La música de acá. Alfredo Sánchez Gutiérrez
de la ciudad.
La nomenclatura de las calles se fue transformando: desaparecieron nombres como Munguía, Bosque, Avenida del Sur, Lafayette, Santa Eduwiges, Monte Casino, Costa Rica. Fueron sustituidos los comercios locales como Maxi, Hemuda, Blanco o Novedades Bertha por otros traídos de fuera: Gigante, Aurrerá, Soriana, Walmart, Comercial Mexicana. Las Fábricas de Francia, aunque conservan su nombre, ahora son propiedad de la empresa foránea Liverpool, y otros almacenes como Franco y Roberto Orozco hace rato dijeron adiós. La ciudad se fue extendiendo horizontalmente y muchos han dejado el centro y las colonias residenciales para refugiarse en cotos de la periferia. Han proliferado en los últimos tiempos las altas edificaciones que anuncian nuestro imparable “crecimiento vertical”. La población aumentó y lo sigue haciendo: muy lejos está aquel año 1964 cuando Guadalajara festinaba la llegada del “habitante un millón”.2
Desaparecieron viejos medios de transporte: camiones azules, rojos o amarillos que indicaban las rutas Centro-Colonias, Oblatos, Analco-Moderna, Circunvalación, y fueron sustituidos por otros que, sin embargo, están muy lejos de satisfacer adecuadamente las necesidades de movilidad de los tapatíos. Han cambiado los signos políticos que gobiernan: luego de muchos años de monopolio priísta la ciudad fue gobernada por el PAN, luego otra vez por el PRI y después por un nuevo partido, Movimiento Ciudadano. Zapopan, Tlaquepaque y Tonalá dejaron de estar lejos para integrarse a una cada vez más conflictiva “zona metropolitana”. La inseguridad y la contaminación se han apoderado, incontenibles, del entorno urbano.
Han desaparecido foros y lugares de esparcimiento y se han inaugurado recintos nuevos, aunque algunos, como los teatros Degollado o Experimental, siguen vigentes. Los casinos y lugares de apuestas, antes proscritos, ahora abundan en todos los rumbos de la capital jalisciense. El Parque de la Revolución ahora es llamado por los jóvenes “Parque Rojo” y sus transformaciones incluyen una estación del tren ligero en su subsuelo. Hace tiempo desapareció la empresa que fue estandarte de la industria tapatía: Calzado Canadá.
El tequila y el mezcal gozan hoy de un auge que no tuvieron en épocas pasadas. Algunas cantinas legendarias, como el Bar Cué, fueron demolidas y otras han desaparecido. Se fueron las viejas tiendas de discos e instrumentos musicales: Wagner, Lemus, Musics, Polifonía, La Manzana Verde, y en su lugar llegaron Mister CD y Mix Up, aunque hoy han transformado sus giros para adaptarse a la modernidad y a una vida en la que los discos han perdido su vigencia. Aquellas estaciones de radio con las que muchos nos educamos en la llamada “música moderna” –Canal 58, Radio Internacional, Stereo Soul y otras más– desaparecieron o transformaron sus perfiles radicalmente. Desapareció el Canal 6, símbolo de una añeja televisión local que no pudo sobrevivir ante la fuerza de las cadenas nacionales. El Pullman, aquel ferrocarril en el que muchos viajamos con frecuencia a la Ciudad de México, fue cancelado sin remedio, como también todas las opciones de vías férreas para pasajeros.
Se han consolidado la Feria Internacional del Libro y el Festival de Cine de Guadalajara, ambas empresas ideadas por el poderoso exrector de la Universidad de Guadalajara, Raúl Padilla. La escultura urbana que sería nuestro saludo al nuevo milenio –“los Arcos del Milenio” – nunca se pudo terminar y sigue ahí, como símbolo de una modernidad inconclusa. Han brotado muchas plazas comerciales en diversos rumbos de Zapopan y Guadalajara, que responden al actual modelo aspiracional de consumo de los tapatíos. Y la zona metropolitana se sigue inundando en cada temporal de lluvias.
En lo estrictamente musical hay cosas que decir, sitios que añorar, lugares que fueron importantes y que, como en algunas entrevistas del libro se destaca, desaparecieron por diversas razones.
