La organización familiar en la vejez. Ángela María Jaramillo DeMendoza

La organización familiar en la vejez - Ángela María Jaramillo DeMendoza


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Play, 1887; Durkheim, 1888), sobre todo a partir de 1920, bajo la influencia de los sociólogos americanos de la escuela del interaccionismo de Chicago. Después de la Segunda Guerra Mundial se vio la emergencia de una teoría general del cambio social: la teoría de la modernización, a la que se articula la teoría de la transición demográfica y aquella de la nuclearización de la familia. Talcott Parsons mostró la convergencia de los sistemas familiares hacia el modelo nuclear. Según su teoría, el proceso de modernización a través de la industrialización y la urbanización contiene el paso de la familia extensa, tradicional, a la familia nuclear, moderna. Esta evolución expresa, a la vez, un cambio de estructura y funcionalidad de la familia, así como de los roles masculinos y femeninos internamente. La familia nuclear–desconectada del resto de los parientes– se presenta como el modelo familiar más adaptado a las condiciones económicas de la sociedad americana contemporánea (Pilon, 2004).

      De acuerdo con Ruggles (1987), tanto los funcionalistas estructurales como los teóricos de la modernización afirmaron que el desarrollo económico explicaba el cambio de la familia extensa a la nuclear. Para los primeros, la familia extensa era el centro de la actividad productiva en el mundo preindustrial. En ese momento, todos los miembros de la familia, incluidos los mayores, tenían un rol económico en la familia. Tal organización la destruyó el paso a la industria. La familia nuclear sobrevivió al cambio, porque era funcional a estas nuevas condiciones. En tal sentido, las personas mayores perdieron su rol productivo y fueron desvinculadas por la familia y la sociedad. Para los segundos (los teóricos de la modernización), la influencia económica es menos directa, ya que hace parte de un conjunto de condiciones como el crecimiento económico, las migraciones, la individualización o la desvalorización de las costumbres, que redujeron el valor de los lazos extensos. Estos cambios hicieron que se revaluara la utilidad de las personas mayores, lo que facilitó la desintegración de la familia extensa. Ambos enfoques consideran que la familia extendida se asocia con la utilidad de los parientes, con sus costos y con beneficios. Su expansión, y posterior transformación hacia la nuclearización, se explica exclusivamente como una adaptación de las familias y la sociedad a las condiciones económicas. Este tipo de enfoque ha ocupado un lugar central en la comprensión de la formación de la familia.

      La idea de la relación entre los desarrollos económicos y las formas de organización residencial comenzó a mediados del siglo XIX, con Le Play,4 cuando observó que con el crecimiento de la manufactura se crearon las posibilidades para que las familias compuestas por la pareja y sus hijos solteros vivieran separados de las generaciones más viejas (Nisbet, 2009).

      En oposición, se encuentran perspectivas relativistas e históricas que desde 1970 cuestionan la teoría de la nuclearización, mostrando que la familia extensa fue un modelo dominante, pero no exclusivo de la familia antigua, y que la familia nuclear no es la forma definitiva y universal de la familia moderna. El desarrollo de los trabajos de demografía histórica desde 1950 contribuyó a mejorar el conocimiento de la dinámica y evolución de las familias en los países europeos. Ello permitió revelar imágenes distorsionadas sobre el pasado y cuestionar el mito de la familia extensa como soporte de una fecundidad elevada, así como cuestionar la teoría de la nuclearización (Pilon, 2004).

      La investigación de Ruggles (1987) sobre el crecimiento de la familia extensa en el siglo XIX, en Inglaterra y América, demuestra que la explicación económica es insuficiente y poco acertada para comprender los cambios en las formas de organización residencial. El autor critica el enfoque económico, porque homogeneiza la familia extendida de los siglos XIX y XX, utilizando el supuesto de que si los insumos crecen, las familias también, sin considerar que no son las mismas familias, en términos económicos, las que tienen la composición extensa en los siglos XIX y XX. Su estudio demuestra la influencia de la cultura y la demografía en la formación y generalización de la familia extensa del siglo XIX. Al contrario que en el siglo XX, la familia extendida no era una respuesta adaptativa a la pobreza;5 era la expresión de un lujo de los que gozaban las familias de clase media y alta, entendidas como aquellas que tenían sirvientes, y su ocupación se ubicaba en la burguesía. Para ese momento, hacerse cargo de alguien no era una estrategia para sobrevivir económicamente, sino la obligación de una carga adicional. En este sentido, la generalización de la familia extensa no es una adaptación funcional a las nuevas condiciones sociales, sino una de las consecuencias indirectas de los cambios en las condiciones sociales.

