Cuando el cuerpo habla. Teresa Díaz Varela
atienda al conflicto mental que ha permitido la irrupción de dicha sintomatología.
Mientras se encuentran presentes, los síntomas ganan la partida y siempre logran que las personas deban dedicar tiempo e interés al signo físico que les provoca dolor, incomodidad u otras sensaciones displacenteras. Además, siempre se tiene la sensación de que el síntoma llega, ataca al cuerpo y que, por lo tanto, es un agente externo que provoca perjuicios. Mejor sería que entendiéramos que el síntoma viene desde adentro, y es una expresión de las profundidades que llega a la superficie física para dar cuenta de un proceso interno y mucho más complejo.
Que los seres humanos podamos apreciar síntomas es, más allá de las molestias puntuales, un suceso realmente maravilloso. Su aparición demuestra la actividad incansable e inteligentísima de la conciencia, que ha detectado que algo falla, que el sujeto mental no se encuentra pleno ni completo, y da la voz de alerta como puede, y de la manera más elocuente posible. Como veremos en la segunda parte —un compendio de enfermedades y sus explicaciones psicosomáticas—, el significado de las patologías es perfectamente coherente con lo que sucede en nuestro interior. Si no fuera porque hemos obstaculizado nuestras interpretaciones con conceptos de medicina popular que atacan al síntoma aislado y no a los desequilibrios generales, hasta nosotros mismos, en cada suceso de malestar, podríamos entender aproximadamente lo que está sucediendo.
Por eso es necesario modificar la consideración contemporánea sobre los síntomas: no son enemigos, agentes con propensión al daño que se dedican a atacar al cuerpo de manera sistemática, sino que constituyen verdaderas guías, mapas en miniatura para rastrear la enfermedad que se aloja en la mente; representan esa lección escrita en el cuerpo que todo ser humano debe comprender para continuar con su desarrollo, esa piedra que en realidad es enseñanza, esa carga que provoca malestar y experiencia a la vez. Si modificamos la relación con nuestros signos de disfunción, podremos aprender de nuestra somatización y de las decisiones de la conciencia que se toman sin que nosotros —¡qué contradicción!— formemos parte de esas “sentencias”. Lo que las personas llaman “autocontrol” es realmente un acto de soberbia; el autodominio sólo puede atender a una pequeñísima cantidad de facultades, y en cuanto decide extenderse, la enfermedad se presenta.
Nacimiento de los contrarios
Aquí hemos llegado a uno de los conceptos clave para esta definición alternativa y holística de salud y enfermedad: la división del Yo, conocida más frecuentemente en las disciplinas de medicina no tradicional como “polaridad”.
Todo el tiempo, en cualquier circunstancia, nos manejamos en términos de divisiones y aislamiento; el individuo se plantea como unidad frente al mundo exterior y a sus pares; la mente se separa del cuerpo y se pretende que el funcionamiento de ambas instancias sea independiente. Los pensamientos se establecen en términos de oposición, comparación, contradicción, separación y diferencia; este tipo de discriminaciones constituye el surgimiento de la sensación de falta en el ser humano.
La discriminación con mayores efectos es la que divide al Yo del Tú, un procedimiento de aislamiento que se produce no sólo en relación con los demás individuos, sino también en el propio interior de cada persona. Tal como veremos en “La sección oscura del Yo”, todo individuo mantiene una parte de su personalidad oculta, reprimida y que se experimenta como carencia inconsciente. A esta porción desconocida se la denomina “sombra”, concepto tomado de Carl Jung. La separación del Yo es el comienzo ineludible de la polaridad; a partir de esta práctica discriminatoria, el sujeto aprende —por así decirlo— a distinguir el bien del mal, la verdad de la mentira, a los hombres de las mujeres, como si cada una de estas partes fuera cerrada, sin ninguna característica de su opuesto y con cualidades distintas de las que posee su contraparte.
La noción de contrarios impide ver que todos poseemos los dos extremos en nuestro interior, sólo que hay facetas del Yo que se muestran y otras que se esconden. La distinción impone también la actividad de quitar. La exclusión consiste en la idea de que no es posible quedarse con las dos alternativas —bueno-malo, blanco-negro, hombre-mujer, alto-bajo— y que el ser humano está siempre obligado a elegir. La actividad analítica propia del sujeto es la que instituye la polaridad y lo encierra en ella; la carencia es conflicto, sensación de falta y, en consecuencia, también es una causa de enfermedad.
