La organización familiar en la vejez. Ángela María Jaramillo DeMendoza

La organización familiar en la vejez - Ángela María Jaramillo DeMendoza


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      [...] las teorías del envejecimiento aparecen para responder a las implicaciones (llamados problemas) sociales, de salud y económicas, de los cambios demográficos (del fenómeno del envejecimiento). Por ello, desde sus inicios fue una gerontología funcionalista, caracterizada por el dominio de una dimensión empírica y aplicada, en la cual los métodos han sido la guía y han marcado el camino del desarrollo; con un enfoque basado en problemas o sitios de intervención (instituciones y estructuras sociales), que se ha nutrido de un pragmatismo empírico y a-teórico, es decir, con una marcada ausencia de reflexión sobre sus propias presunciones. Además, aunque nació entre los intersticios de las ciencias biológicas, médicas, psicológicas y sociales, sus marcos de referencia explicativos provienen especialmente de la biología y la psicología. (Curcio, 2010, p. 153)

      Hasta 1960, la ancianidad se explicó desde una perspectiva biomédica, con teorías positivistas como la actividad, la desvinculación, la modernización y la subcultura de la vejez. En la década de los setenta surgieron nuevas explicaciones desde las teorías de la continuidad, la competencia social, el intercambio y el curso de vida,2 que critican los modelos conceptuales clásicos como elaboraciones que se consideran “neutrales” sin carga moral y ética. En estas teorías se reconoce la importancia de los aportes sociales y económicos que hacen los ancianos a la sociedad, así como su funcionalidad para el sistema social. Por último, después de los años ochenta, las teorías son de carácter multidisciplinario y su principal interés son los asuntos sociales e ideológicos que se encuentran asociados a la construcción de teorías sobre el envejecimiento y la vejez (Yuni y Ariel, 2008).

      De acuerdo con los nuevos enfoques, los cambios en la estructura de la edad de la población tienen implicaciones significativas para la sociedad, en general, y, a la vez, caracterizan la complejidad social contemporánea (Bazo, 1996). El aumento de la esperanza de vida llevó a que crecieran nuevas generaciones en la estructura de las sociedades. Esto se reflejó en cambios de los arreglos residenciales, así como en los valores y en las expectativas respecto al papel del Estado en la vida de los individuos y de las familias. Sin embargo, el dominio de la orientación empírica e interventiva se refleja aún en la escasa producción de modelos teóricos por parte de las ciencias sociales, que responde en parte a una comprensión del envejecimiento como problema individual, delimitado cronológicamente, esencialmente biológico y deficitario (Curcio, 2010).

      La división del curso de vida por edades implica un determinismo de la edad y una relativa homogeneidad dentro de cada categoría etaria. Esto limita la comprensión de la evolución y cambio de las fronteras entre las edades a través del tiempo, si se consideran las transformaciones que se expresan en el estado de salud en una edad determinada o a las condiciones institucionales, como la edad de pensión, y que dependen de las formas en las que se organiza cada sociedad (Caradec, 1998):

      En este sentido, la construcción de categorías fundadas en la edad requiere un análisis crítico que lo vincule con la generación a la que pertenecen los sujetos. Por ejemplo: ¿En qué medida el comportamiento de las personas que hoy tienen entre 60 y 70 años depende de su edad? ¿Y en qué medida se explica por el hecho de que esta generación tiene una historia particular, que le es propia? Si el efecto historia singular es dominante, quienes tengan entre 60 y 70 años dentro de diez años no se les parecerán en absoluto. (Véron, 2007, p. 91; traduccción de la autora)

      La segunda tendencia del pensamiento en envejecimiento y vejez es la perspectiva generacional, que resulta de las contribuciones al campo gerontológico de la demografía crítica y la teoría social contemporánea. Se propone un enfoque analítico de la vejez y el envejecimiento como un proceso social dispuesto por las condiciones históricas que influyen en los individuos de diversas maneras, según el año de su nacimiento, exponiéndolos a múltiples acontecimientos que les ofrecen determinados medios para desarrollar sus vidas, con una forma propia y única de comprender, interpretar y construir la realidad (Courgeau, 1989).

