La organización familiar en la vejez. Ángela María Jaramillo DeMendoza

La organización familiar en la vejez - Ángela María Jaramillo DeMendoza


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del sí-mismo y la identificación de lo que exista con lo esperado socialmente. Define la soledad como la expresión de un ajuste inadecuado entre el sujeto y la sociedad, que está asociado a las expectativas de los otros y a los sentimientos de rechazo. En 1957, una encuesta sobre el comportamiento de los americanos mostraba que más de la mitad de los encuestados respondió que las personas solteras eran enfermas, inmorales o neuróticas, y una tercera parte los veía de forma neutral. En 1976, solo la tercera parte tenía una percepción negativa y la mitad era neutral (Klinenberg, 2012).

       Ocupación

      La ocupación es otro aspecto que influye en el tipo de residencia. En la mayoría de los países europeos, los pensionados son las personas que tienen más probabilidades de vivir solos, y ello hace parte de los efectos del mejoramiento de las condiciones materiales de las sociedades industriales. En pocos países como Hungría y Rumania se presenta una situación distinta: la población que sigue trabajando después de los 65 años tiene mayores probabilidades de residir sola (Zueras y Gamundi, 2013). Esto plantea distintas situaciones económicas que pueden condicionar la residencia unipersonal, ya que no es lo mismo vivir solo, dependiendo del trabajo, que hacerlo con la seguridad económica de una pensión. Es posible que las personas que trabajan, en especial en los países con economías débiles y alta desigualdad, lo hagan como una obligación para sobrevivir y no por el gusto de seguir activos laboralmente, lo que puede hacer del trabajo algo estresante e injusto, respecto a las personas que tienen una pensión y trabajan porque lo desean.

      En estos casos, el trabajo se convierte en una fuente de injusticia, dependencia y desigualdad para las personas mayores; sin embargo, la población pensionada enfrenta otros problemas respecto al trabajo ya que, en estos casos, es posible que la persona quiera seguir laborando y, por la edad, no se le permita. Es importante tener en cuenta que el trabajo, además de ser la base para el sostenimiento de la vida material, representa una forma de sentirse parte de la sociedad, en general, y de un grupo, en particular. Es una forma de recibir motivación social, de sentirse útil y funcional. Una de las principales preocupaciones de la soledad en la vejez es la desconexión social que se relaciona con los sentimientos de desvinculación, no pertenencia e inutilidad, lo cual deteriora la calidad de vida de las personas. El sentido de soledad en los mayores puede ser muy profundo, y se puede convertir en patológico. El retiro laboral y la pérdida de un rol social, así como la habilidad de ser útil y el vacío de pasatiempos, son las principales causas de los estados depresivos en los mayores. Adicionalmente, la pérdida de habilidades cognitivas puede ir reduciendo los logros que podían obtener en el pasado (Romeo, 2013).

       Educación

      La educación es otro factor asociado con la residencia unipersonal. En Europa, un mayor nivel educativo se asocia con una mayor independencia residencial (Palloni, 2001; Bongaarts y Zimmer, 2002). Sin embargo, en las sociedades con mayores desigualdades socioeconómicas, la residencia unipersonal no se observa como un resultado de acumulación de recursos sociales y económicos, sino que puede resultar del debilitamiento de la red familiar, así como del fallecimiento de familiares y amigos. Es decir, es posible que, en la mayoría de los casos, la soledad no sea una búsqueda racional y anhelada, sino algo impuesto por los acontecimientos. Ello puede llevar a un gran malestar si no se ha desarrollado la capacidad de estar solo que puede ser una habilidad cognitiva importante que facilita el reconocimiento de los sentimientos propios, el desarrollo de la imaginación creativa y la capacidad de lidiar mejor con las pérdidas. Esto requiere un aprendizaje temprano desde la infancia, en la que la felicidad afectiva no se encuentre relacionada únicamente con el otro, de tal forma que se pueda existir por sí mismo, más que en función de las relaciones de intimidad con los otros. Esto es capaz de disminuir el sufrimiento que puede causar la soledad y el aislamiento, ya que el sujeto tendrá herramientas cognitivas para enfrentar los sentimientos de vacío interior.

