Darren y Pat. Ángel Morancho Saumench

Darren y Pat - Ángel Morancho Saumench


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y tartamudeante, le contestó:

      —Sí mi tonto, ¿cómo voy a renunciar ante semejante invitación del patoso más grande de nuestro colegio? —se rio. Él ni se lo creía, pero le desconcertó que le llamase “patoso”; apenas supo darle las gracias.

      3. La fiesta Prom

      La fiesta de fin de curso fue meticulosamente organizada; hasta hicieron venir a un profesor de cultura de origen irlandés, Mr. Hayek, académico en la Universidad de Berkeley —la célebre Universidad de California—. El profesor advirtió e insistió en que lo malo de esas fiestas eran los embarazos que se producían y los conflictos que se creaban entre quienes habían sido amigos o amigas y, mucho peor, las peleas que provocaba el alcohol. Por eso recomendó que se prohibiesen vinos, cervezas y licores, y que los profesores de más de mediana edad hicieran de vigilantes. Así se hizo, pero… en cuanto el rector anunció la prohibición, varios jóvenes comenzaron a almacenar licores y cervezas, desafiando así la vigilancia; ¡la picaresca juvenil!

      La experiencia resultó pasable, pese a quienes zigzaguearon entre las mesas y ante quienes los vigilantes tuvieron una manga muy ancha. Ya terminada la Prom —formalmente al menos—, unos se fueron hacia un pub de 24 horas —el único públicamente abierto en el puerto con permiso del Ayuntamiento en el Dublín de aquellos años con escándalo de muchas conciencias estrictas— otros, los menos, hacia sus casas, y Pat y Darren se fueron cogidos de la mano hacia la orilla de las aguas del río Liffey.

      Darren ni se lo creía, ¡él con Pat y cogidos de la mano! Allí se quedaron prendados de aquel paisaje iluminado por una luna llena que parecía compañera en emociones, muy presentes en esos momentos y que hacía que sus gozos se manifestaran en su plenitud. Alegres, vieron caer algunos meteoritos, lo que dio más entusiasmo a esa pareja embebida en la naturaleza y el cielo.

      Pero naturaleza también lo es el contacto humano. El tímido se atrevió a entrelazar a Pat y… con una angustiosa espera, acercó su boca a la suya. ¡Fue el primer beso de ambos!, —algo que él ya nunca olvidará—. Tan sorprendidos estaban de su común atrevimiento que, más que dar marcha atrás, lo que hicieron fue ir hacia adelante. Aquel día, como alguna que otra compañera, Pat dejó de ser virgen.

      Pasó más de un mes cuando Pat, en sus ya frecuentes paseos junto a Darren, le confesó:

      —¡Creo que estoy embarazada! —le dijo asustada. Él se quedó estupefacto y con temblorosa voz le preguntó:

      —¿Estás segura?

      —Segura no. Pero hace quince días que tendría que haber tenido el período. Repasando cuando lo hicimos, ni tú ni yo pensamos en más precaución que la única de la que habíamos oído hablar: echar marcha atrás. Debimos tener en cuenta que yo estaba en el período fértil. Hasta abusamos y nos unimos más veces. ¡Qué plenos instantes, casi rozamos la luna que nos acompañaba…!, pero… ¡qué desgraciado resultado!

      Darren la abrazó muy cariñoso y protector con su corpachón y dijo:

      —Esta es la señal que Dios nos envía para que seamos marido y mujer.

      —¿De verdad lo quieres, Darren, mi tan querido patoso que hasta me ha dejado embarazada?

      —Lo juro por lo más sagrado; siempre recordaré ese día en que tú y yo nos unimos para iniciar un nuevo curso en nuestras vidas, los dos juntos ¡qué delicia!, ¡qué gozo solo en rememorarlo! Esa evocación nos unirá en nuestros peores momentos. —Ambos se besaron con gran deseo y… en esta ocasión… no hicieron falta precauciones.

      Darren cumpliría dieciocho años a fin de año. Ella había cumplido los diecisiete en enero.

      Al cabo de casi dos meses pensaron que era prudente contárselo a sus familias. Entonces fue cuando supieron lo que tal embarazo podía suponerles, especialmente a Darren; desde reformatorio para menores por la minoría de edad ambos, que entonces era hasta los 21 años, a que Darren se responsabilizara de lo sucedido. Él quería esa responsabilidad y la deseaba de mil amores. Se opuso, con la ayuda de la propia Pat, al aborto que la familia Flynn proponía y que ya habían programado hacer en Londres —en Irlanda no solo estaba prohibido, además era delito—. De esta manera lo habían decidido los padres de Pat pese a sus creencias.

