Darren y Pat. Ángel Morancho Saumench
empleo, Kelvin Flynn pudo colocarse al oeste de Irlanda, en Galway; preciosa ciudad, pero poco industrial; eran tiempos de crisis muy generalizada tras la guerra mundial. Kelvin tuvo que resignarse a un menor salario por hacer lo mismo. Con mejor contrato consiguió volver a Dublín, aunque con menores ingresos de los que tuvo. Volvió con su hija Pat y sus tres hermanos. Ella había nacido en Dublín, pero se crio en Galway y regresaba a punto de cumplir los dieciséis años, con otra hermana y dos hermanos varones ya nacidos en Galway. Kelvin no se resignaba a odiar solo a Alan, lo extendió a su esposa y a su hijo, a pesar de que los Donnelly bastantes desgracias tenían ya. Ambas familias se culpaban entre sí. Pese a la desaparición de Alan, las relaciones siguieron siendo escasas y muy tirantes entre ellos.
De sus cuatro hijos, los Flynn protegían especialmente a Pat, la mayor. Una niña que ya casi era una preciosa mujer.
Los Donnelly solo tuvieron un hijo, Darren, un chaval avispado e inquieto, algo tímido, aparentemente muy inteligente.
Lo que no pensaron ambas familias es que se iban a unir sin desearlo. De imaginárselo se hubiese incrementado más la enemistad entre ellos, como así fue.
Al regreso de los Flynn a Dublín en 1954, pese a la difícil situación de Brid Donnelly —ya divorciada de su marido y con este en huida—, no quisieron más relación con ella que la religiosa. Tenían claro que su religión debía hacerles respetar a sus hermanos creyentes, pero… no lo practicaron con Brid y su hijo. Les trataban con un profundo desdén cuando se encontraban con ellos; llegaron hasta la demonización de la familia Donnelly ante terceros, sin más pecado que el de ser despreciados por los Flynn por una animadversión solo justificada ante Alan Donnelly, pero no con su mujer e hijo.
2. Pat y Darren
Pat Flynn era una muchacha pizpireta y lo suficientemente coqueta como para no pasar desapercibida con su rostro encantador y una figura de película. A pesar de ser su primer y único año en el colegio —el de fin de su graduación—, en seguida se encontró inmersa en el grupo de las jóvenes más deseadas por los chicos, especialmente cuando se aproximó el fin de curso. Además, gracias a su simpatía personal, no se le produjeron rechazos entre sus compañeras y competidoras ante aquellos.
Darren Donnelly, en 1954, cuando los Flynn volvieron a Dublín, seguía siendo el hijo único de Brid, su madre; ella ni volvió ni intentó casarse de nuevo a pesar de lograr el divorcio y la nulidad del matrimonio católico. Su hijo estaba muy bien dotado físicamente; su mente estaba muy polarizada en lo concreto, lo exacto, lo cual le hacía ser muy buen alumno en matemáticas y en físicas; era alguien a quien, a simple vista, se le podía calificar de lo que fuera, menos que era bastante tímido y, sí, lo era.
La casualidad hizo que Pat y Darren coincidieran en el mismo colegio. Ante ella, él se mostró muy retraído que se agravaba porque ella era una Flynn, los poderosos antagonistas familiares. Pero: ¡era igual que fuera una Flynn! Darren se decía: «Me he enamorado de ella nada más verla».
Próximo el fin del curso, con esfuerzo, enrojecido y tembloroso, se acercó un día a ella un escalón por detrás mientras bajaban las escaleras desde el primer piso —era donde daban sus clases los alumnos que esperaban su graduación—, casi balbuciendo le dijo unas palabras y ella se volvió del todo y casi se echó a reír, él —todavía sin creerse que ella le estuviera atendiendo— la escuchó decir:
—¿Es que te doy miedo, Darren? Un chico tan guaperas como tú debería arrollar a todas las jovencitas, ja, ja.
Ya en el rellano, siguieron por el pasillo de salida y Darren, ya más entonado, se atrevió:
—Hola Pat —tratando de no parecer tan nervioso la miró fascinado por su belleza y al fin—: Pat, sabes que me gustas; quizás no sepas que además quiero que seamos muy buenos amigos —y se puso a toser con vergüenza— y ella:
—¿Es catarro o solo que te has atragantado?, dime Darren. —Y se volvió otra vez a él con divertida risa—. Te juro que no soy antropófaga. Si te sientes más cómodo, podemos hablar del tiempo. —Y ahora sonrió mirándole a los ojos.
