Cuando el cuerpo habla. Teresa Díaz Varela

Cuando el cuerpo habla - Teresa Díaz Varela


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el que conduce a la sanación. Todo proceso curativo implica la conciliación de aquella parte de conciencia aislada que debe encontrar su modo de expresión a través del cuerpo. Por eso, aunque sea en pequeña escala y de una forma muy parcial, curarse es alcanzar una mínima sección de ese todo inaprensible. La conciencia sana es aquella que asumió su sombra y que, por ende, se halla más completa que antes de la enfermedad.

      Con el retorno a la unidad, se acaba la idea de progreso tal como es entendido en las sociedades contemporáneas. Progresar —en el sentido de una línea recta ascendente o hacia adelante, parecida a una carrera de postas y con carteles indicadores para saber cuán cerca nos hallamos de nuestra meta— es un estímulo para la actividad del individuo, pero también es cierto que genera mucha angustia, tristeza y frustración para quienes no pueden seguir ese camino del progreso. Además, existe una noción establecida de lo que significa progresar, que por cierto es muy poco tolerante: quien avanza es el que cuenta con dinero suficiente (no es preciso que sea mucho) para concretar sus proyectos, formar una familia y poseer cierto reconocimiento en su medio como aquel que ha hecho las cosas bien y ahora disfruta sus resultados. Como se podrá ver en la vida cotidiana, no todas las personas —ni siquiera la mayoría— cumplen con estos requisitos de progreso y deben afrontar día tras día que su trayectoria vital ha sido distinta y que se han guiado por otro tipo de búsquedas y experiencias. En personalidades más débiles o influenciables, esta constatación de diferencia podría provocar una gran desazón. Sin embargo, con la conciliación de la polaridad y el pensamiento en el todo, no hay progreso, porque se manifiesta la plenitud en el presente. El individuo no necesita seguir avanzando, dado que no sufre carencias y se siente pleno consigo mismo.

      Esta noción de totalidad es también una importante renovación en lo que tiene que ver con las decisiones morales y éticas. En la mentalidad bipolar el ser humano se ve obligado continuamente a elegir, pues aún cuando no mantenga una visión demasiado sesgada, todo el tiempo debe decidir entre pares de contrarios. La pregunta infaltable es: ¿cuál es mejor? Estamos llamados a las elecciones permanentes entre bueno y malo, conveniente y no conveniente, ahora o después, esto o lo otro… ¿Cómo sobrevivir entre tantas alternativas que demandan nuestra atención y nuestra responsabilidad al seleccionar y juzgar? La angustia que provocan estas situaciones constantes desaparece cuando se ha asimilado en forma completa y adecuada la idea de unidad, porque el sujeto por fin entiende que nada es completamente bueno o malo, toda entidad conserva en sí misma la cualidad bipolar que se observa en el interior, y pensar en que algo es puramente justo o injusto —o cualquiera de los pares mencionados líneas más arriba— es un error. No hay juicios objetivos y separados de su contexto y de su juez; de más está decirlo. Obviamente, cada mirada es completamente subjetiva y las decisiones dependen del escenario tal como se presenta. El observador es una pieza fundamental de las valoraciones, y si este se encuentra atrapado por la polaridad, dividir en contrarios lo hundirá todavía más en la angustia de tener que decidir entre los componentes de un par durante toda su vida.

      En la idea de polaridad y de bienestar ya se ha esbozado el concepto de alternancia, vinculado con el ritmo y el tiempo. Todo ser humano, objeto y sujeto de la polaridad, se encuentra atrapado en dos lógicas de funcionamiento que guían sus acciones: el ritmo y el tiempo. Con respecto al primero, en el funcionamiento orgánico se pueden observar claramente procesos que poseen una estructura rítmica: la respiración es uno de esos mecanismos vitales. Inspirar y espirar constituyen dos partes inseparables y complementarias de una actividad automática y absolutamente necesaria para la vida, que, por otra parte, no pueden darse de manera simultánea, y tampoco pueden desaparecer. En el ciclo sueño-vigilia también puede observarse esto: creemos que vivimos en una forma más intensa sólo cuando estamos despiertos, pero lo cierto es que necesitamos dormir para que nuestro organismo se recupere de la actividad de la vigilia y efectúe reparaciones para seguir estando bien.

