Darren y Pat. Ángel Morancho Saumench
del año pasado, ya lo tenía previsto y hecho; se rio y besó a Pat mientras que ella refunfuñó. Entonces Darren no pudo más:
—¿Qué te sucede Pat? Porque tú eres Pat, ¿no? Llevo tiempo viéndote extraña, ¿es que no me quieres o nos quieres abandonar al estilo hippie? Sí, ese que sigues con tan esmerado interés.
—Ha vuelto a aparecer el odioso Darren, el patoso, y hoy no me hace ninguna gracia —se defendió una peleona y suspicaz Pat.
—Bueno Pat, este odioso patoso ha programado el alquiler hasta el domingo día 6 de septiembre. Son cinco semanas de asueto más dos días; una semana para descansar del festival. Estaréis allí nada menos que con Joan Baez, Jimi Hendrix, The Doors, Donovan, Sly Stone, John Sebastian… Por eso he tenido que hacer las horas extraordinarias que, al parecer, tanto te han molestado que las haya hecho. ¿Cómo crees que nos podemos permitir estas vacaciones tan largas?
—¿Crees que no lo sé? ¿Debemos darte las gracias? Y no me tengas por una ignorante sobre el festival cuando tú mismo percibes mi interés. Ya me lo has recordado. Y tus horas extra no son lo único que me molesta. En la cama te has olvidado de mí, —lo cual era incierto; solo había bajado un poco su ritmo habitual—.Darren no contestó y siguió con su previsión sobre las vacaciones.
—Intentaré acompañaros, pero lo más probable es que los días del festival no pueda estar con vosotros. El tráfico que se prevé será agobiante hasta el sábado 29 de agosto o el domingo 30, si es que se puede llegar. Insisto en esto pues parece que no te has enterado. Pensé que lo mejor, ya que yo no puedo —remarcó— es prorrogar vuestra estancia en Cowes hasta el final de la primera semana de septiembre. La ciudad de Afton Down está a veinticuatro kilómetros de Cowes. Tiene muchos atractivos y mucha historia además de sus impresionantes acantilados; podréis hacer pequeñas excursiones si en algún momento queréis descansar de ese festival.
—Parece que estás senil; no sigues el mundo real. ¡Decir que nos cansaremos! ¡Qué estupidez! ¿Quién crees que somos nosotras? —contestó Pat ásperamente.
Darren hizo un amago de irse, pero se detuvo y ya de pie dijo:
—Ya veo que tu humor es el de un perro defendiéndose, ladrando, quizá hasta rabioso. Y vosotros sois mi familia. —Se quedó pensativo—. Sois lo más importante para mí; aunque quizá yo no lo sea para vosotras. —Ya de espaldas terminó—: Pregunto: ¿Estaréis a gusto allí? O, ¿necesitáis que el patoso Donnelly os deje a solas? —Ella se quedó silenciosa. Darren se fue a la puerta y salió hacia la calle para irse al trabajo. Pat comprendió que se había pasado; su tono y sus palabras fácilmente se podrían interpretar como fruto de un profundo resentimiento. Así lo era, pero tenía que disimularlo. A última hora ya Darren en el rellano del ascensor, ella salió y, desde la puerta, le dijo:
—Es fantástico, querido, solo nos faltarás tú. —Él, naturalmente, no la creyó, sonaba falso desde la primera a la última palabra; pensó que la mente de Pat era un puro hervor sin saberse qué es lo que se la hervía.
6. El viaje, 1 de agosto
Ya en el año 1968, tras el gran estampido del mayo parisino, la onda hippie había llegado a la isla de Wight y otros lugares. La vida de sus miembros con su desafío social, su desaliño con sus largos pelos, sus vestimentas muy floridas con sus túnicas, con frecuencia hasta los pies, minifaldas, pantalones vaqueros y sus apariencias de felicidad, era muy sugestiva. Así lo pensaba Pat, pero no lo decía.
El 1 de agosto de 1970, los Donnelly iniciaron sus vacaciones anuales. Siempre iban en su coche, que era de gran tamaño. Costó acarrearlo. En su interior iban los seis miembros de la familia entre multitud de bolsas. El calor era asfixiante; todos se quejaron y creó un incómodo ambiente poco agradable. Ya en marcha Erin recordó a su padre:
—Padre, el año pasado, en 1969, no pudimos asistir al festival de la isla Wight de corte hippie. Se realizó en Newport, en el Seaclose Park, a final de agosto y primero de septiembre, justo cuando era necesario tu regreso al trabajo. Fue una gran desilusión para mamá y… también para mí.