Él seguía conturbado como si fuera un negro acontecimiento en vez de uno gozoso por hablar con ella. Por fin se arrancó:
—Perdona Pat; es que me atraganto con facilidad ante ti. Es porque me gustas, me gustas mucho. Si me atreviera te diría mucho más. Pero viéndote me vuelvo mudo y cegato por tu luminosidad.
—Exagerado y cursi —le contestó ella—. Y ahora, ¿qué quieres? ¿Qué te diga que yo también me deslumbro al verte? —Y soltó una carcajada que no le sentó nada bien a Darren.
Sintió que le había zaherido y se paró. Dejó que ella siguiera sola y él se refugió en uno de los lavabos. Ella tardó algo en percatarse de que había desaparecido, con fuerte voz preguntó:
—Darren, ¿dónde estás? —Ya quedaban muy pocos alumnos en el pasillo de salida. Ella les preguntó si habían visto a Donnelly. Nadie se había apercibido de nada. Se quedó algo mohína; también le gustaba Darren, “un pedazo de mocetón” pero quería hacerse valer ante tan vergonzoso varón, ¡aparte de ser un Donnelly! Suspiró y siguió su trayecto; esperó en las escaleras de salida. Tampoco apareció.
Pat, anduvo despacio hacia su casa, muy próxima al colegio. Recordó que el rectorado había decidido llevar a cabo una experiencia: Imitar a los americanos con la danza del Promenade, la más comúnmente llamada danza de Prom, una danza semiformal (con americana y lazo negro para ellos, y traje de fiesta para ellas) con reunión de estudiantes de la high school secundaria. Al igual que en EE. UU., este acontecimiento se celebraría al final de curso del último año. Se elegiría una reina que podría regular el festival. Sería la primera vez que se haría en Irlanda, o eso creían. Hubo muchas discusiones pues la experiencia americana enseñaba que varios alumnos acababan borrachos. Y, peor, algunas jóvenes perdían su virginidad, y alguna, o más de una, acababa embarazada.
Al final se impuso el Prom como una primera experiencia dublinesa. Estábamos en 1955 y así decidieron practicarlo a pesar de ser un festival muy avanzado para su época y para el común de los irlandeses en aquellos tiempos. La propia segunda guerra mundial —con sus consecuencias— y la gran emigración irlandesa a EE. UU., invitaba a imitar a quienes fueron dueños de la victoria contra los alemanes.
Mientras andaba, Pat pensaba en todo en lo que ambos podían coincidir.
—¿No sería que Darren querría que yo fuera su pareja en el Prom? —se dijo. Le divertía la idea, hasta le diría que sí; eso de ir con alguien a quien se domina debería ser muy divertido. Seguro que él no dejará de ser quien es; así tendría un buen pasatiempo. Además, es uno de los jóvenes con mejor apariencia varonil; viril, muy alto —1,90 m— jugador de rugby de los que arrollan y luego no saben qué hacer con el balón…, su rusticidad resultaba muy graciosa. La gente y sus compañeros se reían de él, pero dándole abrazos para que no se sintiera humillado. Era un notable patoso. Ciertamente, más bien muy patoso, y tenía su fama muy bien adquirida entre las jovencitas. Ante ellas siempre le ocurría algo fuera de lo común; tropezar, caérsele los libros por los suelos…, un saludo ininteligible que ellas repetían guturalmente riéndose…
Pat conocía ese hostigamiento a Darren y también que gozaba del aprecio de sus profesores. Buen alumno, nada conflictivo, soportaba bien las inevitables pullas que su carácter propiciaba en el colegio.
Seguía Pat con sus pensamientos cuando vio en la acera de en frente de su casa a Darren. Estaba vigilante, por el compás de su pecho se apreciaba que había llegado corriendo. La saludó desde allí y atravesó la calzada también corriendo. Y deprisa, casi atragantándose, le dijo:
—Por favor, Pat, por favor, perdona, pero es que me he hecho un lío. Y la cabeza me daba vueltas viéndote a mi lado.
—Parece que has venido corriendo. ¿Es que quieres algo? —Ella, muy regocijada, le dio entrada a Darren.
—Pat…, es que… —dubitativo y casi de corrido le