      El ritmo es un elemento imprescindible para la vida, la que además posee su propia contraparte: la muerte. Sin embargo, lo rítmico constituye una noción de importancia solamente cuando nos mantenemos dentro de la polaridad, puesto que en la situación utópica del todo no existe este tipo de lógica. No obstante, como no es posible salir de la polaridad y como máximo podemos transitar el camino hacia el todo, el ritmo es fundamental para las personas en sus múltiples procesos vitales y mentales.

      La alternancia entre dos polos únicamente puede darse en el marco de una sucesión temporal, esto es, solamente puede existir la sucesión si también hay un curso de tiempo. La temporalidad es una consecuencia del nacimiento de los contrarios, de dos facetas que muestran diferentes informaciones y que, en el mejor de los casos, el ser humano atiende en partes iguales, pero no a la vez, sino alternadamente. Primero presta atención a uno de los aspectos, y luego al otro. Aquí podemos ver la idea de qué va en primer lugar y qué se encuentra a continuación.

      Si en la unidad no hay división, sino simultaneidad, la idea de tiempo es indisociable de la de secuencia; por lo tanto, la polaridad crea lo dual, lo consecutivo. A partir de estas nociones, se puede establecer una idea de cambio, que visto desde la perspectiva del todo es una mera ilusión, una construcción errónea que se han fabricado los hombres. Desde esta concepción, la equivocación reside en pensar que el mundo cambia al igual que los seres humanos: el universo no se modifica porque ha asimilado en su estructura a la totalidad. Son los individuos quienes cambian y transforman sus puntos de vista. El tiempo puede afectar las formas visibles en las cuales se expresan los contenidos, pero estos subsisten como informaciones nobles y estables que se ofrecen al acceso de las personas que aceptan el desafío de encontrarlas.

      Mediante la sucesión temporal, todos podemos paliar nuestras consecuencias bipolares mediante la alternancia. Si bien nunca podremos contemplar una totalidad de manera simultánea, sí es preciso prestar atención a sus elementos de manera rítmica pero regular, aunque no logremos superar el engaño de la división en opuestos.

      Una correcta alternancia es la que también se propone en estas páginas, puesto que no queremos brindarle al lector una solución prácticamente inalcanzable, como sería la indicación de concretar el todo en su persona. Los seres humanos estamos atados a nuestra condición mortal y a nuestra polaridad: no podemos escaparnos del tiempo, del ritmo y de las continuas elecciones entre opciones. No obstante, lo que sí se encuentra al alcance de nuestras manos es la atención repartida e igualitaria entre los polos, entre las dos secciones del Yo que —de la misma forma en que sucede con nuestros hemisferios— poseen características diferenciadas, pero igualmente importantes para alcanzar el equilibrio.

      En este capítulo abordamos los obstáculos más importantes con los que se enfrenta el individuo para alcanzar su unidad en la conciencia. Los primeros dos están representados por las normas mentales y los marcos de comprensión, conceptos distintos pero estrechamente relacionados.

      Las normas mentales constituyen reglas autoimpuestas por el individuo que son fuente de preconceptos, juicios y opiniones, así como de consideraciones sobre el actuar. Dichas normas, en tanto pautas individuales de conciencia, poseen la ambivalencia de —según cuál sea su funcionamiento y contenido— ayudar en la curación, o bien instituirse en fuente de enfermedad o desequilibrio, palabras que, de hecho, son sinónimos para esta explicación.

      Los marcos de comprensión son muy parecidos a las normas mentales, pero se distinguen en que, como su nombre lo indica, sirven para el entendimiento de ciertas situaciones y no especialmente para formular sentencias. Por ejemplo, veamos el caso de una pareja: si el muchacho no llama por teléfono asiduamente a la chica, ella interpreta que las llamadas son insuficientes, pero no por eso opina que él no la quiere, que es un mentiroso o que la relación ha terminado. Los marcos de comprensión son los patrones de medida o de calidad que permiten inferir que, por ejemplo, las llamadas son muy pocas en relación con una cantidad promedio. Las normas mentales son las que establecen que las comunicaciones escasas constituyen un sinónimo del amor extinguido. Por eso se dice que las normas y los marcos son distintos, pero se encuentran interconectados, puesto que establecen entre sí vínculos de coherencia y correspondencia.

      Estos


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