La organización familiar en la vejez. Ángela María Jaramillo DeMendoza
así como de su función en el grupo familiar, su género, su ocupación, su edad, entre otros. La comprensión de las distintas formas de organización residencial que deciden las familias requiere estudiar cada individuo del grupo, su influencia en las decisiones del hogar y sus interrelaciones con los otros integrantes y con la sociedad (Ruggles, 1987).
Posteriores pistas teóricas aparecieron en los países industriales occidentales, como el crecimiento de las personas que viven solas, en pareja exclusivamente, en familias monoparentales y recompuestas. El rol del parentesco y de la solidaridad familiar fue redescubierto y reafirmado. Se observó que las familias nucleares no eran tan independientes del resto de los parientes. El cuestionamiento de la independencia de la familia nuclear favorece el surgimiento de una tensión teórica entre la emergencia de un modelo de familia posmoderno y la diversificación de las formas de organización familiar (Pilon, 2004).
El aumento de los hogares unipersonales en el mundo occidental industrial está ligado al alto nivel de independencia económica que tienen los adultos sin pareja, especialmente las mujeres, si se encuentran con buena salud. A diferencia del pasado, vivir solo es hoy en día una posibilidad que resulta de una decisión razonada, que no implica necesariamente un aislamiento de la persona en edad; por ello hay que ser prudente con los análisis del aislamiento en la vejez, pues no es equivalente vivir solo y estar aislado (Légaré, 2004).
Gierveld, Dykstra y Schenk (2012) señalan la importancia de analizar la soledad de los adultos en relación con sus condiciones habitacionales y apoyo intergeneracional. En sus estudios revelan que en Europa es cada vez más común que las familias respeten la independencia de sus padres y su vida en solitario. Sin embargo, se reconoce que uno de los factores de protección y bienestar para los mayores es la corresidencia con niños o adultos, pero en particular con su pareja. Respecto al apoyo intergeneracional, se identificó que la dirección de los apoyos va de padres a hijos, más que de hijos a padres, y esto continúa hasta en las últimas etapas de la vida.
Junto con los hogares de pareja exclusivamente y unipersonales, la institucionalización es otra de las formas residenciales más comunes en los países industrializados. La pérdida de autonomía es un proceso evolutivo para las personas, a medida que aumenta la edad. Una buena parte de los viejos tiene algún tipo de discapacidad, y las necesidades de apoyo se sienten en las actividades de la vida cotidiana. De ahí que la institucionalización se haya convertido en la última solución para los dirigentes de las comunidades envejecidas, debido a los elevados costos. Por este motivo, se busca que los apoyos formales sean remplazados por los familiares (informales); no obstante, la vida familiar puede cambiar según la vida conyugal y doméstica, y es posible que las futuras generaciones tengan más separaciones y migraciones en la familia, por lo que cada vez se van a necesitar más apoyos formales (Légaré, 2004).
Para regiones como América Latina, complejidad y diversificación son las principales características de las situaciones familiares y sus evoluciones, que no siguen un sentido progresivo, como el observado en los países industriales de Occidente. Mientras que en Europa el envejecimiento fue un proceso que duró entre 150 y 200 años, en los países de América Latina y el Caribe este cambio se hizo en 50 años (Chackiel, 2000). Es una transformación acelerada que se produce en condiciones que combinan valores tradicionales con procesos de modernización (Pilon, 2004). En numerosos países, la disminución de la fecundidad y la reducción del tamaño de los hogares no se acompañan de un proceso de nuclearización. Son nuevos arreglos residenciales, recomposiciones familiares, asociadas a una redefinición de relaciones sociales y de roles familiares, entre sexos y generaciones. En un estudio hecho para la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) sobre el panorama social de la región latinoamericana se señaló que “Las estructuras familiares son heterogéneas y varían según el país, el medio de residencia urbana o rural, y según el nivel de pobreza” (Viveros Madariaga, 2001). La composición familiar en los países en desarrollo se encuentra mediada por una baja cobertura institucional y una alta desigualdad social. Ello genera unas lógicas de solidaridad familiar y del sistema de derechos y obligaciones particulares, los cuales responden a distintas situaciones como enfermedad, separación, muerte y transferencias familiares. Es una forma de distribuir las cargas económicas y afectivas, así como de la educación de los hijos (Pilon, 2004).
