La organización familiar en la vejez. Ángela María Jaramillo DeMendoza

La organización familiar en la vejez - Ángela María Jaramillo DeMendoza


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el estado de separación y aislamiento del ser humano. Para algunos, las amistades, así como el entretenimiento, los viajes, la filantropía, el sexo, la erudición, etc., pueden ser formas de manejar la soledad, ya que distraen y facilitan el olvido (Mijuskovic, 2012). Sin embargo, hay posturas que privilegian los amigos cercanos y el grado de intimidad en las relaciones románticas, más que las actividades sociales (Russell, Cutrona, McRae y Gómez, 2012). Se considera más importante la calidad de las relaciones que la cantidad respecto al sentimiento de soledad, por lo que no es suficiente con estar rodeado de personas; hay que sentirse conectado con al menos una de ellas. La soledad no es sinónimo de sentirse solo. Es importante analizar el contexto y las relaciones socioafectivas de las personas que viven independientes. Esto amplía la pregunta por la soledad, ya que es posible que muchas personas que viven solas no se sientan aisladas, y que muchos viejos que viven acompañados se sientan aislados.

      Otra característica importante de la red es su composición heterogénea, ya que permite establecer relaciones de diferentes tipos y niveles. Como las de parientes (hijos, hermanos, sobrinos...) y no parientes (amigos, vecinos, colegas, etc.). La diversificación de los apoyos emocionales e instrumentales muestra la funcionalidad y capacidad de cohesión de la red. Dependiendo de las situaciones, el apoyo emocional puede ser relevante; mientras que en otras es el instrumental. Uno de los aspectos que participa en la terminación de las relaciones es la reciprocidad. En la vejez esto puedo aumentar los riesgos de soledad, por ejemplo, cuando los hijos o familiares no brindan ningún tipo de soporte y la persona mayor sigue apoyando en términos materiales o afectivos la vida familiar (De Jong Gierveld, 1998).

      Las redes se convierten en un asunto cada vez más importante, si se considera que los tamaños de las familias han venido en un progresivo descenso, lo que afecta la cantidad de relaciones disponibles para las personas. Adicionalmente, con el tiempo, las relaciones más íntimas, como esposo(a) y padres se van perdiendo. Las posibilidades de actualizar y agrandar las redes sociales en la vejez se reducen, ya que las personas han salido de algunos contextos de socialización como el trabajo. Otros aspectos personales, como la timidez, las habilidades sociales, la asertividad y el concepto del sí mismo pueden limitar o facilitar la actividad social de las personas mayores. Esto depende de la evaluación subjetiva de la red, así como las normas y valores sociales que orientan la interpretación que las personas hacen de su situación de soledad, valorándola como algo positivo o negativo que se puede transformar o no (De Jong Gierveld, 1998).

       Los hogares unipersonales en la vejez, contexto internacional

      En octubre del 2013, el secretario de Salud de Inglaterra, Jeremy Hunt, mencionaba en una conferencia que cerca de cinco millones de personas consideraban la televisión su mayor compañía. Cerca del 46 % de las personas mayores de 80 años reportaba sentimientos de soledad permanentes o frecuentes. Para la salud de las personas, comparaba el vivir solo con los efectos negativos que puede tener el cigarrillo o el alcohol en exceso, y cómo el riesgo de institucionalización o enfermedad en la vejez aumenta con la soledad subjetiva. En su discurso rescataba el contrato social de sociedades como las asiáticas, en las cuales se reverencia y respeta al viejo, así como el cuidado que se le brinda en el hogar. Por lo que uno de los desafíos de las sociedades envejecidas es restaurar y revitalizar el contrato social entre las generaciones. No obstante, algunos opositores políticos y académicos consideraban que el problema no se puede situar exclusivamente en las redes familiares, de amigos y vecinos, sino en la crisis que enfrenta el sistema de cuidado del gobierno, y que son un mito las solidaridades tradicionales que se remiten a las culturas asiáticas. Por ello, se sugería matizar las afirmaciones y recomendaciones de acción con estudios locales que identifiquen las condiciones de la soledad contemporánea en esas culturas. Un ejemplo de esto es la casa de cuidado más grande del mundo, ubicada en China, con un cupo de 5000 personas. Este tipo de acciones busca la equidad intergeneracional, que es uno de los problemas que enfrenta el cuidado informal de las familias, ya que niños, jóvenes y adultos tienen que desplazar actividades de educación y trabajo por el cuidado a los mayores (Pérez, Musitu y Moreno, 2011; BBC, 2013).