      El matrimonio Flynn buscaba toda clase de recursos para que su hija no fuera madre. No encontraban más que una dolorosa respuesta:

      ¡¡¡Demasiado jóvenes para casarse tal cual ellos desean!!! ¡Y menos tener un hijo! ¡¡¡Debe abortar!!! En Londres lo hacen y no preguntan nada.

      Ante la negativa de la pareja, la familia Flynn llegó acremente a un acuerdo con Brid Donnelly. Ellos se abstendrían de interponer una demanda judicial contra Darren por abusar de Pat y, a cambio, Darren debía aceptar su responsabilidad y reconocer la paternidad. Los Flynn se desentendían de su hija y hacían responsable a la familia Donnelly de cualquier perjuicio que pudiese sufrir su hija como consecuencia de un matrimonio que los padres consideraban improcedente. Remarcaban: «¡todo es debido a un acto bochornoso especialmente forzado por Darren, incluso contra su religión!». No dejaban de acusar a Darren de que fue él quien indujo a Pat a tan desafortunado acto.

      En el trasfondo… sucedía que la familia Flynn además también tenía una economía casi tan menesterosa como la de los Donnelly. Naturalmente ello se reflejaría en las posibles ayudas a los jóvenes Darren y Pat; estos ni habían trabajado ni sabían si podrían encontrar algo en lo que pudiesen hacerlo. Así, los Flynn se despreocuparon de su hija, y no quisieron saber nada más de ella ¡Era triste y lo hacían con pesar, pero no podían olvidar que Pat tenía tres hermanos menores a los que también tenían que atender!

      Darren habló con su mejor y más íntimo amigo, Ricky, quien ya había resuelto su vida entrando en Scotland Yard. Hijo de padres ingleses, nació en Irlanda por destino de su padre, pero con nacionalidad británica; más tarde su familia retornó a Inglaterra. Él le aconsejó que reconociera al hijo pero que no se casara. Después de una larga conversación, Ricky se avino a ser el padrino de la boda llevando a la novia al altar. La familia Flynn no acudió ni colaboró de ninguna forma.

      Se casaron en seguida en un acto muy modesto. Una boda alegre, pese a los escasos asistentes y un aperitivo muy vulgar.

      La vida no fue nada fácil para la pareja, incluida la madre de Darren y suegra de Pat, Brid; esta ya tenía que hacer alardes para mantener la casa y alimentarse con solo su hijo. La perspectiva de hacerlo además con Pat y el futuro bebé la preocupaba. Le dijo a su hijo:

      —Vivís en mi casa… pero nuestra situación económica es angustiosa, hijo.

      Mientras, la devoción entre Pat y Darren se incrementaba sin disminuir un ápice. Para ella, él se convirtió en su héroe. Él hizo lo posible y lo imposible por trabajar, como era corpulento se colocó de descargador en los muelles —no sindicado, lo que le añadía algún encontronazo que otro con el sindicato de estibadores— y hasta de ayudante de barrendero. No dejaba escapar cualquier opción que se le presentase para ganarse unas pocas libras. Lo descorazonador es que eran contratos precarios, por cortos períodos y nada bien pagados, nada que supusiera una cierta estabilidad para ver el futuro con mejores ojos.

      A los siete meses de su boda, en un mes de marzo nació una niña, la hermosa Erin con sus casi cuatro kilos. Pat aprendió lo que era un parto doloroso. Pero, como casi siempre suele suceder, acabó en una gran alegría. Pat estaba tan entusiasmada con Erin que ni se enteraba de las carencias familiares. Pero Darren y su madre eran conscientes de que era necesario ingresar más dinero para sobrevivir con dignidad.

      Pasado el tiempo, Brid apreció que las rentas de las pólizas y obligaciones heredadas de sus padres, se iban mermando con la inflación monetaria que les abocaría a una situación económica de gran pobreza que no parecía tener remedio; las guerrillas en el norte de Irlanda empeoraban muchísimo las posibilidades de supervivencia ya difíciles; todavía se recordaban los negativos efectos de la neutralidad irlandesa en la Segunda Guerra Mundial,


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