Cuando el cuerpo habla. Teresa Díaz Varela
problema de salud que, en realidad, es la expresión de un conflicto mucho mayor que necesita manifestarse de algún modo y ha estallado a través de esa dolencia.
Este libro parte de la siguiente premisa: los contenidos reprimidos por la mente encuentran una salida patológica a través del cuerpo. El ser humano no tiene pleno control de su organismo y la sujeción que puede hacer sobre él es muchísimo menor que la que suele ejercer sobre sus pensamientos. Esto quiere decir que puede ocultar una idea, un conflicto o una situación que le provoca hondo malestar, pero no le resultará fácil —es más, será prácticamente imposible— combatir sus consecuencias somáticas.
A través de la lectura, descubriremos que esta obra se compone de dos partes fundamentales: la primera, aborda los conceptos centrales para entender la enfermedad desde una nueva perspectiva que toma al sujeto completo como protagonista, y no solamente a su cuerpo o a la zona donde se manifiestan los síntomas. La segunda, constituye un diccionario de las afecciones más comunes y su significado psicosomático, para poder leer las señales inscritas en el cuerpo de una manera más profunda. En este listado de problemas se incluye también una nueva programación mental: una serie de pautas que le ayudarán a comprender su síntoma y a trabajar sinceramente sobre las características de su malestar. Porque debemos ejercitar nuestra facultad de interpretación y no buscar respuestas por fuera de nosotros mismos. Los datos están en nuestro interior, esperando ser descubiertos. Sólo si podemos hacernos cargo de la propia enfermedad y tomarnos honestamente la responsabilidad de paliar sus causas, estaremos en el camino de la sanación.
PRIMERA PARTE
Qué significa estar enfermo
Definición alternativa de enfermedad
La medicina tradicional o alópata (término que la define como opuesta a la homeopatía; esto implica que ataca directamente la zona del síntoma y sus tratamientos son muy puntuales), califica a toda patología como un trastorno más o menos localizado que implica un mal desarrollo o anulación de funciones que hacen al buen desempeño del cuerpo o de la mente. Por definición, existen muchas enfermedades, muchísimas, y todas poseen diferente naturaleza. De hecho, el estudio de la medicina se divide en varias subdisciplinas o especialidades, y cada una se atiene a cierta región o función del cuerpo. Asimismo, hay médicos pediatras, para adultos y, últimamente, destinados a los adolescentes y a los ancianos. Estas características brindan una idea preliminar de la regionalización de la práctica médica y de cuán complejo es este campo científico.
Pero existe otra perspectiva relacionada con la salud y la enfermedad —precisamente la que se aborda en este libro— que, desde un primer momento, se califica como no científica, y en este sentido no refuta las investigaciones médicas, sino que invita a ampliar la interpretación de lo patológico. Según esta visión, el primer punto para refutar es el que establece que hay múltiples enfermedades. Lo cierto es que la enfermedad es una sola, porque constituye un estado del ser humano. Cuando una persona sufre de varias dolencias —deficiencias de visión, problemas cardíacos, resfríos…— no se dice que está enferma varias veces, sino que se encuentra afectada. Esto indica que la enfermedad es una condición, una forma de ser, y no una estructura sintomática o patológica que se imprime en ciertas zonas físicas o mentales.
Por otra parte, la enfermedad es siempre un signo de desequilibrio general que se origina en la conciencia. El cuerpo resulta ser un mero informante de conflictos, un gladiador por la libertad de las emociones que, cuando el sujeto se niega a la comunicación de sus problemas, establece ciertas zonas-señuelo en su superficie para dar cuenta de que algo no funciona bien.
La conciencia es el centro de operaciones del cuerpo, cada manifestación física es el resultado de un mensaje psíquico, y sólo así podemos entender las disfunciones orgánicas en cuerpos que están anatómicamente sanos. La mente es la que envía mal, o directamente no envía, la información necesaria y así los problemas repercuten en el organismo.
