La organización familiar en la vejez. Ángela María Jaramillo DeMendoza

La organización familiar en la vejez - Ángela María Jaramillo DeMendoza


Скачать книгу
apoyos que entre unos y otros se podían brindar para lidiar con la enfermedad y las dependencias de los menores y mayores del hogar. Para vivir solo es necesario tener unas condiciones mínimas, como la posibilidad de trabajar o contar con una pensión que garantice las condiciones materiales de existencia (alimentación y vivienda, por ejemplo), además de unos servicios institucionales que brinden los apoyos o solidaridades necesarias en condiciones de enfermedad o dependencia. Esto sin mencionar otros aspectos centrales en la calidad de vida, como tener una visión positiva o, al menos, comprensiva de la soledad, algunas actividades que brinden momentos placenteros y relaciones sociales gratificantes.

       Estado civil

      Los cambios en el estado civil o marital de las personas son unas de las transformaciones más importantes en la adultez. Dos de los eventos más estresantes de esta etapa son el divorcio y la viudez. Estos cambios se relacionan con circunstancias que tienen grados fuertes de angustia que enfrentan a las personas a profundos cambios individuales, por cuanto deben reconstruir su identidad y entorno a partir de la reelaboración de su sentido de vida, ya que, por lo general, las relaciones de pareja crean una intimidad en la que los cónyuges orientan su cotidianidad en torno a las actividades compartidas que crean el sentido del nosotros, pero también del yo (Klinenberg, 2012). Con la edad, las redes de soporte van desapareciendo, porque la mortalidad va aumentando; así, la pareja, los familiares y los amigos van desapareciendo.

      En la medida en que el contacto más íntimo son los esposos, la viudez es un importante predictor de la soledad. La pérdida del compañero puede reducir la salud mental, así como la vida social y económica. La soledad y los sentimientos negativos se encuentran más asociados a la viudez que a las separaciones. La viudez presenta mayores índices de malestar y adaptación, así como una visión más pesimista de la vida, en comparación con las personas separadas. A su vez, los divorciados presentan menores niveles de satisfacción y optimismo que los casados. En las pérdidas, los sentimientos de dolor se pueden expresar en depresión e ira, ya que la persona con la que se tenía un contacto de confianza e íntimo se ha perdido (Ben-Zur, 2012).

      Según hombres y mujeres, la viudez es distinta. En los hombres se registra un mayor sentimiento de aislamiento después de la pérdida, vinculado con la función de cohesión y socialización que tienen las mujeres en la familia. Luego de la pérdida, los hombres tienen una mayor tendencia a desvincularse de las redes, ya que a partir de sus esposas mantenían los contactos sociales con familiares y amigos (Burns, 2014). Por su función social, las mujeres desarrollan más habilidades de sociabilidad y mantenimiento de las relaciones afectivas que los hombres. También es importante considerar que el incremento de la soledad en la vejez no es solo porque hay eventos como la viudez y las separaciones, que aumentan el volumen de los hogares unipersonales en la vejez, sino porque vivir solo es cada vez más común como estilo de vida.

       Condiciones de salud

      Como se mencionó, la residencia unipersonal es una variable indirecta de la soledad. Una razón es que si este tipo de organización de la vida cotidiana no se da en condiciones económicas y sociales adecuadas, que faciliten el acceso a la vivienda, la alimentación, los servicios de salud y redes de apoyo emocional como familiares y amigos, entre otros, se convierte en una forma de aislamiento social en el que se aumentan los riesgos de enfermedad (como la depresión) y de muerte (como el suicidio), además del deterioro general de la calidad de vida, en la medida en que las personas no cuentan con los medios necesarios y suficientes para su supervivencia.

