La música de acá. Alfredo Sánchez Gutiérrez
Ella no estaba de acuerdo y se apoyaba en Mario Lavista, el destacado compositor mexicano a quien ella admiraba mucho. Lavista escribía textos donde protestaba contra la vulgarización operística de los llamados “3 Tenores”, se quejaba de que Guadalupe Pineda y otras cantantes populares grabaran piezas clásicas sin ser verdaderas cantantes del género. Ella creía, como Lavista y a riesgo de ser calificada de anticuada, que cada cosa debía estar en su lugar.
Y también alzó la voz para defender la dignidad de los músicos de la Orquesta Filarmónica de Jalisco (OFJ). Lo hizo en 2015 al recibir del Seminario de Cultura Mexicana la medalla Alfredo R. Placencia, por sus méritos como maestra y promotora musical. En esa ocasión su discurso fue interrumpido por los aplausos de quienes la escucharon decir: “Los músicos de la orquesta merecen ser tratados con dignidad, no son cosas, ellos animaron durante decenios el panorama musical de la ciudad, ellos sostuvieron la programación de la orquesta, ellos han sido el alma musical de Guadalajara y ahora se les pretende echar de una forma indigna”. Las palabras de Carmen aludían al conflicto en la ofj, donde su director Marco Parisotto emprendió una renovación y decidió prescindir, con criterios discutibles, de muchos músicos de la orquesta.
Y es que doña Carmen conocía muy bien ese terreno: además de haber actuado numerosas veces como solista de la Sinfónica de Guadalajara –como se llamaba antes– bajo la dirección de Helmuth Goldman, Luis Jiménez Caballero, Keneth Klein o José Guadalupe Flores, fue gerente de la propia orquesta entre 1983 y 1986. También creó la orquesta de cámara Consorcio Musical Guadalajara donde participaban muchos músicos de la ciudad con quienes tuvo una relación de mucha cercanía.
“Todos los de la orquesta fueron compañeros conmigo, ayudaban, eran generosos, buena onda, buena vibra, te seguían. A muchos de la orquesta los recuerdo por sus sobrenombres: el Veneno, la Pantera...”.
Cuando se acercaba el final de la entrevista, Eduardo, el hijo de la maestra que había sido testigo de la charla, preguntó: “¿Abrimos un vinito para brindar?” Y Carmen lo animó de inmediato. Brindamos y seguimos platicando de asuntos varios bajo la mirada de uno de sus tres gatos: Mati, cuya longevidad de veinte años nos asombraba. Platicamos de que sus dos hijos varones y dos de sus nietos ahora vivían con ella. Me decía que todavía se da sus tiempos para tocar un poquito el piano, aunque durante todo ese año casi no lo hizo por cuestiones de salud, tuvo una contractura que, sumada a sus problemas de columna y de osteoporosis, la hizo padecer mucho. “Pero ya me alivié... dentro de lo que cabe”, me decía con resignación. Y como queriendo que la charla ya dejara de centrarse en ella, reviraba: “Ahora cuéntame tú de tu vida privada, ha de ser interesante... digo, para saber con quién estoy hablando”, me decía con picardía.
La maestra Peredo murió poco más de un año después de la charla que tuvimos. Su hijo Juan Carlos me había llamado en julio de 2017 para contarme que su madre se había puesto mal en varias ocasiones: idas y venidas al hospital pero siempre con pronósticos más o menos alentadores. Sin embargo el domingo 13 de agosto, como a las 10 y media de la noche, llegó el desenlace. “Se fue apagando poco a poco”, me dijo su hijo. Algunos meses antes había muerto Mati, el gato longevo. Finalmente doña Carmen fue a alcanzar a Ernesto.
4 Pocos días antes de la muerte de doña Carmen los libros de Ernesto Flores fueron donados a la Biblioteca Pública Juan José Arreola de la Universidad de Guadalajara.
3 Una versión radiofónica de este texto ganó el Premio Jalisco de Periodismo 2017.
Leonor Montijo
Una vida para el piano
A mí, el que me aguanta, me aguanta.
Leonor Montijo Beraud, pianista y maestra, repela cuando ve a Jorge Bidault, mi camarógrafo, bajar su equipo del auto. ¿Qué es eso?, pregunta y luego afirma su negativa: yo no quiero fotos, ya estoy vieja y no me gustan. No son fotos, maestra, es video. ¡Peor!, no, eso no lo quiero.