Darren siguió conduciendo muy callado y absorto. Sabía que parte del viaje, necesariamente, lo tenían que hacer en un ferri para poder llegar a la isla y había que llegar pronto pues los horarios son estrictos y las colas que se forman son impresionantes. Estaba deseando llegar para bajarse del coche y huir de su familia…
Erin comentó en el coche:
—Padre, vamos a unos modestos apartamentos patrocinados por los anglicanos, metodistas y católicos, quienes meten demasiado las narices en nuestros comportamientos. Son unos bungalós decentes y económicos. Pero ¿no crees que es hora de que cambiemos a alguno de los chalés? Los hay muy sugestivos, como tiene la familia de Conan, mi amigo de siempre; parecemos unos pobretones.
—Sí hija, somos unos pobretones —intervino Pat—, vuestro padre no ha sabido ganar más dinero. Nunca ha aspirado a ser millonario, pero lo que no pensé jamás es que para él fuera suficiente con lo que tenemos. —Desdeñosa se rio.
Esta vez sí que Darren contestó:
—Lo siento hija, lo siento Pat. Os suplico que recordéis que, según me define vuestra madre, soy un patoso culpable de nuestra economía. Hija, tu comentario refleja la realidad; por suerte sabemos quiénes somos y no nos confundimos con otros con mayor poder adquisitivo; nosotros no gastamos más de lo que podemos para igualarnos con otros con mejor nivel de vida. Os pregunto a las dos: Ya que no soy un padre millonario que no pasa de la clase media, ¿no será mejor que me abandonéis tal cual se hace con los despojos tirándolos a la basura? Por cierto, Erin, recuerdo que hace pocos años estabas encantada, según me dijiste, con lo que se consiguió cuando a tu padre le hicieron jefe auxiliar.
—Ya sé que mi padre es un esclavo de los capitalistas y que jamás querrá cambiar de bando. Pues yo sí, padre; en el fondo te odio. Soy fruto de una casualidad. No tendrías que haberte aprovechado de mamá.
—¿Debo hablar? —dijo un entristecido Darren—, ¿ir a un chalé? ¿No es eso capitalista…?, o… mejor me callo. Pero antes: ¿debo sumergirme ya en la basura?
—Mejor te callas de verdad; conozco todos tus argumentos padre —comentó con sarcasmo Erin.
Pat, bastante disgustada e incitada por el tenso ambiente, por primera vez en su matrimonio, increpó a su marido con firmeza y dureza en su tono. Empezó criticando lo sucedido el año pasado y siguió:
—Tenías que haber previsto aquel fin de mes, así podríamos haber visto a tres componentes de los Beattles, uno de los Rolling Stones, y ¡sobre todo a Bob Dylan, con el acompañamiento de grandes figuras como Elton John o Jane Fonda! Lo cual ya no podremos disfrutar en toda nuestra vida. Y tú hiciste honor al término patoso no haciendo nada.
Él se quedó impresionado. Ella jamás le había comentado que tuviese tanta afición a esos mediáticos ídolos, y menos al mundo hippie. Él solo había pensado que, para ella, no eran más que una interesante distracción. Más le sorprendió que emplease tan subida entonación con una voz tan recriminatoria.
—Parece que quisieras que no nos divirtamos en ese nuevo mundo —remató ella en igual tono—. Te estás convirtiendo en un apolillado trabajador defensor del capitalismo que nos ahoga, como dice nuestra tan avispada hija. Tendrías que recordar que, porque tú me embarazaste, yo no he tenido juventud y no pude ni perseguir ni conseguir alguno de mis sueños de cuando tenía diecisiete años. Por tu culpa, eras un macho recalentado.
—¿De verdad lo dices, Pat? ¡Tendré que parar, necesito vomitar! —respondió Darren.
—¡Pues hazlo, padre, pero tiene mérito lo dicho por mamá; y si tu vomitera te la ha provocado ella será fenomenal en nuestra historia familiar! ¡Muy bien dicho mamá! —aplaudió como testigo del rapapolvo a su padre—. Ya habéis visto lo felices que se ven a esos numerosos grupos de hippies que hemos visto en la ciudad, en el ferri, en la carretera…, aquí, sin embargo, todos estamos enfadados.
Darren