La salud explicita un modelo de armonía cuerpo-mente que se califica como “sano” porque las órdenes de la conciencia al soma (cuerpo) son las adecuadas y permiten un funcionamiento equilibrado del individuo. A esta armonía, a esta conjugación perfecta como si se tratase de piezas de relojería, se la denomina “salud”. La pérdida del equilibrio equivale a estar enfermo, sin embargo, esta desestabilización no se produce primero en el plano físico, sino en el mental. La persona presenta un grado de conflictividad no resuelta consigo misma o con situaciones de su mundo exterior que le provocan diversos signos corporales. La dimensión física del sujeto es el gran texto de la conciencia: todo lo que ella tenga para decir, lo escribe en la materia humana, y a pesar de que no es posible leer la mente, sí se pueden interpretar las señales del cuerpo.
La falta de armonía se plasma también en las desinteligencias de información: la conciencia busca ocultar problemas, simular que no existen y, no obstante, es imposible eludirlos porque hay otra parte del Yo (ver “Nacimiento de los contrarios”) que sí los percibe. Además, estos conflictos ejercen su influencia en el modelo personal completo, y si el sujeto prefiere obviarlos en sus pensamientos, estos inconvenientes necesariamente deben estallar por otro lado. ¿Qué alternativa les queda, además del cuerpo? Por lo tanto, es erróneo pensar que un individuo se halla físicamente enfermo, pero su mente está en perfectas condiciones: el cuerpo es un escenario sobre el que se representan dramas, comedias, tragedias e intrigas. Esas “obras teatrales” no son creadas por el físico, sino por la psiquis, y por lo tanto, el enfermo es el ser humano como entidad psíquica y no como cuerpo viviente.
La patología, en sí, se origina en la psiquis, y la “forma de expresión” que asume dicho problema es el síntoma, que es físico (somático). La enfermedad siempre es psíquica.
El síntoma como señal
Desde la misma definición de enfermedad podemos entender que el síntoma nos quiere indicar algo; constituye una luz de alerta sobre ciertos procesos que están desarrollándose en el interior del ser humano y que requieren pronta acción para restablecer el equilibrio. Los síntomas, a diferencia de las patologías, sí son plurales, multidimensionales y de una cantidad ilimitada. Mientras que la enfermedad siempre es una sola y pertenece al plano de la conciencia, los síntomas resultan ser muchísimos y se relevan en la superficie física, puesto que hasta trastornos psíquicos como la depresión poseen señales evidentes y observables.
En la conciencia, entonces, se aloja tanto la condición de salud como la de enfermedad: si el sujeto no está consciente, no puede enfermarse porque no se encuentra preparado para procesar patológicamente su conflictividad. Sus emociones salen como pueden, sus conductas se limitan a ser actitudes irracionales y, en consecuencia, no es válido reprocharle una mala asimilación de sus problemas puesto que de verdad ni siquiera tiene conocimiento de ellos.
Distinta es la situación de aquellas personas que se encuentran en pleno domino de sus facultades psíquicas y conscientemente, en algún momento de sus vidas, reprimieron un recuerdo, aplazaron un conflicto e hicieron como si nada pasara. Hasta es completamente factible que ya ni se acuerden de esa operación de autocensura, pero esta sigue existiendo y ejerce su influencia.
Los síntomas se manifiestan de manera localizada, pero no existe un correlato fijo e inamovible entre disfunciones somáticas y desequilibrios psíquicos. Sólo se puede establecer qué áreas emocionales están en juego, de acuerdo con determinada sintomatología, pero el contenido puntual del problema, el planteo exacto del conflicto, corre por parte del afectado. Hay ciertas emociones básicas, como el miedo y la inseguridad, que siempre cumplen algún rol en la enfermedad, pero averiguar los motivos del temor es un trabajo puramente subjetivo.
Ahora bien, ¿por qué los hombres se dedican sistemáticamente a paliar los síntomas? Se debe a que no quieren ser molestados, y porque es obvio que los signos de malestar constituyen la señal de que algo no está funcionando debidamente; en consecuencia, le restan atención y lo único que logran es sumar un nuevo trastorno a su conciencia.
Los síntomas demandan atención, atraen a la mente al lugar de la dolencia, reclaman interés, absorben energía que podría canalizarse en otras cosas y por eso obstaculizan el normal rumbo de la vida cotidiana.