Cuando le llamé para acordar la cita no le dije lo de la cámara. Mea culpa. Estaba claro que nos esperaba aquel 22 de junio de 2016: antes de que timbráramos ya había escuchado el sonido del auto y abrió la puerta de su casa, ubicada ¡en la calle Beethoven!, en La Estancia. Estaba arreglada y perfumada, en excelentes condiciones físicas. Tuvimos que hacer una leve labor de convencimiento para que admitiera la cámara. En el fondo sentí que sí quería, que el rechazo era algo instintivo de quien se siente un poco inseguro con su imagen.
Un par de veces nos dijo su edad en voz baja, como si estuviera cometiendo una indiscreción consigo misma –tengo 86, decía susurrando. Pues no se le notan, maestra. Cómo no, si ya estoy grande. ¡Qué va! ya quisieran otros estar como usted... y así durante un ratito.
Lo cierto es que Leonor Montijo, sonorense nacida en Hermosillo, tenía aquella tarde un aspecto envidiable, una lucidez y memoria notables y un acento norteño que a pesar de sus muchos años en Guadalajara no ha perdido del todo.
Mi mamá y mi tía Leonor eran pianistas. Mi mamá, que se llamaba Magdalena Beraud, fue mi primera maestra y yo siempre digo que es la mejor que he tenido. Nadie me ha corregido las manos ni nada, después de ella. Pero como a los catorce o quince años, nada menos que el señor obispo de Hermosillo habló con mi mamá y le dijo que yo tenía que salir de ahí. Mi mamá se enojó y le dijo: ¿Qué, no soy yo buena maestra? Sí, eres muy buena pero Leonor tiene que ver otro mundo. Y entonces me vine aquí y me hice jalisciense, porque tengo setenta años viviendo aquí.
En la espaciosa sala de su casa hay tres pianos: un Steinway negro de cola completa que alguien prácticamente le regaló hace algunos años: usted es quien debe tener ese piano, le dijeron; un Petrov color café, también de cola, que se trajo desde Hermosillo; y un piano vertical que completa el trío. Ahí aún recibe a algunos alumnos ocasionalmente, aunque las clases las sigue dando en la Escuela de Música de la Universidad de Guadalajara, donde ha laborado los últimos 56 años. Es maestra emérita y ya está jubilada, pero no quiere abandonar sus clases, porque puede, porque quiere y porque sus alumnos no la dejan ir: “Ahorita en la UdeG tengo once, pero no tengo idea de cuántos alumnos he tenido a lo largo de mi vida, deben de ser muchos, más de mil. De repente me dicen en la calle, ¡maestra, yo fui alumno suyo!, y no sé quién es. Tendría que hacer la lista de los alumnos que he tenido”.
¿Y cómo ha sido usted como maestra?, le pregunto aún conociendo su bien ganada fama de estricta.
Bueno, pues el que me aguanta, me aguanta. No cualquiera, porque sí soy medio mala. He sido mala....pero la cosa es esta: mi madre así me trajo, fue muy dura conmigo desde los siete años: ¡cuenta, levanta el dedo, la nota, lee esto!, y yo tengo que ser igual, porque si no tienen disciplina, ¿para qué entran? La disciplina es básica para esto. Yo he conocido algunos muy talentosos y no llegan a nada, ¿por qué? Porque no tienen disciplina.
Leonor al piano.
Javier Juárez Woo5 fue su alumno en alguna época de su vida. Antes Javier había tenido varias maestras célebres de Guadalajara: por ejemplo Áurea Corona, quien también tenía fama de severa. Contaba Javier: “Corría la leyenda de que daba regletazos para corregir la posición de las manos, pero como yo recibía la clase a las 7:00 am, ella estaba fresca y dichosa. Vivía en la planta alta de la Escuela y recuerdo que su aparición era precedida por una irrespirable nube de Esteé Lauder. Con ella estudié la tripleta usual: Beyer, Bürgmuller y Lemoine”.
La accidentada carrera pianística de Javier se interrumpió. Luego continuó con Amelia García de León, quien “ decidió que mis oídos estaban ‘anquilosados’ con armonías propias de los métodos que había estudiado antes, de manera que decidió que había que deconstruir aquello... ¿cómo?, estudiando, en mi caso, Mikrokosmos i, ii y iii de Bartok”.