La Sala Juárez, emblemática para la difusión de la música de cámara, fue abusivamente demolida junto con su aledaño edificio universitario. Instituciones donde había música y conciertos, como el Instituto Goethe, la Alianza Francesa, el Instituto México-Americano o el Anglo Mexicano han desaparecido o disminuido notablemente su actividad en esa área. El centro cultural La Puerta, librería y café con un foro por el que pasaron muchísimos artistas locales, nacionales e internacionales, tuvo que cerrar luego de una fructífera vida en la década de los ochenta, y ha quedado como un apreciable símbolo de aquellos años. Lo mismo que el Roxy, que en los noventa fue sitio emblemático del rock nacional. La Peña Cuicacalli, que inició a mediados de los setenta para difundir la música latinoamericana, durante su larga vida de treinta años se fue abriendo a diversas expresiones musicales. Otros foros emparentados con este último pero de vida más breve: La Peñita y El Despeñadero; ¡Lucifer Proyecta!, que recibía cada semana a grupos de rock de distintos rumbos del país; el Rojo Café que, agobiado por la burocracia municipal cerró sus puertas luego de poco más de diez años de vida; y aunque era más bien un restaurante, el Copenhagen 77 –y su hermano menor Arturo’s Copenhagen– que se significaron durante muchos años como espacios únicos para la ejecución del jazz, como se constata en uno de los textos de este libro. Y otros, modestos pero importantes para la vida de la ciudad: El Kiosko, el Teep, la Sala Chopin, el foro Jim Morrison, el bar Revolución, el Starwood, El Bodegón, la Legión Americana y muchos más.
También vale la pena decir que la música popular, en especial el rock, se solía interpretar en foros como el Auditorio del Estado –que más tarde fue renombrado “Benito Juárez”–, la ya desaparecida pista de hielo de avenida México, La Gran Fonda de Ávila Camacho y varios de los llamados “casinos”: el Agua Azul, el Real de Minas, el Arlequín, el Francés, el Español, el Talpita, el Modelo.
También es justo mencionar que la noción de “lo tapatío” se ha modificado con el paso de los años. De ser una sociedad más bien cerrada y celosa de su regionalismo –recuerdo épocas en las que se miraba con recelo a los “fuereños” que llegaban– la de Guadalajara se ha visto forzada a recibir, a veces a regañadientes, a gente de todas partes que ha hecho aportaciones culturales y sociales importantes. Como ejemplo de ello sería posible citar la llegada desde finales de los sesenta de jóvenes del norte del país –y a veces de algunos estados del centro– que venían a estudiar en las instituciones de educación superior de las que carecían en sus estados de origen. La Universidad de Guadalajara, el iteso o la Autónoma de Guadalajara recibían a muchos estudiantes de Tamaulipas, Chihuahua, Sonora, Sinaloa y Coahuila, quienes muchas veces, luego de terminar sus estudios, se quedaban a trabajar en Guadalajara y fueron dejando su huella en la ciudad: costumbres, modos de hablar, preferencias alimentarias, músicas favoritas que han contribuido, creo yo, a transformar esa noción de lo tapatío.
Otros fenómenos también han estimulado las transformaciones culturales de la región, como el terremoto de 1985 en la Ciudad de México, que provocó un éxodo de muchos capitalinos quienes, huyendo de su maltratada ciudad, llegaron a Guadalajara y se establecieron definitivamente acá.
Y, por supuesto, hay muchos otros fenómenos tanto económicos como sociales que han contribuido a esa transformación y que serían más bien tema de estudios económicos, sociológicos o antropológicos: el auge del narcotráfico, las boyantes industrias de la construcción y de la electrónica, las segmentaciones sociales a causa de la desigualdad y la falta de oportunidades, el aumento de opciones educativas (si bien muchas ubicadas en lo que se conoce coloquialmente como “universidades patito”) y otros más.
Quisiera pensar que a lo largo de los textos que conforman este libro es posible darse cuenta de algunos de los cambios que han transformado a Guadalajara, no nada más en lo estrictamente musical sino en otros ámbitos relativos a la convivencia social, al desarrollo económico y cultural. Hay en las palabras de varios entrevistados recuerdos nostálgicos que nos hablan de una Guadalajara donde abundaban las flores y no existían las multitudes que la pueblan hoy. Algunos se expresan con añoranza y otros con un poco de enojo. Hay quienes suenan agradecidos por la ciudad donde se desarrollaron musicalmente y también hay quienes manifiestan cierta frustración por no haber sido suficientemente reconocidos. Varios de los músicos entrevistados tuvieron que dedicarse a otros oficios complementarios –a veces por vocación, otras por necesidad– o se vieron obligados a ejercer en géneros musicales que no eran de su completo agrado. En algunas charlas se trasluce el descontento por la precaria situación económica que suelen padecer, sobre todo en los años recientes, quienes han optado por la música como profesión. También hay quienes han