      En el mundo, cada vez hay más personas mayores de 60 años que viven solas. Son varios los autores que se han interesado por el estudio de los hogares unipersonales en la vejez (Légaré, 2004; Pilon, 2004; Gierveld, 2012; Klinenberg, 2012; Rokach, 2013; Romeo, 2013; United Nations, 2013; Ullmann, Maldonado Valera y Nieves Rico, 2014). Los niveles de este tipo de residencia varían alrededor del mundo. Según las Naciones Unidas, en el 2013, la media mundial indicaba que el 38,6 % de las mujeres mayores de 60 años vivía solas; similar a la proporción de los hombres (39,9 %). En Europa y Norteamérica, estos hogares superan el 70 % de la población mayor; mientras que en América Latina y el Caribe es menos de la mitad, con cerca del 30 %. Argentina es el país que tiene más participación de las personas mayores que viven solas, con 43,9 %, y Paraguay, la más baja, con 15,3 %. En general, parece que los hombres contribuyen un poco más en esta forma de residencia, aunque en los países de la región latinoamericana esta proporción tiende a incrementarse. En este contexto, Colombia se ubica en un lugar intermedio, con el 19,2 % para las mujeres y el 25,1 % para los hombres (figura 1).

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       Figura 1. Proporción de personas mayores de 60 años que viven independientes: mundo y algunas regiones, 2013

      Fuente: United Nations (2013).

      Las diferencias en los niveles de la residencia independiente entre distintos lugares del mundo se relacionan con varios factores demográficos, entre los que se destacan la esperanza de vida, los niveles de fecundidad y la estructura de la población.

      Los países con mayor esperanza de vida al nacer, como Japón, Europa y Norteamérica (84, 79 y 76 años, respectivamente), se encuentran entre 6 y 14 años por encima de la media mundial, que está en 70 años de edad. La región de América Latina y el Caribe está un año por debajo de Europa y cinco años por encima del conjunto mundial, con una diferencia de casi 10 años entre Argentina (76 años) y Bolivia (67 años).

      En general, la esperanza de vida a los 60 años es de 20 años, con variaciones que van desde los 26 años, en Japón, que tiene un 32,3 % de personas mayores de 60 años, hasta los 18,6 años, en Bolivia o Paraguay, con un 7 % u 8 % de personas en esas edades. Después de los 80 años, la esperanza de vida puede variar de 6 (Bolivia) a 10 años (Japón), dependiendo del país o región del mundo, así como la participación de los más viejos que va del 7,3 % al 0,8 %, respectivamente. Colombia se encuentra con una esperanza de vida intermedia entre países como Bolivia y Chile (figura 2).

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       Figura 2. Esperanza de vida según edad: mundo, algunas regiones y países, 2013

      Fuente: United Nations (2013).

      Las variaciones en la esperanza de vida son cada vez menores entre las regiones y los países. Según Shane Hunt (2009), en 1890, la esperanza de vida en América Latina era de 27,7 años; mientras que en Estados Unidos era de 43,5 años. A lo largo del siglo XX, esta brecha de 15,8 años fue disminuyendo significativamente hasta llegar a 6 años en el 2000 (71 años para América Latina y 77 años para Estados Unidos). Según proyecciones de las Naciones Unidas, entre el 2050 y el 2055, esta brecha podría estar alrededor de los dos años. Tal acercamiento entre regiones que históricamente se han diferenciado por sus niveles de avance socioeconómico6 es producto de las mejoras sanitarias y de salud que la humanidad ha venido creando y aplicando desde mediados del siglo XIX. La recepción y la utilización de los avances científicos sociosanitarios han facilitado la rápida generalización del control de enfermedades infecciosas y parasitarias, que cada vez aportan menos muertes infantiles en las sociedades contemporáneas. En efecto, más del 60 % del aumento en la expectativa de vida de las mujeres en los países de Europa


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