      Desde la perspectiva psicoanalítica, la soledad remite al sujeto a sus primeras emociones de pérdida y separación (Quinodoz, 2015). Los primeros estudios acerca de la soledad surgieron en la primera mitad del siglo XX con Zilboorg (1938), Sullivan (1953) y Fromm-Reichmann (1959). Sus teorías demostraron la estrecha relación existente entre las experiencias de la infancia y la soledad en la vida adulta. Para Zilboorg, la soledad se relaciona con rasgos de la personalidad como narcisismo y hostilidad, los cuales responden a sentimientos infantiles de omnipotencia y egocentrismo, así como al aprendizaje que tiene el niño respecto a ser amado y admirado. Para Sullivan, la soledad está asociada al deseo infantil de contacto. En la preadolescencia, la búsqueda de amigos expresa el anhelo por el contacto íntimo, y la dificultad de hacerlo puede llevar a la soledad. La mayor influencia la ejerce Fromm-Reichmann, con su trabajo con esquizofrénicos, en el que define la experiencia de la soledad como una experiencia subjetiva desagradable, dolorosa y destructiva que difiere de la soledad objetiva (como se cita en Peplau y Perlman, 1982; Mijuskovic, 2012). Esta distinción es relevante, porque permitió diferenciar los aspectos positivos y negativos de la experiencia de estar solo, así como considerar sus aspectos externos. La soledad objetiva se supone menos problemática que la subjetiva, ya que es posible que la persona la disfrute y convierta en una oportunidad para su realización; mientras que la segunda puede estar acompañada de sentimientos negativos en los que aumentan las probabilidades de desarrollar enfermedades como depresión, ansiedad y estrés (De Jong Gierveld, 1998; Rubio Herrera, Cerquera Córdoba, Muñoz Mejía y Pinzón Benavides, 2011).

      Recientes posturas psicoanalíticas han mostrado que es posible dominar y tolerar los dolorosos sentimientos de angustia por la separación mediante un trabajo terapéutico en el que se intenta hacer conciencia sobre el dolor de ser un individuo separado y solo. La aceptación de esta condición humana puede abrir paso a los potenciales y riquezas de esta condición, en especial los relacionados con la creatividad e identidad, en la que el sujeto descubre sus particularidades y las de los otros. Es una posibilidad para el autoconocimiento y el de los otros, con mayor autenticidad, ya que el sujeto se expresa desde su particular forma de ver y existir. Puede pasar de ser una irreversible condición de vida a una oportunidad de cambio personal y social (Quinodoz, 2015).

      Otros enfoques han mostrado cómo la forma en la que se experimentan las pérdidas varía según los recursos personales y sociales que tengan los individuos. Estos se conocen como mecanismos protectores, se utilizan para la resiliencia personal y facilitan la adaptación al evento traumático. Una de las características personales que se destacan es el sentido del optimismo, aun cuando se reduce con los eventos de ruptura, que constituye un recurso importante para la recuperación del equilibrio de la persona, ya que le permite a la persona creer que es una experiencia que se puede transformar. El optimismo se encuentra más presente en las personas casadas y en las separadas, que en las viudas (Ben-Zur, 2012).

      El mayor predictor de la soledad en la vejez es la salud mental pobre, especialmente la depresión. La soledad y la depresión se condicionan mutuamente; es probable que la soledad crónica lleve a la depresión, pero también es posible que la depresión deteriore las relaciones de la persona y la lleven a la soledad. En este sentido, las causas y los efectos de la soledad son bidireccionales (Peplau y Perlman, 1982). Las terapias que se puedan hacer desde la niñez, adultez y vejez a los que tengan procesos de deterioro mental pueden ser muy valiosos para evitar el aislamiento social y el deterioro de la calidad de vida (Cattan, White y Bond, 2005).

      Un aspecto central de los seres humanos es el deseo de conexión con los otros. El cerebro se desarrolla en conexión con los otros, y la experiencia de sentirse en relación con los demás es central para sobrevivir en las edades iniciales del ser humano, pero también para el adecuado desarrollo cognitivo. Sentirse conectado con los otros no es solo un deseo, sino una necesidad (Robinson, 2013). La desconexión de los otros y la ausencia de un propósito pueden derivar en sentimientos de miedo, dolor y rabia, con consecuencias desagradables para las personas y sus colectivos, ya que se favorecen condiciones de desintegración social, así como el incremento de los conflictos y el deterioro de las relaciones (Allen, 2014).

      Peplau y Perlman (1982) Robert Weiss intentó integrar la perspectiva psicológica y la sociológica, ya que consideraba que la soledad no es un problema que dependa de los rasgos de la personalidad o de las situaciones. Es la interacción entre las vulnerabilidades personales y las condiciones sociales la que produce la soledad, la cual clasifica en dos tipos: la emocional, asociada a la ausencia de un vínculo íntimo que proveen los padres, esposos o amigos íntimos, y la social, que responde a la carencia de sentido de las relaciones sociales asociadas con un grupo de amigos o colegas (Peplau y Perlman, 1982).

      Según Carl Rogers (citado en Peplau


Скачать книгу