      Según Mannheim (1970), el problema de las generaciones se plantea en dos sentidos: positivista e histórico-romántico. El primero se interesa por cuantificar la duración de la generación, a partir de la duración de la vida humana entre el nacimiento y la muerte; se considera aquí que es posible establecer intervalos precisos. El autor utiliza la idea de Hume y Comte acerca del cambio de datos. Para el primero, la continuidad política dependía de un dato biológico, es decir, de la sucesión de las generaciones; mientras que el segundo autor consideraba que la duración del cambio se podía cuantificar a partir de los años de vida promedio de los hombres, que era de 30 años. El propósito de este enfoque era encontrar una ley general del ritmo de la historia, basada en una ley biológica. La idea era comprender las orientaciones espirituales y sociales a partir de las condiciones biológicas del sujeto, entendiendo la edad y sus etapas como aspectos que aceleran o detienen el cambio (por ejemplo, la vejez como un estado conservador, en contraste con la juventud y su “aspecto tempestuoso”).

      El interés respecto a las generaciones se centraba en el cálculo del tiempo medio que hay entre una generación anterior y su remplazo por la nueva en la vida pública. Las duraciones propuestas se encontraban entre 15 y 30 años, considerando que esos son los años de formación para que un individuo alcance a ser creativo y piense de forma distinta a sus antecesores. Asimismo, se consideraba que al llegar a los 60 años el individuo se retiraba de la vida pública. Por su parte, el planteamiento histórico-romántico critica al positivismo que entiende las generaciones como un asunto lineal del progreso y el factor más relevante de su avance. Se propone la generación como un tiempo interior, de naturaleza cualitativa. También se considera que los individuos que crecen como contemporáneos tienen influencias parecidas en relación con la cultura y la situación político-social que los condiciona y moldea. Lo cronológico se complementa con la existencia de influencias similares, pues, además de tener referentes cuantitativos, la generación es vivencia interior. En ese sentido, algo importante en el estudio de lo generacional es la “no contemporaneidad de los contemporáneos”, lo cual explica que aun cuando varias generaciones compartan el tiempo cronológico, no corresponde a un mismo tiempo vivencial, que es propio de cada experiencia (Mannheim, 1970).

      Se supone que con las nuevas generaciones llegan nuevos comportamientos que se originan en condiciones distintas de las anteriores generaciones y permiten adquirir nuevas orientaciones simbólicas que surgen de los avances sociales acumulados. Las personas que van naciendo tienen nuevos accesos a los ambientes culturales acumulados. Los nuevos accesos se caracterizan por los modos de aprendizaje que van variando en el tiempo según las condiciones económicas, tecnológicas y afectivas de cada momento; es el proceso de apropiación, interiorización y desarrollo con lo que se tiene a disposición. La posibilidad de que cada nuevo integrante de la especie humana pueda llegar en condiciones distintas a las de sus antepasados favorece la construcción de nuevos mundos simbólicos posibles que puedan orientar comportamientos diferentes a las anteriores generaciones que modifiquen la forma de ver e interpretar el mundo. Un ejemplo son las generaciones de mujeres que nacieron en Colombia después de la segunda mitad del siglo XX. El acceso a educación, trabajo, participación política y planificación familiar posibilitaron la emancipación de su función reproductiva y doméstica, lo que resignificó su destino en la familia y la sociedad. Estas generaciones construyeron orientaciones simbólicas diferentes a las de sus madres y abuelas, para quienes la maternidad y la actividad doméstica constituían los propósitos centrales de la existencia femenina (Wenger, 1998). Para Mannheim,

      la irrupción de nuevos hombres hace, ciertamente, que se pierdan bienes constantemente acumulados; pero crea inconscientemente la novedosa elección que se hace necesaria, la revisión en el dominio de lo que está disponible; nos enseña a olvidar lo que ya no es útil, a pretender lo que todavía no se ha conquistado. (1993, p. 213)

      De acuerdo con el autor, los individuos que nacen son nuevos portadores de cultura; mientras que los que mueren representan la salida de los anteriores portadores del mundo simbólico. El olvido de lo que se va con las anteriores generaciones –como el recuerdo que conserva la acumulación cultural– es necesario para la reproducción y la continuidad social. Lo que se conserva se asocia con la relevancia y disponibilidad que tienen en el presente. Lo tradicional se acomoda a las nuevas situaciones mediante modelos conscientes e inconscientes


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