El aula es la respuesta. Leonardo García Lozano

El aula es la respuesta - Leonardo García Lozano


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en cuanto que implica cambios paradigmáticos, transformación de mentalidades y prácticas socioculturales, miradas sistémicas y confianza en la agencia de sus actores.

      El coordinador de la obra afirma que son tres las cuestiones que atraviesan los capítulos: a) lo que se considera básico en la educación obligatoria, b) los aspectos clave del papel del aprendiz, y c) los temas transversales que no implican sobrecargar el currículo escolar. Los autores enarbolan voces críticas, pero refrendan la importancia de la educación escolarizada, que, sin embargo, requiere una transformación de hondo calado, sin perder los principios de laicidad, gratuidad, democracia y sustento en los avances del conocimiento científico. No hay cabida para el optimismo ingenuo, pero tampoco para el derrotismo. Asumen que un aspecto al que no podemos renunciar es a la centralidad del aprendiz, ya que el foco de la labor educativa es su formación en y para la vida, el logro del aprendizaje significativo o la educación ciudadana, para la convivencia y el respeto a los derechos humanos.

      El recorrido por los capítulos nos permite recuperar algunas ideas centrales para la formación de las personas que educan:

      ▶ En contraposición al paradigma del déficit, la educación para la convivencia, en las aulas y fuera de ellas, requiere basarse en la construcción de ambientes saludables, donde todos y todas se sientan reconocidos y aceptados, donde se establezcan redes de apoyo y relaciones nutricias. Es decir, hay que salvaguardar la integridad del sujeto de la educación y la “nutrición relacional” como conciencia de ser amado y aceptado.

      ▶ Se requiere instaurar el diálogo como forma de comunicación privilegiada que conduce a promover el intercambio de ideas en un entorno respetuoso, abierto al cuestionamiento y la reflexión.

      ▶ Hay que evitar el activismo ingenuo, el solo hecho de poner a charlar o agrupar a los alumnos en pequeños equipos no es garantía del aprendizaje. El poder aprender de forma colaborativa y constructiva requiere de otras bases y principios.

      ▶ Las categorías vinculadas con la interseccionalidad, como son género, raza, etnia, orientación sexual, deben ser consideradas en las políticas de inclusión, a fin de que promuevan este valor, la disminución de desigualdades y las políticas discriminatorias en las instituciones educativas.

      ▶ Los docentes nunca entran al aula con posiciones “neutras”, por lo que hay que analizar si se presentan la ceguera al género, miradas clasistas, o bien homofóbicas; es así que hay que revisar si esto provoca interacciones positivas o negativas, sesgos o discriminación hacia determinados estudiantes.

      ▶ Las palabras y las creencias transforman las emociones, por eso hay que reflexionar acerca de las propias emociones respecto a la enseñanza de su asignatura, pero además, del tipo de emociones que un docente provoca en sus estudiantes.

      ▶ Existe una diversidad de situaciones que vulneran a los niños y adolescentes mexicanos (adicciones, enfermedades de transmisión sexual, trastornos de alimentación, depresión, entre muchos otros), al igual que a los docentes, dado que la profesión genera estrés constante, por lo que habrá que trabajar con ambos actores estrategias desde un modelo psicoeducativo-salugénico, dando prioridad a enfoques de bienestar y prevención.

      ▶ La reflexividad docente implica repensar la práctica y el pensamiento; conduce a regresar a la acción e interpretar la experiencia, con la posibilidad de contrastar esta con referentes teóricos y empíricos, y en ello reside la capacidad de aprender de dicha experiencia.

      Al final del texto sus autores comparten, en los anexos, un conjunto de prontuarios y pautas de trabajo, con la pretensión de que puedan inspirar a otros docentes formas de abordar su labor en el aula, siempre con la consigna de que no sean empleados de forma mecánica ni convencional. En todo caso, son dispositivos educativos, instrumentos de trabajo de lo más flexibles, que cumplirán su cometido si son rediseñados y sirven para analizar o apoyar lo que se enseña en las aulas.

      Esta obra dignifica no sólo al sujeto de la educación, a la persona humana que aprende, sino a la figura del docente, que desde hace algunos años ha sido poco valorado y denostado en ciertos sectores sociales y en los medios de comunicación que sirven a los intereses de determinados grupos de poder. Esperamos que su lectura conduzca a la convicción de que en nuestro país existen docentes valiosos, muy comprometidos con la labor de educar a las jóvenes generaciones. Para muchos de nosotros, alguno de nuestros profesores o profesoras ha replanteado, y para bien, el rumbo de nuestro trayecto de vida o profesión, o ha sido la mano amiga en momentos aciagos.

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      Quienes escribimos esta obra, juntos reunimos experiencia laboral en la docencia desde el preescolar hasta el doctorado; nos hemos desempeñado en la formación de otros docentes; hemos ejercido puestos en la gestión de escuelas, desde la coordinación académica, la investigación y la supervisión de las mismas; hemos fungido en la concreción de programas curriculares, extra- y cocurriculares, como la revisión y modernización de programas de estudio, tutoría y orientación educativa, así como la atención a estudiantes que manifiestan barreras para el aprendizaje o han estado en contextos vulnerables. Todo esto desde hace más —en algunos casos— de treinta años.

      En síntesis, nosotros los autores somos y hemos sido docentes privilegiados, la vida nos dio oportunidades para reflexionar sobre la práctica docente. Nos ha tocado vivir en carne propia las constantes reformas del sistema educativo mexicano y, en casi todas, hemos terminado con un sentimiento de engaño, puesto que los requisitos para la mejora de la enseñanza y el aprendizaje —que no son otros que las circunstancias de la vida de las y los profesores y sus aulas— poco o nada se han modificado. Y siempre enunciaremos que la dignificación de la vida de los profesores es una variable sine qua non para que se alcancen las condiciones mínimas e indispensables para la calidad educativa que todos anhelamos.

      La práctica de los docentes ha estado en las últimas dos décadas en el centro del debate sobre la calidad de los aprendizajes de los estudiantes, incluso como si fuera la única variable para que estos sucedan de manera exitosa. La práctica docente, si bien es cierto que es la variable crítica, también es cierto que depende de otras variables, entre ellas:

      ▶ Los mecanismos de elección de los candidatos a la docencia, de formación inicial y permanente.

      ▶ La regulación para el ingreso, permanencia y promoción en el servicio docente.

      ▶ La dignidad en las condiciones laborales (remuneración, jornada laboral, jubilación) durante el ejercicio docente, así como la brecha salarial entre directivos y profesorado.

      ▶ Las condiciones del trabajo en el aula, como la ratio, la infraestructura de las aulas y de las escuelas.

      ▶ La injerencia de los docentes en las decisiones curriculares como la planificación, la programación y la modificación, así como las relativas a las decisiones del material para la enseñanza y el aprendizaje.

      ▶ Las condiciones mínimas del alumnado, sus familias y comunidades en aspectos como la salud (higiene, afecto, alimentación), la seguridad, la participación equitativa e inclusiva.

      Y sin embargo se mueve… estamos convencidos de que hay condiciones para la enseñanza y aprendizaje que sí pueden abordarse desde lo que ahora existe en el sistema educativo, más concretamente desde las escuelas. No obstante, los cambios que propondremos en los capítulos subsecuentes son un reto al que deberán sumarse como equipo los directivos y los docentes, ya que estamos convencidos de que la verticalidad en las escuelas y el sistema educativo llevan a los agentes educativos a abordar el ejercicio de la educación


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