      La aceptación del sentimiento de soledad facilita explorar los propios recursos personales, en la medida en que las dificultades que hacen parte de la experiencia de soledad son las que hacen posible el aprendizaje de la autonomía y el amor propio:

      De forma general, las personas que pasaron solos buena parte de su infancia, al haberles permitido desarrollar sus capacidades de observación, tienen más posibilidades que otras de desarrollar capacidades creativas y se inclinarán preferentemente a actividades que exijan concentración e imaginación. Estas mismas personas, ya adultas, no sentirán una constante necesidad de presencia del otro y antepondrán su actividad creativa a su vínculo amoroso o conyugal. (Hirigoyen, 2013, p. 181)

      En este sentido, la soledad puede ser una experiencia de aprendizaje que, según la forma como se viva, prepara para la autonomía y la madurez cognitiva, que reconoce la necesidad de valerse por sí mismo como para la adecuada adaptación al mundo moderno, masivo y despersonalizado.

      El aprender a estar solo puede fortalecer a los sujetos frente las separaciones y duelos que hacen parte de la vida. La negación o evitación de la soledad es un indicador de dependencia aprendida desde la infancia, que en la adultez y la vejez puede incrementar los sentimientos de dolor, frustración y abandono (Hirigoyen, 2013). La aceptación de la soledad como condición humana implica para las personas y la sociedad otra forma de ver y entender el mundo; requiere habilidades cognitivas que le permitan al sujeto disfrutar de su propia compañía y encontrar en la soledad una fuente de autoconocimiento y creación. Cognitivamente, la atención de los sujetos ha pasado de estar centrada en los otros para estar referida a sí mismo. Moustakas (1961 y 1972, citado en Peplau y Perlman, 1982) propone una mirada existencial de la soledad, en la que la entiende a modo de una fuerza creativa, una oportunidad para que las personas aprendan de ellos mismos para avanzar en sus vidas.

       Solidaridades/redes

      Uno de los aspectos que más influyen en que la residencia unipersonal sea una experiencia social satisfactoria, y no de aislamiento social, son las redes de apoyo. Estas son de tipo familiar o institucional, pero son centrales en la medida en que constituyen los soportes para enfrentar la cotidianidad, pero especialmente los momentos de adversidad, como la enfermedad o las dificultades económicas. En este sentido, las solidaridades constituyen un apoyo fundamental para que la residencia unipersonal no sea una forma de exclusión social, de soledad.

      Los hijos, los amigos y los vecinos son parte fundamental en la experiencia de la soledad. La relación de pareja o el matrimonio y la familia son las mejores formas de pertenencia a los grupos sociales más amplios. La relación con una iglesia, la participación en la fuerza de trabajo, el trabajo voluntario y ser miembro de asociaciones de voluntariado son otras estructuras que integran a los sujetos en la sociedad. Adicionalmente, brindan cohesión, sentido de pertenencia y son protectoras contra la soledad subjetiva (De Jong Gierveld, 1998).

      Desde la perspectiva cognitiva, Peplau y Perlman (1982) definen la soledad como “una experiencia desagradable que se presenta cuando las redes sociales de las personas son deficientes, en términos cualitativos o cuantitativos” (p. 5; traducción de la autora). Esta definición incluye tres aspectos: 1) la diferencia entre la soledad objetiva y la subjetiva, 2) se relaciona con un déficit en las relaciones sociales que se define a partir de la diferencia entre las relaciones actuales y las que desea la persona y 3) es aversiva, y se relaciona con sentimientos de depresión, ansiedad, vacío y desesperación. En este sentido, los estándares personales que se concretan en la evaluación y valoración de sus relaciones influyen en la soledad. La percepción de los déficits relacionales puede ir en detrimento de la salud mental.

      Hay otro enfoque de tipo cognitivo multidimensional que considera, adicionalmente, las normas y estándares de vida que condicionan a las personas que hacen parte de esa sociedad. En esta aproximación se tienen en cuenta tres aspectos: 1) los sentimientos asociados a la ausencia de una unión íntima, de vacío o de abandono; 2) la perspectiva de tiempo, en el que las personas consideran que es posible cambiar la situación y no culpan a los demás o a ellos mismos de esto, y 3) los distintos sentimientos de dolor, tristeza, frustración y desesperación. Una de las principales diferencias respecto a la perspectiva de Peplau y Perlman es la posibilidad que tiene el sujeto de actuar para transformar su soledad en la medida en que incluye una perspectiva temporal y de responsabilidad consigo mismo (De Jong


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