      Según Ruggles (1987), la comprensión de los cambios en las formas de organización residencial se asocia con el análisis de la combinación entre las condiciones culturales, demográficas y económicas en las que se produce el cambio. La frecuencia y temporalidad de los nacimientos, muertes y matrimonios constituyen el contexto biológico en el que las decisiones residenciales se toman; sin embargo, lo que permite que la familia extendida surja y se estabilice son los cambios de las actitudes en la vida familiar, es decir, el cambio en la orientación simbólica de la familia. Para el autor, fue la combinación entre los desarrollos económicos de la industrialización, la variación en los patrones de la mortalidad, el matrimonio y la valorización de nuevos comportamientos lo que facilitó que las personas se organizaran en grupos extensos compuestos por la pareja y los hijos. Los cambios en la actitud frente a la familia son el reflejo de importantes transformaciones en los valores, entendidos como orientadores simbólicos del comportamiento. Si bien hay cambios estructurales en los modos de producción, las condiciones demográficas y las relaciones emocionales y de obligación condicionan las preferencias residenciales y su cambio.

      Desde los años sesenta, el análisis económico de la familia intentó ofrecer explicaciones distintas a la adaptación de la familia al mercado. Empezó a considerar la familia una unidad compacta que actúa de forma coordinada y calcula los efectos de sus decisiones a lo largo del curso de vida. Así, puede definir estrategias para conseguir recursos escasos y mejorar sus condiciones materiales, con el fin de alcanzar altos niveles de satisfacción. Sin embargo, como lo señala Ruggles (1987), las limitaciones de esta propuesta son cuatro supuestos: primero, la familia como una unidad compacta que tiene información suficiente y adecuada para tomar sus decisiones; segundo, la satisfacción máxima como un absoluto en el curso de vida; tercero, el comportamiento humano como exclusivamente racional, y cuarto, una competición se da en condiciones perfectas. Luego, aparecen otras propuestas como la teoría del intercambio, que intenta superar la mirada homogénea y compacta de la familia, a partir del estudio de sus dinámicas internas. Esta perspectiva asume que las relaciones de parentesco surgen y se mantienen cuando todos los integrantes del grupo tienen beneficios. Se supone que los individuos tienen objetivos particulares, y que para alcanzarlos requieren apoyo.

      La relación de parentesco se concibe como la primera forma de apoyo con la que los sujetos pueden enfrentar situaciones adversas como enfermedad, desempleo, pobreza, vejez, entre otros. En ese sentido, las necesidades materiales se convierten en la razón de mantener la relación de parentesco. Esto la instrumentaliza y limita la posibilidad de comprender que el estatus de los integrantes de la familia no depende siempre de su utilidad. Hay unos motivos no materiales que influyen en las decisiones que toman las familias y que no se reducen al resultado de un cálculo racional que busca la mejor ganancia. Emociones como “el altruismo, los celos, el amor, la ansiedad, el miedo, el orgullo, la responsabilidad, la culpa y todas las obligaciones sociales y morales” influyen en la forma de ver y sentir la vida y, en consecuencia, en la forma en que se decida enfrentarla. La combinación entre las condiciones materiales y no materiales de la decisión varían según el tiempo y el lugar. De tal forma que “comportamientos que para una época fueron plausibles y adecuados para otra ya no son lo mismo” (Ruggles, 1987; traducción de la autora).

      La decisión residencial ha sido un asunto de interés para la sociología y la economía, especialmente en cuanto a la función de los costos y los beneficios no materiales. Los economistas plantearon las primeras inquietudes acerca del estudio de las orientaciones simbólicas de la decisión. Por su parte, los sociólogos destacan la importancia de las condiciones estructurales y materiales del hogar, como el acceso al empleo, y la relevancia de estudiar la familia desde el grupo y la sociedad. Entre tanto, las nuevas perspectivas económicas conciben la familia como una unidad de decisión y se enfocan en el comportamiento racional del individuo. En estas tensiones analíticas se debe reconocer que las decisiones se toman en el plano


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