Darren y Pat. Ángel Morancho Saumench
Darren, pero se nota que estás anclado en el pasado. —Iba a seguir pero se contuvo en seguida; la figura de su marido sentado en el banco tan serio y pensativo no era nada habitual. Se percató de que la estupefacción y la desolación reflejada en los ojos de su marido era muy superior a lo que ella hubiese podido desear tras el diálogo que habían mantenido ayer y hoy. Estaba enfadada pero no era solución martirizarle. Contemporizando le preguntó si se había sentido molesto; le dijo—: Me callo y te pido excusas por si te has sentido enojado por algo. —Darren apagó su cigarrillo y se dirigió al coche; ya al volante, perdonó, pero no olvidó y contestó ya harto:
—¿Molesto? ¿Molesto yo? No hay ni una frase amable que me hayáis dedicado tu hija o tú en este viaje. Estoy pensando que mejor regresamos el 31 en vez del día 6 de septiembre; así disminuirá vuestro tiempo de sentiros unas pobretonas. Y Pat, me desconciertas: ¿Tengo que pensar que casarte conmigo no fue un sueño… ¡que solo fue un remedio!?
—Eres un memo padre. —Interrumpió Erin en mal momento—. En Bath también somos pobretones. Solo se cambia vacaciones por trabajo o colegio, que es otra forma de trabajo. Y me estás dando la razón de que fui una indeseada.
—Hija, espero que algún día me pidas perdón por maltratarme tanto como haces con tu viperina lengua y… deja hablar a tu madre.
—Mejor te callas otra vez —persistió Erin— ya te recordé que conozco todos tus argumentos padre —comentó irónica Erin—. Pat se quedó silenciosa pensando: No lo fue, pero pudo serlo.
Divisaron el bungaló, desde lejos ya se apreciaba que era mejor que el del año anterior. Estaba lindando con los chalés y cerca del río. A unos trescientos metros de su destino Erin exclamó:
—¿Ves padre? ¡Deberíamos ir a este chalé que está tan cerca de nuestro bungaló! —Taciturnos llegaron a su destino.
Cuando ya habían descargado el equipaje y colocado en su lugar lo más perentorio, Darren se fue paseando y alejándose de su familia. Estaba muy preocupado, nadie se dio cuenta de su ausencia. Realmente estaba muy cansado y harto. Tanto trabajo con tantas horas extra para conseguir unas libras suficientes para mejorar las vacacione familiares y… no ha conseguido más que recibir palos dialécticos de su hija; los de Pat parecían ser menos agresivos, pero, siendo ella su mujer, ¡le daba más importancia a su contenido! Su cerebro le decía que el porvenir familiar se estaba descomponiendo sin adivinar el porqué; su corazón no se lo quería creer.
Apenas había andado unos doscientos metros cuando desde la megafonía de la conserjería de la urbanización le comunicaron que acudiera a una cabina telefónica; tenía una llamada urgente.
¡Inoportuna llamada: Darren debía volver inmediatamente al trabajo! Un gran temporal en Bath había dejado sin luz a una parte de la población… A Darren, enfadado y compungido por tan mala suerte, se le unía su idea de que Pat era una desconocida. No era la de siempre… y su evolución no iba a mejor, sino todo lo contrario. Él lo percibía con desasosiego.
La encontró sola sentada en un banco de la calle paralelo al bungaló; Pat recibió la noticia con enojo.
—¡Maldito seas! Siempre el trabajo y la universidad antes que nosotros —se quejó una vehemente Pat—. Esperaba este fin de semana para rehacer nuestra relación y hacer el amor contigo, que parece que te has olvidado de que yo también lo necesito y… ¡te escapas! —Él, irónicamente dijo— Gracias por tú estímulo Pat.
Cuando Erin se enteró se rio y dijo:
—No te preocupes padre; sin ti estaremos mejor. No es agradable estar al lado de un esclavo. —Darren prefirió seguir mudo, recogió un maletín con lo más elemental para el aseo y mudas, se subió al coche y se marchó diciendo un adiós que no fue correspondido más que por Erin con un beligerante—: Padre, ¡que te zurzan!
Casi ya no se veía el coche cuando Pat le dijo a Erin:
—No te pases hija.
