La organización familiar en la vejez. Ángela María Jaramillo DeMendoza
de la experiencia en los países industriales, puede aumentar los efectos negativos del envejecimiento con el deterioro de la vida de las personas mayores, sus familias y comunidades, así como el incremento del aislamiento social de la población vieja.
Vivir solo en la vejez es una experiencia social que puede significar desde una situación dolorosa y frustrante que deteriora la calidad de vida individual y colectiva hasta una oportunidad de realización individual en la que se fortalecen los lazos sociales. La variación de sus significados y sentidos depende de las condiciones sociales en las que se desenvuelva la experiencia de vivir solo, que en sí misma no es ni afortunada ni desafortunada.
Hasta el momento, vivir solo en la vejez se ha visto más como algo negativo que positivo. Recientes estudios muestran que quienes viven o se sienten solos están propensos a sufrir graves efectos en su salud, especialmente los relacionados con depresión y riesgos cardiacos que pueden llevar a una muerte más temprana (BBC, 2012a; Cacioppo, Capitanio y Cacioppo, 2014; Hill, 2015). Sin embargo, experiencias humanas como las islas de Okinawa, en Japón, e Icaria, en Grecia, revelan que es posible vivir solo en la vejez con adecuadas condiciones físicas y mentales (Poulain, Herm y Pes, 2013). ¿De qué depende? Parece que más problemático que vivir solo o acompañado son los sentimientos de aislamiento y las condiciones cognitivas que acompañan este estilo de vida, así como los cambios en las redes de solidaridad, el significado de la vejez y la institucionalización de esta forma de residencia.
Distintos estudios han identificado la relación entre los factores sociodemográficos y los patrones de residencia en solitario. Por ejemplo, en los países industrializados, los altos niveles educativos y de ingresos se relacionan con la independencia residencial, así como la viudez y una mayor esperanza de vida activa y saludable (Zueras y Gamundi, 2013). Parte de las características demográficas que influyen en el modo de organización residencial son: la ubicación de la residencia, la tenencia de la vivienda, el acceso a servicios públicos, el sexo, la generación, el estado civil, la ocupación, la educación, el haber tenido hijos, entre otros (De Jong Gierveld, 1998; Zueras y Gamundi, 2013).
A continuación, se presentan los factores demográficos mencionados y su relación con la residencia independiente. A través de esta descripción es posible identificar los dos enfoques que han permitido comprender el problema de vivir solo. Por una parte, la psicología, que fue la primera en estudiar el fenómeno como un asunto relacionado con disfunciones en la personalidad de los sujetos; por otra, la sociología, que intentó aportar elementos para comprenderla como un proceso social del largo plazo, que se posibilitó gracias a las transformaciones generales de las sociedades modernas, como la urbanización, los cambios tecnológicos, el crecimiento del estatus de la mujer y el aumento de la longevidad (Klinenberg, 2012). En este sentido, la relación entre los factores sociodemográficos y los patrones residenciales no es exclusiva a la residencia unipersonal; hace parte del proceso general de diversificación de los modos de residencia. Se puede aplicar al análisis de otros tipos de residencia, ya que las personas que viven en ellos también tienen características sociodemográficas que se asocian con contextos más amplios de transformación social. Este análisis se hace con el caso unipersonal y al envejecimiento, debido a su importancia como tendencia social y condición de desarrollo del siglo XXI.
Urbanización
El crecimiento económico y el proceso de centralización de la seguridad social que se desarrollaron durante la transición de las sociedades rurales del siglo XIX a las industriales de comienzos del XX, como parte del proceso de construcción de los Estados modernos de bienestar, fundaron las condiciones de posibilidad para que las personas pudieran vivir solas. La valoración de lo individual se convirtió en una tendencia social. El individualismo, como resultado de la división moderna del trabajo, le permitió al sujeto alcanzar independencia y libertad respecto a la forma de organización rural, en la que no había una diferenciación entre lo doméstico y lo productivo.
