La música de acá. Alfredo Sánchez Gutiérrez
música le habían organizado algunos maestros de la propia Universidad de Guadalajara, encabezados por su amiga y discípula Leonor Montijo. Yo le preguntaba: “¿Cómo se siente de que le hagan este reconocimiento?”, y el maestro respondía: “Siempre un reconocimiento es algo que lo enorgullece a uno. He conocido a casi todo el ambiente musical de Guadalajara, casi todos los profesores jóvenes y algunos ya mayores pasaron por mi cátedra”.
—¿Y qué siente de que toquen su música?
En realidad nunca pensé que se pudieran hacer conciertos con mi música. Mi composición era en mis ratos de descanso de la docencia y de la organización de la institución. Toda mi música ha sido muy accidentada, tanto dentro del terreno profano como en el religioso.
El maestro Arturo dirigiendo.
—¿Le habría gustado componer más durante su vida?
Yo creo que sí, y yo creo que mientras no me muera voy a componer alguna otra cosa. Siempre tiene uno un proyecto a pesar de los problemas visuales que padezco, pero de alguna manera tiene uno que salir adelante, no puedo estar solamente viendo el sol.
—¿Qué tipo de obra está componiendo?
Pues hay varias cosas porque algunas se quedaron pendientes. He corregido algunas otras que para muchos van a ser novedad porque fueron escritas hace veinte o treinta años.
—Pues ojalá que viva muchos años más.
Ahora está más de moda la gente muy longeva, pero quién sabe si nos toque o no...
Eso lo decía a sus 91 años, longevo ya era. Domingo Lobato murió el 5 de noviembre de 2012 a los 92 años.
Regresemos a Manuel, en quien el gusanito de lo popular, de lo profano, ya se había instalado. Al mismo tiempo que estudiaba con el maestro Lobato en la Sacra, entró a trabajar como pianista a la orquesta de Arturo Xavier González. La fecha la tiene muy presente: el 18 de noviembre de 1970. Durante once años estuvo ahí, primero nada más como pianista y luego también como arreglista.
Le pedí al maestro una oportunidad para escribir y me dijo: Ahí está la orquesta... y empecé a escribir arreglos para esas canciones, no sé si recuerdas por ejemplo aquella de Yellow River –original del grupo inglés Christie–. Puras cosas de esas, las que estaban de moda. Empecé a hacer algunos experimentos y Arturo me dio la oportunidad, aunque él era también muy exigente a pesar de que tocábamos música popular. Había otros arreglistas como Pepe Hernández o el mismo Arturo que a veces los escribía. Pero después me dejó a mí toda la responsabilidad de eso. Toda la música disco de aquellos años me tocó a mí. Y tanta confianza me tuvo que me invitó también a la Banda del Estado, que igualmente dirigía. Y me quedé diecisiete años como arreglista ahí también.
Manuel Cerda (cuarto de izquierda a derecha en la ultima fila) y cómplices musicales.
Pero el maestro González era consciente de las capacidades de Manuel Cerda también para la música más seria. Por ello le insistió en que continuara sus estudios de piano y le recomendó a la maestra Montijo, con quien efectivamente Manuel estudió. Ella lo puso a tocar cosas que no se veían en la Sacra: Hindemith, Bartok, Liszt, Chopin, así que, además de todo el aprendizaje con la música popular, Manuel también le debe a Arturo Xavier González un caudal de conocimientos en el terreno clásico, del cual sabía muchísimo. Dice Manuel con reverencia:
Nosotros le teníamos mucho respeto y admiración al maestro. Era muy amigable y siempre estaba dispuesto a ayudarte. Yo puedo considerarme afortunado de haber platicado muchísimo sobre orquestación con él. Me llevó a analizar a Sibelius, Tchaikovsky, Brahms, cosas así. Él sabía mucho porque había estudiado dirección con Celibidache, un gran director. Sabía, además, muchos trucos. Un día me dijo: Haz la Tocata y fuga en Re menor para la banda del Estado. Le dije, maestro, yo la toco en el órgano pero, cómo le voy a hacer con aquello de la sol la fa la mi la re... Y me dice, ¡Ay Manuel, por atriles! Mira: la sol la fa la mi la re , ti ri ti ri ti ri. ¡Pero no van a poder respirar, maestro! Y me dice: Un atril, otro atril, un atril, otro atril, alternándose las notas. Un colmillazo tremendo del maestro.