La polaridad es sinónimo de patología, de vivir en el pensamiento unilateral y, por lo tanto, en el desequilibrio de permanecer en uno de los lados de la vida sin contemplar lo opuesto, sin considerar la posibilidad de lo distinto. ¡Cuántos enfermos responden a estas características! Inflexibles, reacios a los consejos, desconfiados, tercos... Miran solamente una de las caras de los acontecimientos y forman así una visión sesgada y limitante para actuar.
Esta concepción del nacimiento de los contrarios recupera ciertos conceptos del psicoanálisis —de la mano de Sigmund Freud (1856-1939) y de Carl Jung (1875-1961)—, como son los de “consciente”, “subconsciente” e “inconsciente”.1
La membrana porosa que deja pasar elementos de un lado hacia el otro es el subconsciente, y en esta distribución de la mente, si una persona se aferra demasiado a su parte consciente, lentamente va obstruyendo la permeabilidad de esa pared porque los contenidos de su inconsciente le provocan ansiedad, angustia e inseguridad. Esa polaridad forzada y acentuada por el individuo es fuente de diversos síntomas, que a su vez son reflejos de desarmonía.
La constatación de los contrarios también puede hacerse efectiva a partir del análisis de los hemisferios del cerebro: cada uno posee características diferenciadas y, según la predominancia de uno u otro, se va formando la personalidad.
El hemisferio izquierdo es el encargado de las facultades analíticas y de la inteligencia tal como se conoce. Existen nuevas corrientes teóricas que postulan la importancia de un coeficiente emocional que permitiría establecer cuán inteligente es un sujeto para expresar sus emociones y comunicarse con los demás, pero el hemisferio izquierdo está vinculado a una noción de inteligencia relativa al análisis, el razonamiento y la adquisición de conocimientos teóricos. Esta sección es la denominada “verbal”, porque se relaciona con la construcción sintáctica y gramatical de frases tanto orales como escritas. De allí proviene el pensamiento digital —que divide, secciona y clasifica las unidades con las que trabaja— y las personas con capacidad para las matemáticas experimentan una mayor influencia de este lóbulo. La noción del tiempo también se pone en práctica gracias a este lado del cerebro.
El hemisferio derecho es la contraparte necesaria. Sus facultades son mucho más totalizadoras porque pueden pensar en un todo a partir de una pequeña parte. Si en el lóbulo izquierdo se tiende a separar, a seccionar, en el derecho la actividad es inversa y siempre se intenta construir conjuntos o composiciones más amplias. Por eso, gracias a este lado cerebral, la persona no solamente construye totalidades, sino que también es más hábil para “ver en conjunto”; esto es, ampliar su horizonte y contemplar múltiples posibilidades. El lóbulo derecho es el de las expresiones artísticas, mucho más conectadas con lo instintivo: la facilidad para la música, la pintura y el dibujo nacen aquí. Por oposición a la parte izquierda, este lado privilegia el pensamiento analógico —que coincide también con la visión en conjunto—, estimula la intuición y la capacidad de dar sentido a través de los símbolos.
En una perspectiva alternativa, cada hemisferio tiene asimismo una serie de ítems relacionados que ayudan aún más a construir la personalidad según la predominancia de uno u otro lado: el lóbulo derecho es yang, correspondiente al sol, lo masculino, el día, la conciencia y la vida; el lóbulo izquierdo es yin, vinculado con la luna, lo femenino, la noche, lo inconsciente y la muerte. Todo lo yang es positivo y todo lo yin resulta negativo.
Como puede observarse, las personas que privilegian su lado consciente normalmente tienen facultades analíticas, racionales y una predominancia del hemisferio izquierdo. Lo opuesto sucede con los que experimentan una influencia mayor de su lóbulo derecho. Los individuos que poseen características de uno de los dos hemisferios, cumplirán con el proceso de conciencia que les corresponde, aunque no se den cuenta.
Esta explicación de los lóbulos cerebrales —denominada “teoría de los hemisferios”—