La formación urbana y su masificación favorecieron el ejercicio de libertades individuales, la valoración de la autonomía y la coexistencia de distintos valores sociales que estimulaban el cuestionamiento de las formas de vida aprendidas. Las distintas actividades culturales que ofrecen las ciudades –como cines, cafés y teatros– brindan las condiciones para que los sujetos diversifiquen el uso de su tiempo y encuentren nuevas formas de ver la vida. En este sentido, lo urbano representó para el individuo la posibilidad de expresar y cultivar aspectos de sí mismo que en sus lugares de origen no era posible. Las formas de socialización urbana facilitaron la posibilidad de encontrar personas que compartieran valoraciones y orientaciones distintas a las tradicionales, creando subculturas con nuevos referentes simbólicos que proponían otras formas de organización como la de vivir solo (Klinenberg, 2012; Mijuskovic, 2012).
El vivir solo es parte de una nueva organización territorial que involucra un conjunto de relaciones de dominio, pertenencia y apropiación entre el sujeto y su entorno (Montañez y Delgado, 1999). Es una particular convivencia con los otros que implica desarrollos políticos, sociales y habitacionales que le permitan al sujeto tener los recursos suficientes para su producción y reproducción. Ejemplos de esto pueden ser, por una parte, la ordenación moderna de las ciudades por edificios, la cual responde a unas demandas habitacionales que resultan de la densificación urbana y del desarrollo de nuevas perspectivas arquitectónicas que intentan responder a los cambios en las relaciones humanas, la disminución en los tamaños de familia y la individualización (Jaramillo, 2013). Por otra, la transformación en la participación en actividades o movilizaciones comunitarias, que ya no responden exclusivamente a los intereses de la familia o de las personas conocidas, sino a la expresión de distintas subjetividades en contextos despersonalizados.
Cambios tecnológicos
Browman (1955), Riesman (1961) y Slater (1976) fueron los teóricos más representativos en el análisis social de la soledad. En sus interpretaciones, la soledad es un comportamiento que responde a los cambios sociales y a las distintas direcciones que van tomando las personas según sus sentimientos y aspiraciones. Para la segunda mitad del siglo XX, el vivir solo se fue convirtiendo en un comportamiento más común en la población americana. Los análisis de los autores asimilan la personalidad americana a las fuerzas sociales que la condicionan y la modelan. La causa de la soledad se encuentra por fuera del individuo. Según los autores, las principales condiciones del cambio social fueron las transformaciones tecnológicas. Estas han favorecido la liberación de los individuos de algún tipo de interacciones y dependencias que permiten la despersonalización de las relaciones y aumenta la autonomía de los sujetos (Peplau y Perlman, 1982). La revolución de las comunicaciones no solo permitió despersonalizar las relaciones, sino tener acceso a nuevas experiencias sociales con otros lugares del mundo (Klinenberg, 2012).
Sexo y edad
La emancipación femenina, la disminución de los tamaños de la familia y el aumento de la longevidad facilitaron las condiciones para generalizar la residencia unipersonal. La variación de la función social de la mujer, con su progresivo acceso a la educación y el trabajo, así como la mayor regulación de su cuerpo y su vida reproductiva, transformaron las formas de relacionamiento entre hombres y mujeres (Hirigoyen, 2013). En la segunda mitad del siglo XX, Colombia observó un aumento en la proporción de mujeres solteras, separadas y divorciadas que se encontraban entre los 20 y los 39 años. Esto es expresión de la diversificación de la vida de pareja y el cuestionamiento de los valores asociados al matrimonio como única forma de organización familiar (Flórez y Soto, 2013). Adicionalmente, la mayor longevidad femenina, las diferencias de edad entre esposos y la menor frecuencia de recasamientos o nuevas uniones en las mujeres hace de la viudez una experiencia más común en las mujeres que en los hombres, lo que aumenta los riesgos de soledad en ellas. De igual forma, a medida que la edad va avanzando, especialmente después de los 75 años, la institucionalización o vivir con hijos se convierten en las formas residenciales más frecuentes. Esto se relaciona especialmente con el estado de la salud de las personas (Zueras y Gamundi, 2013).
La residencia unipersonal cuestiona las formas de organización tradicional de la familia nuclear y extensa, muy común en las sociedades rurales y urbanas de finales del siglo XIX y comienzos del XX. El vivir en grupo no