El literato Eusebio Ruvalcaba, quien escribió mucho sobre música, era hijo del célebre violinista Higinio Ruvalcaba, cuyo nombre se tomó para la sala de conciertos de cámara del Exconvento del Carmen, en Guadalajara. Higinio había sido integrante del Cuarteto Lener, uno de los más importantes de México. En ese cuarteto alguna vez tocó el chelo Arturo Xavier González. Eusebio le dedicó estas líneas: “Le decían el Güero. Tocaba Paganini al chelo como cualquier cosa. Nació en Tequila y murió en Guadalajara. Fue director de la Banda del Estado y de una orquesta de baile. Sus ojos eran verdes”.
Efectivamente, Arturo Xavier González Santana el Güero fue un chelista excepcional, el mejor de México, para algunos. Fue primer cello de la Orquesta Sinfónica de Guadalajara cuando la dirigía Manuel M. Ponce y tocó muchas veces como solista –los conciertos de Haydn, Saint-Saëns y Dvorak, por ejemplo– y además estuvo en el podio de director algunas veces: en 1953 dirigió Beethoven, Tchaikovski y Chopin; en 1963 una obra para orquesta de Hemilio Hernández y piezas de Khatchaturian, Rossini y Blas Galindo; en 1977, Franck y Sibelius... por citar nada más algunos ejemplos.
Y sí, nació en Tequila en familia de músicos: su padre Avelino González le enseñó a tocar la flauta, el clarinete, el saxofón, el trombón y el piano. Con su madre, Eloísa Santana, aprendió solfeo. Cuando aún era niño lo enviaron a Guadalajara y ahí estudió con Ignacio Camarena, quien le descubrió sus grandes dotes para el violonchelo, que se convirtió en su instrumento.
Tocó además con la Orquesta de Jalapa, a dueto con las pianistas Áurea Corona y Leonor Montijo, dirigió la Banda del Estado durante veintiocho años amenizando las serenatas en la Plaza de Armas y atendía su orquesta de baile. Eso sí, su vida fue corta: no había cumplido 58 cuando murió. Pero no se cuidaba, dicen. Era diabético y solía traer chocolates en las bolsas del saco, además de que las desveladas no ayudaban.
Carmen Peredo, quien fue muy amiga suya, contaba que era un músico extraordinario y con muchas facetas personales:
A veces llegaba a las dos de la mañana y gritaba desde la calle: ¡Gordo! –llamando a mi marido Ernesto, a quien le decían así–. ¿Quién es? ¡Soy Arturo, ábreme! Venía, se acostaba aquí y se quedaba hasta el día siguiente. Es que tocaba diario con su orquesta... era un tipo un poco exótico. Un día que me lo encontré me dijo: Mejor quisiera que me matara un coche antes que llegar a clases, porque no me siento bien. Acompáñame a la botica, Carmelita, para comprar mi medicina. Y compró unas pastillas medio alucinógenas, en forma de corazón, las vendían sin receta. Esas son las que tomo para aguantar las desveladas, me dijo. Y yo también agarré la maña, jajaja...
Manuel Cerda tiene su estudio de grabación cerca de la salida a Chapala y al aeropuerto, en El Álamo, una zona que pertenece al municipio de Tlaquepaque y que está muy cerca del famoso hotel El Tapatío y ahí es donde lo entrevisté el 5 de septiembre de 2016. Lo construyó en 1994 luego de una larga experiencia como arreglista de música comercial. En la década de los ochenta, y después de que se salió de la orquesta de don Arturo, lo solicitaban mucho para “afinar músicos” norteños, mariachis, bandas, tropicales. Iba a las grabaciones y cuidaba que todo estuviera afinado, lo cual era una labor a veces difícil. También orquestaba jingles y producciones de artistas muy diversos. Le iba bien: las compañías de discos lo llamaban, le pedían que fuera a dirigir grabaciones a México, a Estados Unidos, le solicitaban arreglos para orquesta. Prácticamente se alejó de la música seria durante esos años y se involucró en la música comercial. Se inclinó entonces por lo profano.
Y entonces se decidió a poner su propio estudio. Aprovechó que tenía clientes y continuó por ese camino de modo más independiente, convenció a la familia y se lanzó a la aventura. El estudio es espacioso: la sala de grabación permite