Descubre la vacuna emocional. Christine Lebriez
debes mantenerlo. Por la mañana, cuando te despiertas, no es el momento para debatir si debes hacer o no lo que decidiste ayer. Hoy lo haces.
• Cuando te sientas mal, no caigas en el error de pensar y pensar; tus conclusiones están sesgadas por tu estado emocional y seguro que la situación no es tan grave como tu mente la está pintando en ese momento.
• Aunque tengas problemas que resolver, este no es el momento. Sé paciente. Intenta distraerte.
• Cuando llegue el momento de analizar y resolver, habla con personas expertas de las que te fíes para tener la seguridad de que tu análisis es objetivo. No te fíes del todo de tu criterio, cuestiónalo.
• Practica la meditación. Céntrate en el aquí y el ahora, presta atención plena a lo que haces; por simple o sencillo que sea, intenta prestar atención.
• Recuerda: «tu cabeza debe ir contigo». No es eficaz estar haciendo una cosa y pensando en otra. Pregúntate qué es lo que se supone que deberías estar haciendo ahora, y hazlo en cuerpo y mente:
o Si estás haciendo la comida, presta atención y no pienses en otra cosa.
o Si tienes que estar concentrada en los deberes de tus hijos, céntrate en ello.
o Si tienes que dormir, ponte una música o sonido relajante que pueda captar tu atención.
o Si estás viendo una película, presta atención a los diálogos, y si te encuentras con tus hijos, coméntala con ellos.
• Si notas que tu estado emocional es muy intenso y que tu cabeza se llena de pensamientos negativos, apúntalos. Al día siguiente, cuando estés un poco mejor, léelo: ¿lo ves tan dramático como ayer? Es probable que no.
El miedo a la enfermedad y otras obsesiones
Saber que el peligro puede estar en cualquier sitio hace que la angustia sea mayor y más difícil de gestionar. El riesgo de contagio sigue siendo muy alto. No es posible bajar la guardia, la COVID-19 sigue amenazándonos. El miedo puede ser incluso peor a medida que se han ido conociendo más las terribles consecuencias sobre el organismo. Esta conciencia sobre la gravedad del peligro que corremos puede hacer que, sin darnos cuenta, seamos víctimas de la búsqueda irracional de seguridad y caigamos en comportamientos que aparentemente parezcan adecuados y protectores pero no lo sean. Un ejemplo de ello es llevar al extremo el cumplimiento de ciertas indicaciones sanitarias, como es el lavado de manos o el control de la temperatura corporal, como si incrementando su frecuencia consiguiésemos la protección total.
Durante esta crisis sanitaria la necesidad persistente de una higiene y cuidado por encima de lo que era habitual genera comportamientos que rozan lo obsesivo, o que lo son en toda regla. Por ejemplo, una búsqueda incesante de información que, lejos de dar tranquilidad a quien la busca, cada vez lo altera más, o comportamientos de lavado de manos que superan con mucho las necesidades del momento y se asemejan más a conductas obsesivo-compulsivas que a conductas preventivas. Sin embargo, la línea divisoria no siempre es fácil verla.
Desde que empezó esta pandemia hay personas que están permanentemente en estado de alerta ante el surgimiento de cualquier mínima señal física que pueda relacionarse con la COVID-19. Son personas especialmente sensibles al temor que siempre implica una enfermedad grave o desconocida. Tienen miedo a contraerla y se pasan el día observándose, chequeando cómo se sienten, tomándose la temperatura o buscando información en internet. Estas personas tienen más riesgo de desarrollar un problema de hipocondría.
El problema es que esta búsqueda de síntomas que realizan no es objetiva. Si buscamos signos de enfermedad en un estado de miedo y angustia, sin duda encontraremos sensaciones en nuestro cuerpo que nos parezcan extrañas, molestas, desconocidas, y las asociaremos con la enfermedad. Además, al prestar demasiada atención a las señales de nuestro cuerpo, lo que hacemos es amplificar esas sensaciones y percibirlas de forma más intensa, y como más graves. El miedo no solo es una sensación subjetiva, también implica cambios físicos. Así, cuando tenemos miedo a una enfermedad y buscamos signos en nuestro cuerpo para comprobar si la padecemos o no, es probable que captemos señales de miedo, no de la enfermedad. Como captamos señales que creemos que son de enfermedad, nos asustamos, y al asustarnos producimos más síntomas corporales. Entramos así en un círculo vicioso que nos puede amargar la vida creyendo que estamos enfermos cuando realmente no lo estamos. Esta es nuestra naturaleza. Somos capaces de autosugestionarnos y creer que sufrimos síntomas que realmente no tenemos al interpretar de forma errónea señales normales de nuestro cuerpo que se relacionan con su funcionamiento habitual, o con nuestro estado emocional.