—¿Por qué no, mamá? Al fin y al cabo, él es el responsable de tus males y de mi nacimiento tras violarte —dijo furiosa Erin.
Pat le dio una bofetada y le dijo:
—No se te ocurra volver a decir semejante barbaridad. Naciste porque lo quisimos los dos. Cansas hija reiterando una falsedad.
Pat se levantó para comprobar que en el bungaló funcionaba todo; agua, electricidad, agua caliente… Después se volvió a sentar en el mismo banco; quería descansar. Erin se apuntó y se sentó al lado de su madre, tras la bofetada ahora quiso mimarla. A poco de estar juntas, Erin le dijo:
—Mamá, después de tanto tiempo estando tan apretujados en el coche durante el viaje, creo que ahora deberíamos pasear.
—¿Por qué no vamos a ver ese chalé que parece tan formidable?
—Me parece bien, seamos curiosas. Vamos hija.
Se levantaron y se fueron andando hacia ese chalé. Ya a corta distancia, a través de una puerta enrejada de forja, vieron a un joven con pantalones cortos deportivos; y torso desnudo. Se apreciaba que era un muchacho muy joven y muy atractivo, alto y escultural, de cabello rubio, rizado y aire apolíneo… Estaba haciendo gimnasia. Destacaba su atlético cuerpo y su aire conquistador. «Debe ser un ligón» pensó Pat.
El muchacho percibió que lo estaban observando. Dejó sus ejercicios y se acercó a la puerta. Como ellas ya estaban muy próximas les preguntó:
—¿Desean ustedes algo?
—No. Solo estábamos contemplando esta fascinante vivienda. No parece que sea un chalé veraniego —contestó Pat.
—Acierta señora. Es de mi tío Pól Kelly, que es socio del Royal Yatch Squadron Club. Aunque pasa muchas temporadas alejado, viaja mucho. Ahora, por ejemplo, yo estoy solo. Si les gusta, como han dicho, ¿quieren ver el jardín?
—Sí, si no le importa —dijo Pat mientras seguía admirando al joven.
—Al contrario, señora, me encanta enseñarlo a las escasas personas que nos visitan. No hacemos mucha vida social y, generalmente, en verano es cuando menos se habita. Este año ha cambiado pues mi tío se ha hecho cargo del contrato de los equipamientos de esta urbanización y a mí me ha asignado dar clases de tenis en las nuevas pistas para que trabaje algo. Me tiene por un vago, ja, ja, ja. Al lado de las pistas y de la piscina hay tres roulotte, una de ellas es también propiedad de mi tío; es un magnate. —¿No participa en las regatas de este mes? —curioseó Pat. —Este año ha renunciado. Quiere hacerme regatista para ayudarle a él, pero, de momento, no me ilusiona mucho. Soy huérfano, mis padres murieron en un accidente hace unos años por eso él es mi tutor, y se lo tomó muy en serio, ja, ja, ja, —volvió a reírse. Pat y Erin se dieron cuenta de que el chaval era muy alegre, con labios muy sonriente y propenso a la risa.
Entraron con él y fueron merodeando por un jardín bien cuidado, un pequeño quiosco entoldado con muebles al lado de una piscina de unos quince metros. Un sofá-columpio, un par de tumbonas y varias sillas de jardín.
—Ahí es donde nos juntamos cuando nos bañamos o simplemente nuestro lugar de reunión en un atardecer, por ejemplo —comentó el joven.
—Gracias por mostrárnoslo. Por cierto, ¿cómo se llama usted? —preguntó Pat mientras Erin estaba tan admirada que soltó un entusiástico «¡es formidable!».
—Me llamo Ryan.
—Y, ¿no se aburre usted aquí sin vida social y solo en esta casa por magnífica que sean sus dos plantas?
—¡Oh, no! Tengo mis compañeros en pista, y la enseñanza como profesor de tenis me entretiene mucho —respondió Ryan y preguntó—: Y, ¿cuáles son sus nombres?
—Mi madre se llama Pat y yo Erin; mi padre es Darren Donnelly. Ocupamos el bungaló casi vecino de usted.
—¿Y dónde está su padre ahora? ¿Es que no ha querido acompañarlas? —preguntó Ryan.
—¡Oh