Dos de las principales características observadas en los países en desarrollo son las jefaturas femeninas y la circulación de los niños por los hogares de los parientes. Por ejemplo, “en África, en las regiones desarrolladas[,] y en Asia, cerca de la mitad de las mujeres jefes de hogar son viudas. En América Latina y el Caribe, solamente el 28 % son viudas, y 36 % solteras”. En todas las regiones hay más mujeres casadas o solteras que divorciadas. “La proporción de las mujeres jefes de hogar que son divorciadas es baja en Asia, 6 % contra 13 % en América Latina y el Caribe, 14 % en África y 16 % en las regiones desarrolladas”. Mientras que la circulación de niños hace parte de la dinámica de los hogares extensos de los países del sur, en los que cohabitan varios núcleos familiares o hay presencia de otras personas, parientes y no (Silk, 1987; Lalleman, 1993, citado en Pilon, 2004, p. 332).
Tendencias residenciales, la moda de vivir solo
Uno de los indicadores de la reducción y diversificación de las formas tradicionales de organización residencial en la vejez es el crecimiento de los hogares unipersonales. Su surgimiento, expansión y estabilización requiere unas condiciones demográficas, económicas, institucionales y culturales particulares que hagan posible su generalización. Aunque América Latina y el Caribe no tienen los mismos niveles de residencias unipersonales que en los países industrializados, en las últimas décadas se ha observado su aumento (CEPAL, 2012). Ello indica que es adecuado su estudio y comprensión no solo para entender la diversificación de los hogares en la región, sino para prever su influencia en las formas de organización residencial futura. Las personas mayores son un grupo de interés social y político, ya que dependiendo de las condiciones de su independencia, pueden tener mayores riesgos de asistencia en caso de enfermedad o limitaciones, así como de aislamiento social, especialmente en los países en los que los sistemas de seguridad social tengan distribuciones desiguales respecto a las poblaciones mayores, en particular a las mujeres (Álvarez, 2002). En tal sentido, el estudio de la residencia unipersonal es una forma indirecta de conocer los riesgos potenciales de la soledad, entendida como aislamiento social. La complejidad de la organización independiente radica en que no se produce de una sola forma. Es posible que sea tanto el resultado de una decisión voluntaria, en la que se cuenta con las condiciones económicas, sociales y emocionales suficientes para disfrutar de la experiencia, como de una circunstancia impuesta, no elegida ni deseada, que resulta de la precariedad económica y social que hace de la experiencia una situación dolorosa y abrumadora. Más adelante se desarrolla la diferencia entre vivir solo (residencia unipersonal) y sentirse solo.
El aumento de los hogares pequeños, especialmente de los unipersonales, no es algo exclusivo de la etapa de la vejez, también se observa en la adultez (Hirigoyen, 2013). Actualmente, vivir solo se reconoce como una tendencia mundial que responde a los descensos de la fecundidad, los cambios en las configuraciones familiares, los procesos de individuación, los cambios culturales y la centralización de los sistemas de protección social y salud:
A nivel mundial, el número de personas que viven solas pasó de 153 millones en 1996 a 277 millones en 2011. Para ese momento, en Estados Unidos había más de 31 millones de hogares unipersonales, 4 millones más que en el 2000; en Japón el 31,5 % del total de los hogares estaba compuesto por una persona; en Suecia era el 47 % de la población; y en Francia 1 de cada 7 personas (BBC, 2012b).
América Latina y el Caribe pasó de 7 % en 1990 a 11,4 % en el 2010 (Ullmann Heidi, 2014, p. 14). “En el 2005, Colombia se encontraba entre los niveles más altos con 11,1 %” (Sardi, 2007).
Pero ¿qué pasa cuando esta forma de vida va acompañada de precarias condiciones sociales y económicas? Cuando no es una opción, sino una obligación; cuando no se tienen las condiciones de salud e independencia suficientes, cuando hay sentimientos de aislamiento y dolor, cuando las valoraciones sociales de la soledad son negativas, cuando las redes sociales son pequeñas o no están disponibles y cuando no se ha tenido acceso a la educación y el trabajo. Estas