El garrochista. Sebastián Bermúdez Zamudio
por petición de este. El jerezano que quería comprarme a Zerrojo se disculpó alegando una mala mañana, nos estrechó la mano y felicitó de manera educada, luego acarició a Zerrojo disculpándose.
—Perdona mi insolencia amigo, no ha sido digno mi comportamiento con tan buen caballo.
—No, si la patada lo ha dejado nuevo, al final va a ser que habla con los caballos —dijo la misma voz que esa mañana provocó las risas.
Todos volvieron a carcajear, incluido Mendoza, el jerezano que perdió el lanceo y los papeles, eso nos animó para iniciar, a trote tranquilo, el camino en busca del destino que se hallaba en los llanos de Consolación. Nos dirigiríamos hasta Utrera bordeando El Coronil, que dejaríamos a la izquierda para no atravesar ni levantar suspicacias entre las poblaciones de la campiña sevillana, dejando a la derecha Morón primero y el Arahal posteriormente.
Cuando comenzó la marcha se nos acercó Chacón, el del grito de “España Jerez”, con cara de preocupación.
—Señor —se dirigió a San Martín—, ¿sabe dónde se encuentra Pablo?
—No lo sé Chacón, pero me da que pronto lo sabremos.
La misteriosa respuesta me dejó confuso, al igual que al bueno de Chacón que dio media vuelta con su yegua para volver a incorporarse a la fila de lanceros.
—Hay algo que sabes y que los demás no tenemos ni idea. Supongo que en eso consiste ascender en el grado militar, en estar al tanto o percibir al instante lo que otro no puede captar con esa facilidad. ¿Es eso José?
—Llevamos semanas de guerra, son demasiados los sucesos que rodean a un ejército con gran cantidad de efectivos, hechos difíciles de percibir pero que te curten como militar. Somos alrededor de noventa los que cabalgamos juntos, aquí es más fácil dar un cuarto al pregonero para descubrir algo. Aun siendo joven, soy perro viejo Paco, puede que me equivoque pero… pronto sabremos dónde está Pablo.
No comprendía las razones de ese conocimiento del que presumía José de San Martín, sin embargo, tampoco conocía ningún motivo para dudar de su capacidad como mando. Confié en su deducción y continué camino a su lado sin preguntar nada sobre la cuestión en sí. Derivamos la conversación a lo que podría ser un enfrentamiento contra las tropas napoleónicas, un ejército al que en Europa se le conocía como invencible, hasta el momento nadie había logrado derrotarlo. Zerrojo miraba en dirección al Castillo de las Aguzaderas, buscando con la mirada otro jabalí para seguir jugando a perseguirlo, o tal vez desconfiado de las sombras que en la noche anterior me visitaron. Sigo pensando en ello, no comenté con José lo que me sucedió, quise guardarlo para mí. Extraje de mi bolsillo el pañuelo rojo acercándolo con parsimoniosa lentitud para aspirar su aroma, un dulce olor penetrante subió por los orificios de la nariz hasta llegar a mi cabeza, golpeando con fuerza mis sentidos. Al cerrar los ojos por la turbadora experiencia, la silueta de la mujer mirando con sus penetrantes ojos me apareció nuevamente.
Aun hoy, mientras escribo sentado en mi cómoda mecedora frente al pacífico, en mi humilde casa de Talcahuano, sigo acercándome el pañuelo para aspirar su aroma, vuelvo a cerrar los ojos y la mujer sigue mirándome con la misma fuerza que entonces. Son ya muchos los años que el olor de este pañuelo rojo me acompaña, muchas aventuras desde que lo encontré atado a mi garrocha en el Castillo de las Aguzaderas.
Конец ознакомительного фрагмента.
Текст предоставлен ООО «ЛитРес».
Прочитайте эту книгу целиком, купив полную легальную версию на ЛитРес.
Безопасно оплатить книгу можно банковской картой Visa, MasterCard, Maestro, со счета мобильного телефона, с платежного терминала, в салоне МТС или Связной, через PayPal, WebMoney, Яндекс.Деньги, QIWI Кошелек, бонусными картами или другим удобным Вам способом.