Lo repetiremos una vez más: nuestra mente no está diseñada para captar lo real. Nuestro cerebro nos engaña, y cuanto más asustados estamos, más probable es que caigamos en el engaño de nuestra mente.
El caso de Noelia
Una obsesión que termina en estrés agudo
Noelia tiene cincuenta años. Es funcionaria y está con teletrabajo. Tiene dos hijos. Uno de ellos, de veinticinco años, ha estado infectado y se encuentra en el momento en que nos llama a la espera de que le hagan el test para confirmar que ha superado la enfermedad. Todavía vive aislado en su habitación. Noelia se pone en contacto con nosotros, pues su familia le dice que no puede seguir así, que acabará con un problema psicológico. Este fue su relato:
Gracias a Dios que estoy en casa. Al principio estaba tranquila y pensaba que aquí me encontraría segura junto a mi marido y mis hijos. Pero desde que mi hijo se ha contagiado y ha tenido que aislarse en su habitación, yo me he desequilibrado, o eso me dicen. A veces no sé que pensar. Unas veces creo que estoy exagerando; otras, que los demás no me entienden, que están demasiado tranquilos, y que yo soy la única que vive del riesgo. Ya no me puedo distraer con nada, estoy continuamente observando cómo me siento, a ver si noto algo raro, me pongo todos los días el termómetro varias veces y busco información sobre los síntomas de la COVID-19 para ver si la puedo tener. Ha habido días que estaba convencida de que la padecía, me sentía muy mal. Además, últimamente, me lavo las manos continuamente, y me paso el día con un trapo con lejía limpiando; si veo que alguien toca algo, voy detrás a limpiarlo. Han contado la cantidad de veces que me lavo las manos y aseguran que hasta diez veces en un hora. Me da miedo que mi hijo salga de la habitación, no sé qué hacer, hasta me siento mala madre por no querer que deje el aislamiento. Quiero cerrarla y, cuando se pueda, pintar y desinfectarla. Nunca me había pasado algo parecido, pero yo creo que está justificado. ¿Y si lo cojo? Pero dicen que me estoy pasando y que acabaré con un problema mental.
La moderación y el equilibrio suelen ser excelentes virtudes. La indicación es no generar un exceso de miedo, pero tampoco comportarnos imprudentemente, como si no ocurriese nada.
Podemos considerar que lo que le ocurre a Noelia es lógico, y que se le pasará en cuanto la situación sanitaria cambie y la pandemia esté controlada. Pero es necesario ser cautelosos, pues lo cierto es que de momento es conveniente acostumbrarse a vivir con la presencia del virus, y, además, en su caso, todo indica que se está desarrollando un problema psicológico que supondrá una gran interferencia en su vida diaria. Este es el riesgo que corre Noelia. La COVID-19 ha entrado en su casa y la ha expulsado de su zona de confort, de su zona habitual de control. Se encuentra frente a algo peligroso y desconocido, de dimensiones globales. La incertidumbre la deshace por dentro. Para intentar tener algo de control sobre la situación observa repetidamente cómo se siente, busca obsesivamente información, limpia su casa una y otra vez y lava muy a menudo sus manos. Esto la tranquiliza pasajeramente, pero dura poco; enseguida vuelven su inseguridad y su angustia. La familia de Noelia tiene razones para preocuparse. De no corregirse estos comportamientos, pueden convertirse en una fobia a la enfermedad, en un trastorno obsesivo-compulsivo, o en ambos.
Por más que Noelia lo intente, hay mucho que no está bajo su control, y, por tanto, debe empezar a aceptar y asumir que el riesgo de contraer la enfermedad está presente y no se va a esfumar. Puede reducir ese riesgo siguiendo las indicaciones de las autoridades sanitarias, pero no lo puede reducir a cero. Además,