Vivir en las ciudades invisibles. Emilio Delgado Martos
no ya de sí mismo, sino del proceso de esa evolución. Creo que no es casual que en la obra, Calvino haga aparecer justo en el centro de la narración […] la Ciudad y los Muertos, la metáfora del alcanzamiento de una conciencia de fin que se da en la madurez: en la “mitad de la vida”, como el libro parece insinuar, y representa un espacio terminal del que no puede haber retorno y por tanto, tampoco narración. En este mismo sentido […] las supresiones y ampliaciones de las series, arrojan una posibilidad verosímil de interpretación basada en esta interpretación “ontológica”, como si Las ciudades invisibles fueran una paráfrasis imaginaria de las fases de la propia vida. A unos comienzos más tangibles, sensoriales y aparentemente “ordenables” (las ciudades del deseo, de los signos, de los intercambios, de los ojos, los nombres…), sucede una parte cada vez más abstracta (aparecen, como se ha dicho, las ciudades de los muertos y del cielo) y una conclusiva dominada por las ciudades continuas y escondidas.20
Por todo ello, creo que Las ciudades invisibles, aún más que una declaración de amor de Calvino por la vida, más incluso que la tantas veces notada denuncia que el escritor quiso también hacer ante el problema de la deshumanización y despersonalización de los espacios, es ante todo una filigrana de memorias y constataciones (por eso un diario). Un texto de la madurez calviniana en el que el escritor, jugando entre géneros (relato, ficción, ensayo, enciclopedismo parisino…), vierte algunas de sus más íntimas y a la vez sólidas convicciones. Entre ellas, resuelta a través de la belleza de las citadas metáforas visuales, la relatividad de toda certeza, que, como todo en el ser humano, es mutable y reescribible y que la más honesta labor que un escritor puede afrontar es justamente la de someter a un permanente proceso de reuso y de renarración una materia que es de por sí inestable, incluso cuando se trata de la supuesta solidez de una ciudad.21
Esas ciudades cuya materia invisible revela justamente una particular función, esta vez sí pesimista, respecto del peligro de no reconocer, de apearse de la función también memorial que la ciudad debería tener y que, en sus pliegues más oscuros, la superficialidad contemporánea esconde y en cierto modo mata:
No las frágiles nieblas de la memoria ni la seca transparencia, sino la chamusquina de las vidas quemadas que forman una costra sobre la ciudad, la esponja hinchada de materia vital que ya no circula, el atasco de pasado presente futuro que bloquea las existencias calcificadas en la ilusión del movimiento.22
Es pues desde esta perspectiva literaria y desde una interpretación también literaria como surge la duda que, ya en conclusión, ha guiado mis reflexiones. Pese a que tantas veces se ha notado, creo que con justicia, que Las ciudades invisibles es el libro en el que Calvino denuncia y condena el infierno de los que viven en las nuevas metrópolis, un asunto que sin duda en un Calvino humanista y equilibrado no era menor, creo que su texto nos plantea centralmente otro mensaje mucho más vinculado a las geografías del yo que al problema de la habitabilidad real de las urbes contemporáneas. Calvino evidentemente narra en su texto algunos de los aspectos más negativos del incontrolable desarrollo urbanístico, de esas ciudades intercambiables y sin carácter, constituidas en los célebres no lugares (o lugares de masificación y anonimización de la persona: los centros comerciales, los centros de ocio, las estaciones de servicio, los aeropuertos…, «donde las formas agotan sus variaciones y se deshacen, comienza el fin de las ciudades»).23 Sin embargo, a lo largo de esas páginas hipnóticas, a través de los arabescos y las elaboradísimas filigranas visuales con las que Calvino atrapa a sus lectores en Las ciudades invisibles, emerge por encima de cualquier otro el tema de la experiencia, de la memoria y del espacio interior.
Las ciudades invisibles son tales (invisibles) precisamente porque narran espacios habitados exclusivamente por la conciencia; son mutables y variadas porque equivalen a las proyecciones sin tregua que el yo a lo largo de la vida va percibiendo, de los múltiples espacios que habita y que lo habitan. Imposible de describir y solo susceptible de ser narrado, el espacio invisible de la ciudad es aquel que cada día el sujeto (aquel en el que creía Calvino, un sujeto ideal, reflexivo y culto) vuelve a ver, a revivir, a interiorizar, a transformar en una nueva experiencia del yo: «De una ciudad no disfrutas las siete o las setenta y siete maravillas, sino la respuesta que da a una pregunta tuya».24
BIBLIOGRAFÍA
CALVINO, I. (1983). Italo Calvino on Invisible Cities. Columbia, 8, pp. 37-42.
— (1989): Seis propuestas para el próximo milenio. Madrid: Siruela.
— (1998). Las ciudades invisibles. Madrid: Siruela.
— (2001) Palomar. Madrid: Siruela.
— (2004). El barón rampante. En I. CALVINO, Nuestros antepasados. El vizconde demediado. El barón rampante. El caballero inexistente. Madrid: Siruela, pp. 91-319.
— (2004a). «Ermitaño en París». Páginas autobiográficas. Madrid: Siruela.
— (2012). Sono nato in America. Interviste 1951-1985. Milán: Mondadori.
— (2013). Letters, 1941-1985. Princeton: Princeton University Press.
CONDE, A. (2016). «Hechas de deseos y miedos». En M. A. CHAVES MARTÍN, Ciudad y Comunicación. Madrid: Grupo de Investigación Arte, Arquitectura y Comunicación en la Ciudad Contemporánea, Universidad Complutense de Madrid, pp. 157-166.
FOUCAULT, M. (1997). Los espacios otros. Astragalo, 7, pp. 83-91.
1 El texto es resultado de un encuentro organizado por la Universidad Francisco de Vitoria y el Instituto Schuman de Estudios Europeos. Quiero aprovechar esta ocasión para agradecer a sus organizadores y responsables no solo la concepción del encuentro, del máximo interés y actualidad, sino que quisieran en su día contar conmigo.
2 Remitimos al imprescindible texto Lecciones americanas: Seis propuestas para el próximo milenio, publicación póstuma, en su primera edición italiana, de 1988 y al capítulo «Visibilità» para contextualizar la importancia que Palomar tiene en la concepción de la estética del escritor, no solo en relación con la cuestión del espacio urbano.
3 CALVINO, 2001, p. 102.
4 La casa familiar estaba rodeada por un gran parque, poblado de innumerables variedades de árboles, y San Remo es la capital de esa parte de la costa ligur, también conocida como la Costiera dei Fiori, precisamente por la abundancia de vegetación que caracteriza su hermoso paisaje.
5 CALVINO, 2004, pp. 101-104.
6 CALVINO, 1998, p. 100.
7 El asunto, que no va a tratarse en esta contribución, es sumamente complejo; en el final de este breve diálogo, Calvino integra otra de sus reflexiones teóricas más inquietantes: «Las imágenes de la memoria, una vez fijadas por las palabras, se borran —dijo Polo—. Quizás tengo miedo de perder Venecia de una vez por todas si hablo de ella. O quizás, hablando de otras ciudades, la he ido perdiendo poco a poco» (Ídem). Esta duda respecto a la posibilidad que la escritura tiene de fijar la experiencia sin alterarla hasta el punto de transformarla en algo distinto, acompañará al escritor en su madurez y, como se sabe,