal, acompañado del aumento de las separaciones y las uniones de hecho (Elias, 1998), así como el cuestionamiento por las funciones de cuidado y dependencia. Las relaciones internas de los grupos familiares se problematizan. ¿Quién cuida de quién y cómo? es una pregunta cada vez más habitual en los entornos familiares, que ya no encuentra una respuesta inmediata y natural orientada por la tradición (Verón, 2007; Dykstra y Komter, 2012).
En este contexto, los arreglos residenciales6 con personas mayores se volvieron más comunes. Para el 2010, en uno de cada tres hogares colombianos vivía por lo menos una persona mayor de 60 años (Fedesarrollo y Fundación Saldarriaga Concha, 2015). Al igual que los hogares sin personas mayores, su composición se diversificó, cuando pasó de formas tradicionales (como la familia extensa y nuclear) a otras (como la recompuesta, la monoparental, en pareja exclusivamente o unipersonal). Cada forma residencial responde a unas circunstancias particulares que se convierten en objeto de estudio, no solo para comprender las condiciones del cambio, sino para elaborar políticas públicas y acciones que favorezcan el bienestar de los ancianos, en medio de las transformaciones sociales.
La diversificación de los hogares de los ancianos es un asunto que todavía no hace parte de la agenda pública nacional. En Colombia, este campo de estudio ha sido poco explorado, tal vez porque todavía no estamos enfrentando su generalización y porque es poco visible. En la Política Nacional de Envejecimiento y Vejez no hay ningún lineamiento acerca de los hogares unipersonales o de pareja (Ministerio de Salud, 2014). Parece que el país solo proyecta un envejecimiento con estructuras de hogar nucleares y extensas, como las que han configurado tradicionalmente las corresidencias. Esta visión deja de lado los efectos de las transformaciones sociodemográficas de la segunda mitad del siglo XX, que crearon las condiciones para la diversificación de los hogares extendidos (Jaramillo, 2012) y dieron paso a un futuro distinto a lo conocido, en el que vivir solo o en pareja en la vejez va a ser mucho más común de lo que hoy podemos observar. Posiblemente, similar a lo registrado en los países más envejecidos del mundo, en los que la gran mayoría de personas mayores viven solos o en pareja (Hirigoyen, 2013). Como lo indican los censos nacionales, las estructuras de hogar, en general, han ido cambiando hacia la reducción de los tamaños y la modificación de su composición (Sardi, 2007). Ello plantea nuevas preguntas de investigación asociadas al tamaño, crecimiento y composición de la residencia de las personas mayores, así como a la identificación de los factores asociados a cada tipo de residencia, con el propósito de aportar información para elaborar los futuros escenarios de la vejez en el país, útiles para la formulación de políticas públicas y nuevas líneas de investigación.
Para el caso colombiano, el estudio de la familia y los hogares en el país se ha orientado hacia inquietudes historiográficas que destacan la importancia del cambio de las estructuras familiares (Fandiño y Téllez, 2001; Henao, 2004; Rodríguez, 2004; Pachón, 2007), los cambios en los patrones de la nupcialidad, la contemporaneidad de las jefaturas femeninas, la disminución funcional de la Iglesia como principal regulador de los valores morales y familiares (Ordóñez, 1986; Flórez, Echeverri y Bonilla, 1990; Zamudio y Rubiano, 1991; Rico, 1999; Rodríguez, 2004) y la incidencia de los análisis antropológicos, como los de Virginia Gutiérrez de Pineda para el siglo XX (1975, 1990, 2000). Les siguen las preocupaciones regionales y nacionales, entre las que se subrayan las investigaciones con enfoque sistémico y de ciclo vital (Calderón, 2000; Sánchez, 2004, 2007; Alonso, 2008; Gómez, 2008); así como los estudios estadísticos para la formulación de políticas públicas (Departamento Nacional de Planeación, Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo y Banco Interamericano de Desarrollo, 2002; Cano et al., 2013; Secretaría de Integración Social, 2015; Fedesarrollo y Fundación Saldarriaga Concha, 2015; Ministerio de Salud y Colciencias, 2016), y de violencia intrafamiliar, en los que se exponen las relaciones de poder y conflicto dentro de la familia y fuera de ella que explican su orden y dinámica. En estas investigaciones se incluye la transmisión intergeneracional de valores y comportamientos como uno de los factores de la reproducción y conservación de la violencia familiar y social (Vásquez, 2003; Sánchez, 2004; Rojano, 2005; Salas, 2006; Bello, 2007; Hernández y Gutiérrez, 2008).
Esta investigación tiene el objetivo general de ofrecer una visión amplia de los cambios en los arreglos residenciales